Consideraciones críticas sobre el lugar de la imagen en los momentos populistas

PUNCH, “TRUCO DE LA TRANSFORMACIÓN DEL PUEBLO” (1909)

Resumen

En este trabajo intentaré plantear algunos aspectos relevantes acerca de la imagen y sus transformaciones críticas. Incluiré algunos elementos constitutivos de la teoría lacaniana del psicoanálisis en relación al rol de la imagen, principalmente en un uso teórico para entender el populismo (en particular, Ernesto Laclau). Consideraré posibles articulaciones entre la posibilidad de la imagen en relación a la crítica (y la crisis) con el populismo, que a mi entender y conocimiento podrían ser comparativamente relevantes.

Palabras clave: populismo, imagen, crítica, Lacan, Mondzain, crisis.

 

Abstract

In this paper I will try to propose some relevant aspects about the image and its critical transformations. I will include some constitutive elements of the lacanian psychoanalysis theory related to the image’s role, mainly in a theoretical use, to understand populism (Ernesto Laclau in particular). I will consider possible articulations between the possibility of the image in relation to the critique (and crisis) of populism, which, according to my understanding and knowledge, may be comparatively relevant.

Keywords: populism, image, critique, Lacan, Mondzain, crisis.

 

Es interesante plantear la cuestión de las transformaciones críticas de la imagen, entre otras razones porque la imagen posee una peculiar capacidad de relacionarse tanto con la crítica como con la crisis. Hay entonces en ese sentido una ambivalencia de la imagen, que posee la capacidad de representar tanto la crítica como la crisis. Existe entonces una disyunción que se sostiene en el significado de crisis por un lado y el significado de crítica por el otro. Sin embargo, en lo que hace a la aplicación de este concepto de crítica a la imagen, la crítica posee allí una ambivalencia que no encontraremos en ningún otro concepto. Vale decir, a los diferentes sustantivos y situaciones, suele caberles solamente uno de los usos de “crítica”, dejando el otro descartado; sin embargo, eso no es así en lo que refiere a la imagen.

 

Es en esa línea y tomando como base lo antedicho, que podríamos pensar que se reproduce en verdad una ambivalencia entre crítica y crisis, siendo la imagen el emisario por excelencia de esa ambivalencia. Ocurre que la imagen parece tener también la propiedad de soportar el pasaje de la crisis a la crítica. Podríamos llegar a entender incluso desde una perspectiva de raigambre kantiana, que existe una complementariedad crítica entre la crisis y la crítica, porque la crítica es un “poner en crisis” las ideas de la razón, cuestionándoles acerca de si efectivamente se corresponden con la experiencia empírica o no. Es por esta complementariedad mencionada, que la crítica es capaz de manejar la fuerza de la razón, para que esta última no se desmadre creando rapsodias sobre la realidad. De cierta manera esa complementariedad mencionada ut-supra entre crisis y crítica, se ha roto. Tenemos entonces una ruptura entre ese equilibrio que estaba dado entre el criticar y la crisis; parece adecuado pensar que esa ruptura del equilibrio, está fuertemente vinculada a la cuestión de la imagen en su condición como está presentada en la actualidad.

 

En esta época de imágenes difundidas (y no pocas veces fabricadas para funcionar en las sociedades actuales) a un ritmo tan vertiginoso como acrítico, la emergencia de acontecimientos en donde la imagen posea otro tipo de lugar y formación, podría resultar central en el análisis de ciertos virajes populares democráticos. Un esbozo de análisis en ese sentido es de lo que se trata este trabajo. Cierta forma de entender la imagen en su naturaleza, alcance y límites, pueden enmarcarse perfectamente con lo que el psicoanálisis lacaniano postula como registro de lo imaginario (de imagen, no de imaginación) y en lo cual se intentará profundizar un poco en el siguiente apartado.

 

De la imagen en lo imaginario

 

El psicoanalista francés Jacques Lacan desarrolla una línea de psicoanálisis que subvierte en más de un sentido las ideas previamente dominantes. El pensamiento que desarrolla Lacan es sin dudas de una alta complejidad y también muy extenso en su desarrollo, por lo que condensar conceptualmente lo que se realizará en este apartado podría no dejar de parecer una imprudencia, pero se hace necesario hacerlo a criterio de quien escribe. Lacan plantea a lo largo de su extensa obra, que lo psíquico se encuentra dividido en lo que el autor denomina “registros”. Establece que son tres los registros a considerar, a saber: lo real, lo imaginario y lo simbólico. Estos registros se encuentran estrecha e indisolublemente relacionados entre sí, tanto que el Lacan “tardío” los representa con el símbolo del nudo borromeo en el que cada anillo representa un registro, y si desaparece uno, desaparecen todos y por tanto el esquema colapsa. Es por lo anteriormente expuesto, que cualquier proceso que tenga lugar en lo psíquico puede ser analizado a través de la articulación analítica de estos registros (por ejemplo: un pensamiento que tiene lugar en lo simbólico tiene un soporte en lo real y también una representación en lo imaginario).

