Tibi quoque (El amor al prójimo en tiempos de desamor)

Villa 15 (Ciudad Oculta): Los vecinos arreglando sus calles – Foto de la autora

 

Resumen

En Las obras del amor Kierkegaard toma en consideración la particular perspectiva del amor no preferencial. Concepto y acción necesarios para el abordaje en barrios de muy alta y profunda vulnerabilidad. El amor al prójimo, desde una mirada cristiana y profundamente kierkegaardiana hacen posible el recorrido para el desarrollo de las políticas públicas en actitud de compromiso en tales territorios.

Palabras claves:

Amor, prójimo, mirada, compromiso, territorio, vulnerabilidad

 

Abstract

In “The Works of Love” Kierkegaard takes into consideration the particular perspective of non-preferential love. Concept and action necessary for the approach in neighbourhoods of very high and deep vulnerability. Love of neighbour, from a Christian and profoundly Kierkegardian point of view, makes possible the development of public policies in an attitude of commitment in such territories.

Keywords

love, neighbour, look, commitment, territory, vulnerability

 

 

1) La relación que crea toda mirada de amor

En el abordaje territorial al que dedico mi función de desarrollo de políticas públicas, es decir, en los barrios vulnerables, solamente un compromiso de amor puede dar cuenta de las verdaderas problemáticas que se constituyen.

Allí donde se evidencia un agujero en la trama, donde se radicalizan traumas con efectos duraderos y donde los territorios disciplinares no siempre ofrecen códigos para comprender tantos lenguajes y a veces la dolorosa ausencia de toda palabra.

En estos espacios resulta posible acompañar la acción desde la mirada kierkegaardiana de Las obras del amor en su polisémica perspectiva del amor no preferencial. En las múltiples voces que ofrece cuando se trata del insoslayable deber de amar al prójimo con una mirada absolutamente cristiana. Trabajar en las periferias al lado de los “curas villeros”[1] en el modo de llevar lo social a cada uno, allí radica el sentido del amor: no en lo que se hace, sino en cómo se hace.

 

2) “Primer acercamiento”

“Cada mirada –anota Sartre– nos hace experimentar concretamente que existimos para todos los hombres vivientes, es decir, que hay conciencias para las cuales existo”.[2]

Tibi quoque, “tú también” en latín, remite al nosotros de la comunidad.

En la finalización de la celebración eucarística da cuenta del compartir –en el sentido más amplio‒ la generosidad del amor invocado: en la consagración de la eucaristía, el sacerdote y su acólito pronuncian esta frase elocutiva privadamente, pero dando sentido a la incorporación de toda la comunidad eclesial. Al prójimo en los efectos de la fe.

El amor al prójimo…

O el amor desde el principio espiritual como lo hace el cristianismo.

En su praxis, como principio y como fuerza.

 

“No hay nada, absolutamente nada que en definitiva pueda ser dicho o hecho de tal manera que se convierta por sí solo en algo edificante; pero sea de esto lo que quiera, si algo es edificante, entonces ahí interviene el amor.” SK [3]

 

Kierkegaard no se ocupa del amor, sino esencialmente de las obras del amor.

En Las obras del amor, no parte de una definición conceptual ni de una metafísica del amor, sino de sus obras.

La pregunta por el conocimiento último del amor no tiene sentido, ya que la única respuesta es de carácter práctico y sólo puede brindarla la concreción desde un “otro” a quien amar.

Aun cuando el amor mismo busque ser expresado, su propia naturaleza muestra que proviene de lo más íntimo y se hunde en el secreto del ocultamiento.

Tampoco existe ninguna obra que demuestre el amor, lo que importa no es lo que se hace, sino cómo se hace.

No obstante, no se da un solo cómo del que se pueda afirmar que muestra claramente la presencia del amor. O que sea conocido por sus frutos, como afirma el Evangelio.

Lo importante es que cada uno actúe para que el amor pueda ser conocido por los frutos. Para ello hay que poner el corazón. Tener corazón no es lo mismo que poner el corazón en cada acto hacia el otro semejante.

Naturaleza y espíritu que, entiendo, emergen de la obra kierkegaardiana.

Atravesar ese umbral en el cual el hombre toma conciencia de su espíritu, de lo espiritual que lo sostiene, constituye una trasposición asimilable al misterio de la transfiguración. “La calma susurrante del misterio de la trasposición”, un modo espiritualista de conciliar contradicciones.

Sin este paso el hombre permanece en lo mundano, no “edifica”, que es lo propio del amor.

 

3) El amor cristiano

El amor no puede ser definido, su esencia y su fundamento son un misterio. Pero es posible tomar dos actitudes frente a este misterio. O bien negarlo, o bien “presuponerlo”.

Límites de lo explicable. O bien es la fe, o bien la razón.

Es decir que lo mundano se opone a lo cristiano. Edificar es propio del amor, destruir lo es del desamor.

Edificar implica superarse en la construcción como sujeto. No se trata de hacer algo para los otros, sino de “existir para los otros”.

Y si bien el amor implica “existir para los demás”, este modo de existencia se encuentra en el seno del cristianismo. En lo meramente humano este fenómeno da cuenta del egoísmo si no se introduce el sentido de la fe y la existencia en Dios.

En sentido estricto, quien desee aceptar el desafío que propone el cristianismo debe seguir el Evangelio en su propia vida. Lo que hace diferir al amor cantado del amor mandado.

Ese amor que cantan los poetas es el amor propio. Amar al más cercano en el sentido de la predilección es sinónimo de amor propio.

Según Kierkegaard, el cristianismo entiende de amor y de amar mucho más que ningún poeta.

Amor a Dios, a sí mismo y al semejante, tres direcciones de un mismo amor, del amor cuya finalidad es reunir, congregar, aunar.

El amor a Dios sin el amor al semejante sería hueca sublimación, sublimación o evasión de lo concreto, lo real; sería como la contemplación sin la transformación.

El amor a sí mismo sin el amor al otro sería simple egoísmo, mero reflejo de sí; sería como dar limosna sin darse uno mismo.

Hay un instante que el Evangelio testimonia “y lo que falta no se podrá contar”, nos recuerda Erri de Luca[4].

En el relato de la Pasión, San Juan recuerda a María, que acompaña a la cruz, María silenciada por la tradición; recordemos a las madres griegas en silencio, de las que da testimonio Nicole Loraux en Madres en Duelo.

María que llora y clama en ese recorrido: Me aferro a ti en este dolor infinito, pero no escuches a tu madre enfurecida, hijo que no vienes de un sudor de abrazos, de una gota de hombre, sino del viento seco de una anunciación, hoy vamos hacia una noche inmensa como un desierto.

Emerge la voz de Jesús diciendo: “Mujer, ahí tienes a tu hijo… Hijo, ahí tienes a