 

El registro de lo real aparece en la teoría lacaniana como un concepto complejo de definir. La manera más intuitiva y sencilla de aproximarse a este concepto, es establecer que lo real es aquello que no puede simbolizarse y tampoco se encuentra inscripto en lo imaginario. Lo real tiene como características el no ser representable (porque se resiste a la simbolización), así como el tener existencia propia (es “en sí”). El registro de lo imaginario no proviene del término “imaginación” sino de “imagen” (aquí está incluido también lo semiológico), ya que se funda en las imágenes y el pensamiento de imágenes. En cierto modo se trata del pensamiento más “primitivo” o primario de las representaciones. Tal vez la idea más famosa y novedosa que presenta Lacan en ese tema, es el famoso “estadio (o fase) del espejo”, que es ese momento de la primera infancia en el que el niño se constituye como unidad a través de la percepción de su imagen en el espejo. Finalmente, el registro de lo simbólico tiene su origen en el lenguaje, siendo allí que el sujeto se inscribe en el orden simbólico (mediante el lenguaje, la cultura, etc.) y adquiere la posibilidad de utilizar ese lenguaje.  Es con la denominada “función paterna” que se da el ingreso del llamado “Nombre del Padre”, en donde está presente la Ley y el orden, siendo eso lo que hace que el sujeto sea un ser racional, capaz de ordenar lo que recibe de los otros dos registros.

 

Desde un enfoque lacaniano:

 

“[…] un punto importante de la crítica al esencialismo ha sido poner en cuestión la categoría de sujeto como una identidad racional transparente que, al ser fuente de sus acciones, puede imponer un significado homogéneo en todo el espectro de su conducta. El psicoanálisis, por ejemplo, ha demostrado que, lejos de estar organizado alrededor de la transparencia de un ego, la personalidad está estructurada en una serie de niveles que existen fuera de la consciencia y de la racionalidad de los agentes”. [1]

 

No deberíamos perder de vista que según este enfoque la relación simbólica es bloqueada por lo imaginario, que está formado por el “yo” y su imagen especular. El “yo” propone apariencias que enmascaran el “sujeto”. Al tener que atravesar el “muro del lenguaje”, el mensaje del “Otro” llega entonces interrumpido al sujeto. Es de esa manera que lo imaginario obstaculiza el que los contenidos del inconsciente circulen. Cuando el sujeto intenta comunicarse con otro, no alcanza jamás de forma “pura” a su destinatario porque siempre encuentra al pequeño otro (a’) en su camino, que lo remite al registro imaginario. En ningún caso hay continuidad en esa comunicación, quedando siempre un resto.

 

Sobre este desarrollo, si bien en algunas de sus obras es extremadamente controversial despertando por ello ciertas dudas, Slavoj Žižek en El sublime objeto de la ideología, desarrolla en varios pasajes su idea de que las identificaciones imaginarias son identificaciones a la imagen en la cual nos vemos agradables a nosotros mismos, en una imagen que representa aquello que quisiéramos ser (el Yo ideal). Este tipo de identificaciones son concomitantes al “yo” de tipo narcisista, cuyo fundamento es la incorporación de la imagen especular tal como es postulada en estadio del espejo. Esto será particularmente relevante además de verosímil, cuando consideremos el lugar de la imagen del líder en el populismo. El estadio del espejo es el momento fundante del registro imaginario y ocurre que la imagen unifica corporalmente al sujeto en estado infans mucho antes de que haya sido atravesado por el lenguaje, vale decir, antes de haber logrado hacerse de destrezas simbólicas. El yo en cuestión es también la base de las funciones imaginarias que representan los afectos, la agresión, así como todo lo que tiene que ver con la relación dual con el otro.

 

De la imagen, la crítica y la crisis

 

Uno de los elementos que se infieren del curso, es que asistimos contemporáneamente a una transferencia vertiginosa de imágenes a nivel digital, cosa que podemos apreciar incluso en lo que refiere a las transferencias de carácter financiero, que operan a nivel transnacional. Asistimos también, sin dudas, a una emergencia crítica (en la acepción de crisis) de la crisis (en la acepción de crisis) que sin demasiadas resistencias se convierte en crimen. No es menor considerar este aspecto, articulado con el hecho de que la imagen puede tener incidencia en los vínculos sociales permitiendo el ingreso de la crítica (en su acepción de criticar).

 

Es importante no dejar de tener en consideración que tanto crisis, como crítica y crimen poseen una misma raíz griega (a saber, koinein/Kρίνειν), y en ese sentido vemos a menudo en nuestras sociedades contemporáneas, de qué manera muchas veces el no poder admitir la crisis, deriva en la criminalización de los acontecimientos que acaecen.  El lugar de la imagen tiene que ver también con (o está vinculado a) el rol que tienen los medios de comunicación, en tanto generadores y facilitadores de la asistencia de las masas a la desaparición crítica (en la acepción de “criticar”) de la crisis (en la acepción de “crisis”), transformándola de esa manera, en “riesgo”. El riesgo, a estas alturas del capitalismo, es tan codiciado como temido; se le teme en tanto amenaza del equilibrio y la armonía, pero también se le codicia y persigue en tanto el riesgo es un indicador de una potencial obtención de ganancias.

 

En esa línea es relevante destacar que para la filósofa argelina Marie-José Mondzain, la imagen posee (reviste) dos significaciones fundamentales, a saber, la incorporación y la encarnación. Esta última se encuentra directamente vinculada a la cuestión de las emociones y de las pasiones que la imagen genera, suponiendo la sensibilidad que la imagen hace posible. La encarnación (cuyo paradigma para la mencionada autora, es la imagen de Cristo crucificado) produce una corporalidad, es decir, un cierto orden. Pero asimismo, la imagen es también el vehículo de la incorporación y también para la personificación. En esta línea de pensamiento, el análisis de la imagen nos muestra que esta es de carácter indecidible e indivisible, es decir, que no es posible tomar una decisión en referencia a la imagen misma (en todo caso a lo sumo se puede decir algo acerca de la imagen en lo que respecta a su significado, pero no es posible decidir que la imagen sea otra y no esa) y asimismo la imagen no puede ser dividida (ya que o bien es ella o bien no es ella).

 

Mondzain lúcidamente entiende que un hallazgo clave del cristianismo, es el gobierno de la visibilidad con carácter institucional. Así lo entiende la autora en virtud de que en dicho “gobierno de la visibilidad” tiene lugar una combinación entre lo que es una economía de la imagen y cierto ecumenismo del cuerpo. La personificación implicaría en esa misma línea, un pasaje a la visibilidad de aquello que hasta cierto momento era invisible. La imagen es algo a todas luce indisociable de la noción de mediación.

 

La imagen podría conducir hacia la violencia, si se reprime en su rol de incorporación. Esto es perfectamente articulable con la idea lacaniana que postula que lo que se reprime en lo simbólico retorna en lo real. Si bien lo simbólico y lo imaginario son dos registros diferentes en el esquema lacaniano (Lacan, 2008) lo imaginario sin embargo constituye la base de lo simbólico. Cuando la violencia aparece e irrumpe, deberíamos siempre preguntarnos ¿qué es lo que se ha reprimido para que este real aparezca ahora, como retorno, vale decir, como síntoma? La imagen entonces puede matar, si beneficia a la incorporación por encima de la encarnación.

 

Acerca de la cuestión de la decisión en lo que tiene que ver con la imagen, Jacques Derrida sostiene una postura que plantea la existencia de tres términos: la indecidibilidad, la resistencia y la decisión pasiva. Las decisiones son siempre efecto de un acontecimiento que proviene de otro lado, que asalta al o a los individuos, por imperio de las circunstancias. Ocurre que el acontecimiento es aquello que no es predecible, pero igualmente acaece y lleva a la toma de decisiones. Si el sujeto requiere de la crisis para posicionarse en el campo de la experiencia, eso implica la existencia de una crisis en la categoría “sujeto” tal y como era entendida en la modernidad. Los aportes que en ese terreno tiene para realizar el psicoanálisis lacaniano, son sumamente valorables y de hecho son fundantes de las consideraciones que sobre esa crisis del sujeto puede hacerse desde las teorías populistas.

 

El enfoque que sobre el populismo se presenta en este trabajo, entiende explícitamente que las posturas de Foucault y Derrida son complementarias del análisis lacaniano. Esto es así porque tal como señalan Mouffe y Errejón: “[…] Nos dimos cuenta de que había en este tipo de discurso, unas herramientas teóricas que nos permitían poner en cuestión la concepción esencialista y elaborar una noción de lo social como espacio discursivo, producto de articulaciones políticas contingentes, que no tienen nada de necesario y podrían siempre haber sido de otra forma”.[2]

 

También podemos entender foucaultianamente, que son las interrogantes que plantea el presente las que nos empujan hacia el horizonte de los acontecimientos pasados para hacer una relectura del mismo.  Es que en buena medida, es el presente lo que crea el pasado, après coup. Si consideramos el efecto que tiene mayo del 68 en el pensamiento post-estructuralista en general y sobre Foucault en particular, es la interrogante acerca del poder la que lleva a darse cuenta de que el problema de la discontinuidad no era algo de neto cuño epistemológico, sino que la discontinuidad tiene que ver con el problema del poder. El lugar que la imagen puede tener en estas cuestiones, es algo para nada marginal.

 

Es entonces el presente lo que lleva a una crisis de perspectivas, la que nos lleva a buscar en el pasado algún tipo de luz que permita iluminar el presente. Es una diferencia del presente consigo mismo, determinada tensión que se produce en el presente, lo que habilita a la interrogación sobre el pasado. La historia siempre quedará atada a esa interrogación que el presente le dirige. El presente entonces entra en crisis, y es eso lo que habilita la crítica. La crisis es lo que gobierna la crítica, lo que implica una reversión del vínculo moderno entre crítica y crisis.

 

Esto es potencialmente articulable, con ideas acerca de lo político tal y como lo plantea Mouffe cuando dice que: “[…] lo político no se reduce a un lugar determinado, no se limita a instituciones específicas, sino que es una dimensión constitutiva del orden social mismo. Revela por otra parte que ese orden es producto de relaciones de poder y que es siempre contingente porque está atravesado por antagonismos”. [3] La imagen es un instrumento político, porque vehiculiza lo político. La imagen está enmarcada en un régimen de significación, pero ese régimen está dividido, hay ahí una hiancia en sentido lacaniano. Es importante considerar analizando profundamente, de qué estamos hablando cuando hablamos de imagen, y en qué sentido está enmarcada por el poder vigente.

 

Con la imagen ocurre que ella no puede ser reducida a un régimen de significación (que supone una estabilidad de las reglas, supone una regulación determinada), por lo que puede jugar un papel central para quienes estén excluidos por un régimen de significación vigente. En términos lacanianos, claro está que la imagen no escapa eventualmente a la simbolización, como sí lo hace lo real. Entiendo clave introducir en la lectura de estos fenómenos, la idea de Foucault en lo que refiere a que no hay algo como una transparencia o cristalinidad total entre el lenguaje y lo visible, y será sólo en la medida en que el sujeto finja no saber, que podrá emerger aquello que proviene de otro lado y que moviliza una significación alternativa.

 

Esto mismo podemos leerlo en la forma que Lacan entiende tiene la relación entre analista y analizante, en la que este último no sabe qué es lo que le ocurre realmente (es por eso que acude a la terapia) y el analista tampoco sabe, pero se constituye en lo que Lacan denomina sujeto supuesto saber, vale decir, un sujeto que no sabe pero que a los efectos del análisis finge saber. Ese fingir saber, es también un fingir que no se sabe, ya que el analista deberá necesariamente “olvidar” la indexación conceptual que su formación profesional y su experiencia personal le imponen. En el análisis que realiza Michel Foucault acerca de las Meninas de Velázquez, se observa claramente de qué manera la relación entre lo visible (la imagen) y lenguaje es algo de carácter asintótico, regulado por la actividad de quien contempla así como por los elementos de lo contemplado.  En cualquier caso, no se trata de algo que tenga lugar internamente sino como producto de una actividad.

 

Existe una equivocidad en la imagen, y eso es un valor a tener en cuenta. Ocurre que la imagen puede entrar en crisis porque se la hace entrar mediante algún tipo de procedimiento, y también puede ser criticada o cuestionada. En ese sentido es de resaltar que para Lacan lo que existe es el significante y no el significado, definiendo lo real en tanto lo imposible, aquello que no podemos conocer pero que sin embargo se manifiesta en el discurso. Esto es así porque el significante es un elemento del mundo, cosa que aparece como un arma contra la existencia de un sujeto (o al menos contra la existencia de un sujeto previamente determinado concreto). La cuestión es que hay un resto que no obedece necesariamente a cosas ancladas en una significación determinada.

 

En cuanto la imagen se inscribe desde su origen histórico en la mediación, la incorporación de una imagen a un régimen de significación, supone asimismo la mediación. Si la imagen ha ganado esa capacidad de indicar otra cosa como producto de la relación de la mediación, y si esa mediación es interna al signo, de alguna manera la imagen queda prisionera de un proceso conceptual. La mediación va a ser un efecto del régimen de significación en lugar de estar un régimen de significación incorporado en una medicación.

 

De la imagen en el populismo

 

Todo orden político en tanto construcción de sentido, apela a algún tipo de universal, vale decir, a la construcción de algún tipo de interés general. La democracia contemporánea apela de una manera u otra, a tener cierta base o sustento en el pueblo, y por eso es válido plantearnos que de algún modo, para ser demócrata hoy en día hay que ser populista, ya que hay que devolver al pueblo su capacidad de decisión. No obstante, el populismo no es algo sencillo de definir ni de explicar. Tiene que ver con la construcción de cierta relación entre un “afuera” y un “adentro” del sistema político, a saber, con cierto carácter de impugnación desde el primero hacia el segundo.  Por eso, cuando se menciona (como suele hacerse desde la derecha del espectro político o desde algunos medios de comunicación) la existencia de “regímenes populistas” (en lugar de hablar de “situación populista” o de “momento populista”) amerita considerar si el populismo está relacionado con la vida de gobierno institucional, o si por el contrario solamente habría populismo desde el “afuera”.

 

Comenzando desde el principio: en algunos momentos de la historia, las identidades disponibles en una sociedad no consiguen contener las demandas y los deseos de transformación existentes en ella. En esos momentos es que aparece la posibilidad de construir una identidad política que realice una demarcación entre quién es incluido y quien permanece excluido (allí el exterior constitutivo negativo aparece como un punto central). Ocurre entonces que las aspiraciones de las clases populares son generalmente descartadas, por ser entendidas como no cristalizables más allá de lo meramente discursivo. Es así que los sectores populares no encuentran muchas veces una posibilidad de ser representados y reconocidos como sujeto político válido. Es por eso que hace falta la alternativa de un relato que habilite la construcción de un sujeto político nuevo en torno a una nueva narrativa.

 

En cualquier caso hay que partir de la base de que el sujeto político “pueblo” no existe a priori ni “objetivamente”, no es algo que esté constituido de antemano y de manera teleológica esperando a ser defendido (como ocurre por ejemplo en la tradición marxista, en donde el sujeto político —el proletariado— aparece constituido en la historia, es algo necesario, no contingente).  En cambio, ocurre que grupos o sectores sociales deberán reunirse en torno a cierta idea común, para recién ahí convertirse en “pueblo”. Entonces no se trata de representar al pueblo sino de construirlo, para luego recién poder empoderarlo. Tanto en el enfoque de autoras como Chantal Mouffe como en el de autores como Ernesto Laclau (a quién veremos con mayor profundidad más adelante), el fenómeno de constitución del pueblo se produce cuando las instituciones que operan en una sociedad determinada, se muestran incapaces de absorber una serie de necesidades vigentes, posibilitando de esa manera la emergencia de una voluntad popular que las instituciones no son capaces de procesar de manera plena.

 

Para llevar adelante este o cualquier análisis más o menos profundo, debemos tener en cuenta que el discurso político no es meramente algo que describe un estado de cosas previamente constituido, sino que el discurso es construcción. Lo que se dice de la realidad produce sentido, y la lucha política es también una batalla por el sentido, que nunca está definido de manera unívoca. Ciertas visiones de la sociedad (que van desde visiones liberales o conservadores, hasta visiones marxistas tradicionales), entienden que la concepción populista de agentes sociales con sus identidades constituidas en torno a símbolos, es algo de carácter eminentemente irracional. Es que el carácter vago, difuso o impreciso del populismo, hace que muchas veces sea desestimado previo a todo análisis.

 

Pero el populismo no tiene que ver con pelear una guerra, sino con la visibilización de ciertas demandas que no eran visibles antes y que por tanto no habían podido todavía ser explicadas políticamente. En esa polarización, los términos habrán necesariamente de ser imprecisos, de modo de poder lograr ser abarcador de las diferentes particularidades. Al considerar la politización, es fundamental que tengamos en cuenta el rol y el lugar que en ella tiene el discurso político. Por “discurso político” no hay que entender en ningún caso que estamos hablando de aquello que se dice de las cosas, sino por el contrario, nos estaremos refiriendo al conjunto de actividades productoras de sentido. Con algunos detalles y matices, esto será compartido por Laclau.

 

Que los discursos sean capaces de producir sentido quiere decir, que utilizando determinados símbolos podrán brindar explicaciones sin que ninguno de esos símbolos posea un significado determinado. El discurso será efectivo en ese sentido, si establece que las cosas son de determinada manera pero podrían ser de otra, y que hay alguien que es responsable de cierto problema o de cierta demanda insatisfecha. El discurso posee en ese sentido, un papel de centralidad en la mantención de cualquier grupo, vale decir, de cualquier “nosotros” que se oponga a un “ellos”. La categoría “pueblo” no es algo de carácter ideológico, sino algo que refiere a la relación que se establece entre agentes sociales. Al no estar tratando con agentes que sean cien por ciento racionales, obviamente las emociones en general y el afecto en particular, jugarán un rol central en la constitución, desarrollo y canalización de las diferentes demandas. Sobre este punto, destaca Laclau la importancia del pensamiento freudiano: “[…] Esto requiere que estudiemos el tipo de lazo emocional que se establece entre los miembros de un grupo, y ello implica considerar más detenidamente el fenómeno del enamoramiento. Los lazos emocionales que unen al grupo son, obviamente, pulsiones de amor que se han desviado de su objetivo original y que siguen, de acuerdo con Freud, un modelo muy preciso: el de las identificaciones”. [4]

 

Para que tenga lugar una cadena equivalencial de demandas, es necesaria la presencia de ciertos símbolos universales (significantes, vale decir, palabras, imágenes, etc.), que puedan expresar esa cadena en tanto totalidad. Entonces habrá lugar para el surgimiento de un significante hegemónico (denominado “significante vacío”) cuya función será la de unificar la cadena de equivalencias.  Esa cadena se unifica negativamente en torno a su oposición a un poder que se les opone; es decir, que no se trata de que exista un fundamento positivo común entre las partes de la cadena, sino que se trata de un fundamento negativo. Entonces es que aparece una relación hegemónica, que consiste en que en cierto momento hay una particularidad que asume la representación de una universalidad que la rebasa y la trasciende. Cuando cierto significante comienza a tener como significado lo que ocurre en la totalidad de la cadena equivalencial de demandas, es que el significado pasa a ser esencialmente impreciso, ya que es a través de ese significante que la unidad de la cadena cristaliza en una cierta totalidad. La cadena equivalencial ayudará a la constitución de una identidad popular que es más que la suma de las partes de la cadena.

 

El significante en ese caso entonces pasa a deslindarse del significado que poseía originalmente. Ese significante se denomina “significante vacío”. Sobre estos significantes, dice Laclau “[…] estos símbolos, estos significantes vacíos, estos significantes hegemónicos tienden a perder características definitorias a medida que la serie es cada vez más larga”. [5] Como fuera ya planteado, el hecho de que una significante tienda a ser potencialmente vacío, quiere decir que se trata de un significante que se aleja de ser concepto y se aproxima cada vez a ser un nombre que logra la unificación de la cadena. Laclau enfatiza, que ese nombre de manera casi espontánea pasará a ser el de una persona (el líder, tema que se ampliará un poco más adelante en este trabajo), que poseerá la cualidad de ser representativo del momento de unidad. Ante momentos de crisis profundas que requieren una reformulación profunda del sistema simbólico, se vuelve más patente el carácter “flotante”. Los significantes flotantes difieren de los significantes vacíos, ya que aquellos tienden a controlar (aprehender) de cierta manera, la lógica inherente a los movimientos en los límites de la identidad popular.

 

Por su parte los significantes vacíos están vinculados en cambio a la construcción de una identidad popular, siendo solamente porque representan una cadena equivalencial, que pueden funcionar como un punto identificatorio de los eslabones de la cadena, porque los representa y en ese sentido, no puede volverse plenamente independiente de ellos. Mencionamos la tensión entre institucionalismo y populismo. Ninguna crisis va a lograr superarse plenamente si únicamente se opta por la vía institucional o por la vía populista, sino que habrá que articular ambas vías para poder llevar adelante cualquier proyecto político democrático contemporáneo.

 

La vía institucional democrática es asimismo compleja. Laclau plantea por ejemplo, que el proceso de representación es doble, ya que por un lado está el representante que debe vehiculizar una serie de demandas que debe trasmitir al centro de poder, mientras que por otro lado el discurso del representante va a repercutir sobre la identidad de los representados y va a ayudar a constituir una nueva identidad. Laclau analiza y descarta sin mayores dificultades aparentes, las posturas que buscan explicar la influencia del líder simplemente mediante la sugestión y/o mediante la manipulación. Lo cierto es que aun dando por buenas ambas tesis, es decir, aceptando por ejemplo que el lugar y papel del líder tiene que ver con la manipulación, eso podría explicar en todo caso la intencionalidad del líder, pero no lograría dar cuenta de las razones, causas o motivos, por los que la manipulación en cuestión tendría éxito.

 

Entiende Laclau que la influencia que poseen las palabras en la formación de una multitud, radica en las imágenes que esas palabras evocan de manera totalmente independiente de su significado. La relación entre palabras e imágenes aparece como arbitraria y por tanto toda racionalidad es excluida de su mutua articulación, como también es una relación que varía con el tiempo y hasta geográficamente. Tal y como manifiesta Le Bon:

 

“Al estudiar cualquier lenguaje particular, se puede observar que las palabras de las cuales se compone cambian muy lentamente a lo largo de los años, mientras que las imágenes que evocan esas palabras o el significado unido a ellas se modifican continuamente […] Son precisamente las palabras utilizadas más a menudo por las masas las que adquieren entre diferentes personas los significados más diversos”. [6]

 

Queda planteada una conexión nítida entre la dialéctica palabras/imágenes y el surgimiento de ilusiones, que son el terreno propiamente fértil para la constitución del discurso de la multitud. Ocurre que la inestabilidad relacional entre imágenes y palabras, es condición previa a toda operación discursiva que sea significativa desde el punto de vista político.

No sin controversia expresa Laclau:

 

“¿Qué puede decirse de la distinción entre el verdadero significado de un término y las imágenes contingentemente asociadas a él? En términos generales, esta distinción se corresponde con la diferencia entre denotación y connotación, crecientemente cuestionada por la semiología contemporánea. Para que haya una correspondencia uno a uno entre significante y significado, el lenguaje debería tener la estructura de una nomenclatura, lo cual iría contra el principio lingüístico básico, formulado por Saussure”. [7]

 

Y avanzando un poco más en esa línea: “La relación palabras/imágenes, el predominio de lo ‘emotivo’ por sobre lo ‘racional’, la sensación de omnipotencia, la sugestibilidad y la identificación con los líderes, etcétera, constituyen rasgos reales del comportamiento colectivo”.[8] El líder ejerce una influencia potente sobre las personas, logrando cristalizar en imágenes aquellos sentimientos y sensaciones que no habían logrado ser cristalizados discursivamente de otra manera.

 

El líder (aunque no exclusivamente) en su imagen tiene un potencial fundamental en el análisis realizado por las teorías populistas, tal como manifiesta Laclau: “[…] Aun si el grupo está dominado por la voluntad común de llevar a cabo una ejecución con implacable determinación, eso no es suficiente para una voluntad colectiva. ¿Qué falta? La identificación con alguna imagen cargada emocionalmente de la identidad del grupo como tal”. [9] En las teorías populistas aquí referidas que tienen como eje el pensamiento lacaniano, las identidades populares serán cristalizadas contingente y transitoriamente en torno a determinados significantes (siendo sin dudas privilegiadas las imágenes) que se refieren a la cadena equivalencial como totalidad imposible pero forzosamente postulable. En ese sentido, lo que ocurre es caracterizado por Laclau como: “[…] el proceso de condensación en los sueños: una imagen no expresa su propia particularidad, sino una pluralidad de corrientes muy disímiles del pensamiento inconsciente que hallan su expresión en esa única imagen”. [10]  

 

Al hablar de populismo entonces es necesario identificar que la centralidad del análisis no pasa por los llamados “regímenes populistas” sino por los momentos populistas, que son los que facilitan la constitución de una identidad política colectiva, pudiendo llegar a ser instituyentes. Una situación social crítica (en la acepción de crisis), bien puede ser equiparable a lo que es un momento populista con todo lo que este implica. Recién después puede pensarse en el pasaje a un momento institucional previa cristalización discursiva, que bien podríamos equiparar a la situación crítica (en la acepción de crítica).

 

Como vimos en el curso que da origen a este trabajo, el momento populista (por ejemplo el denominado “15M” en España, los hechos de diciembre del año 2001 en Argentina, etc.) siempre es pasible de ser criminalizado (es decir, pasar a ser un “crimen”, de la mano de una emergencia crítica —en la acepción de “crisis”— de la crisis en la crisis —en la acepción de crisis—) o bien puede terminar absorbido por la vía de los significantes flotantes, es decir, integrados a (y desactivados) por el poder constituido. La imagen es central en la mediación (esto también se ve claramente en la teología de raigambre católica), ya que es la imagen la que media entre nosotros y la verdad, una verdad que nos es inaccesible. Podríamos pensar que lo mismo ocurre con la imagen del líder en el populismo, ya que esta encarna de alguna manera una “verdad” que es la “verdad” de un sujeto político colectivo, pero que lejos está de ser una verdad a la usanza positivista marxista. Se trata de una verdad que se constituye como tal en tanto sus efectos son verdaderos.

 

Deberíamos no dejar de tener en cuenta asimismo, que para Derrida (Envío, en Psyché) la indivisibilidad está vinculada con la representación en tanto un tipo de efecto de una “presunta unidad”. Es interesante esa “presunción” de la unidad, ya que se plantea como una derivación (efecto) casi metafísica de la “unidad indivisible de un envío”. En ese sentido, cabe preguntarse ¿qué es lo que hace que un pueblo sea pueblo? O mejor todavía ¿qué es lo que constituye a la multitud en tanto sujeto político más allá de la masa? ¿De qué unidad se trata sino a una “presunta unidad” que, a la usanza del sujeto-supuesto-saber lacaniano (es decir, el lugar del analista que se presume que sabe, cuando realmente no sabe) se hace necesario postular pese a saberla ilusoria? Hay, podemos decir, un “envío” hacia la imagen, que una vez presentada como elemento central en la mediación, encarna, incorpora y personifica, aquello que del momento populista emana a modo de “envío”.

 

Mondzain realiza un análisis acerca del rol de la imagen y particularmente del cine, en el nazismo. Plantea que los nazis beneficiaban siempre la incorporación de la imagen, dejando de lado permanentemente el elemento pasional, sentimental y emocional, para hacer en cambio hincapié en la cuestión de la pertenencia a un orden. Esto podemos perfectamente vincularlo a la cuestión del totalitarismo en tanto totalización del sentido, cosa que precisamente está ausente en el momento populista, ya que el significante vacío garantiza que dicha totalización no tenga lugar. Tiene sentido entonces, que oponiéndose el populismo a la totalización, tenga que ver en cambio con una profundización radical de la democracia. Es la totalización de sentido en la conciencia lo que produce totalitarismo, por lo cual no cabría entender al populismo como otra cosa que no sea anti-totalitario.

 

Podemos entender que cuando cierta imagen se vuelve central en un momento populista entonces es indecidible, ya que no hay por parte del sujeto político una decisión voluntaria con respecto a esa imagen. Es que la decisión es algo que me ocurre, y en ningún caso es algo que me involucra de manera absoluta, como un yo. En ese sentido, en el momento populista se cae siempre aquello que Foucault denominaba “monumentalizar los documentos”, como contraposición de “documentalizar los monumentos” con su correspondiente cristalización y fijación de sentido en el relato histórico “objetivo”.

 

Una vez que se pasa al momento institucional, ese pasaje ha de ser solamente transitorio. La discontinuidad existente entre las instituciones y la sociedad, podrá llevar a una nueva crisis, en un nuevo momento populista. Lo que Laclau (utilizando el aparataje lacaniano) denomina significante flotante, va a tender a desarticular la potencia de esa cadena equivalencial de demandas insatisfechas. El pueblo no puede ser algo dado de manera necesaria por la historia, sino que es algo que se construye en la coyuntura y la contingencia. Es un error cristalizar una noción de pueblo determinada, que funcionaría de manera “objetiva”. Por el contrario, hay en lo social una sucesión de modificaciones y mutaciones permanentes, relacionadas con una discontinuidad entre las demandas sociales y las respuestas institucionales a esas demandas. Esa discontinuidad produce las condiciones para la formación de la cadena equivalencial que el momento populista necesita para constituirse como tal.

 

Es totalmente actual y pertinente a estos efectos, lo que expresa Michel Foucault[11]:

 

“[…] porque la cadena significante en que se constituye la experiencia única del individuo es perpendicular al sistema formal a partir del cual se constituyen las significaciones de una cultura: a cada paso la estructura propia de la existencia individual encuentra en los sistemas de sociedad cierto número de opciones posibles (y de posibilidades excluidas), inversamente las estructuras sociales encuentran en cada uno de sus puntos de opción cierto número de individuos posibles (y otros que no lo son), de la misma forma que en el lenguaje la estructura lineal hace posible en un momento la opción entre varias palabras y fonemas (pero excluye todos los otros)”.

 

Cierto optimismo moderno liberal, continúa insistiendo en que la representación política ejercida por parte de un líder o grupo político, podría (o debería poder) ser circunscrita enteramente a nivel del lenguaje. Sin embargo, hay malas noticias para esa visión, ya que siempre hay un resto que escapa al sistema de lenguaje. Es clave aquí la diferencia lacaniana entre sujeto de la enunciación y sujeto del enunciado.

 

Cuando hay individuos totalmente excluidos, que no pueden decir lo que el sistema quiere que digan (y ese sistema asimismo no los representa ni canaliza satisfacción a las demandas de aquellos), las demandas sociales se hacen cada vez más agudas, profundizándose la hiancia que puede derivar en una cadena equivalencial de demandas insatisfechas. Esa crisis que se genera, se transformará en crítica o será absorbida por significantes flotantes, o bien, claro está, podrá ser reprimida por el sistema. En lo que refiere a esta última opción, reitero la conveniencia de tener claro el concepto psicoanalítico acerca de que lo que se reprime en lo simbólico, retorna en lo real (vale decir, como síntoma).

 

Derrida arroja la duda sobre la postura que Levi-Strauss tiene acerca de la ciencia (y la formalidad a ultranza que espera de ella), en referencia a si este último es un científico o un “siete oficios”, vale decir, si se trata de exactitud real o más de algo de tipo artesanal. ¿Cómo pasar de ese sistema perfecto de relaciones, a lo que un contexto de relato es? O mejor aún ¿cómo se adapta lo general absoluto, a los casos particulares? Se trata de una actividad artesanal, ya que no hay como pasar desde la formalidad absoluta hasta los casos particulares, si no es por una actividad de bricolaje.

 

Cabe preguntarnos: ¿No ocurre algo similar con la pregunta acerca de cómo pasar desde la democracia formal, hacia los contextos concretos de las demandas sociales? ¿Cómo pasar desde las instituciones hacia el pueblo? Parece que estas cuestiones tienen mucho que ver con la emergencia de momentos populistas, en donde ese pasar “desde arriba hacia abajo” no logra realizarse de manera satisfactoria. Entonces se modifica el “abajo”, y esas demandas particulares van hacia el “arriba”, modificándolo. Aparecen ahí idas y vueltas constantes, en donde lo que hay es una discontinuidad que echa por tierra la vieja idea de la representación casi transparente, que nada dejaba por fuera, vale decir, no dejaba ningún resto. El psicoanálisis lacaniano (y el desarrollo que las teorías populistas de Laclau y Mouffe —entre otros— hacen de él) muestra que hay resto y hay discontinuidad.

 

En el momento populista aquél o aquellos que serán los líderes, serán el sujeto supuesto saber, deberán saber pero forzosamente han de fingir que no saben, ya que solo de esa manera emergerá aquello que proviene del pueblo, para movilizar una significación alternativa de la realidad social. Es clave entender en este punto, que el sentido no estará jamás cristalizado, sino que emergerá del ida y vuelta constante entre las bases populares de la sociedad y quien sea que logre encarnar e incorporar lo que de ellas proviene.

 

Bibliografía

  • Foucault, Michel, Las palabras y las cosas, Siglo XXI, Buenos Aires, 1968.
  • García del Pozo, Rosario. Michel Foucault: un arqueólogo del humanismo, Universidad de Sevilla, 1988.
  • Lacan, Jacques, Aún, Paidós, Buenos Aires, 2008.
  • Lacan, Jacques, Las formaciones del inconsciente, Paidós, Buenos Aires, 2008.
  • Lacan, Jacques, Las Psicosis, Paidós, Buenos Aires, 2008.
  • Lacan, Jacques, Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Paidós, Buenos Aires, 2017.
  • Laclau, Ernesto, Conferencia Demandas sociales e identidades políticas, Buenos Aires, 2008.
  • Laclau, Ernesto, La razón populista, FCE, Buenos Aires, 2008.
  • Mondzain, Marie-José, Capital intelectual, Buenos Aires, 2016.
  • Mouffe, Chantal y Errejón, Iñigo, Construir pueblo. Hegemonía y radicalización de la democracia, Icaria, Barcelona, 2015.
  • Valdivieso, Joaquín, Astrolabio N° 18, 2016.
  • Zizek, Slavoj, El sublime objeto de la ideología, FCE, Buenos Aires, 1989.
  • Zizek, Slavoj, Mirando al sesgo, Paidós, Buenos Aires, 2013.

 

Notas
[1] Mouffe, Chantal y Errejón, Iñigo, Construir pueblo. Hegemonía y radicalización de la democracia, Icaria, Barcelona, 2015, pág. 11
[2] Idem
[3] Mouffe, Chantal y Errejón, Iñigo, Construir pueblo. Hegemonía y radicalización de la democracia, Icaria, Barcelona, 2015, pág. 32
[4] Laclau, Ernesto, La razón populista, FCE, Buenos Aires, 2008, pág. 77
[5] Laclau, Ernesto, La razón populista, FCE, Buenos Aires, 2008, pág. 176
[6] Le Bon en Laclau, Ernesto, La razón populista, FCE, Buenos Aires, 2008, pág. 39
[7] Laclau, Ernesto, La razón populista, FCE, Buenos Aires, 2008, pág. 41
[8] Laclau, Ernesto, La razón populista, FCE, Buenos Aires, 2008, pág. 59
[9] Laclau, Ernesto, La razón populista, FCE, Buenos Aires, 2008, pág. 73
[10] Laclau, Ernesto, La razón populista, FCE, Buenos Aires, 2008, pág. 127
[11] Foucault, Michel, Las palabras y las cosas, Buenos Aires, 1968, pág. 85.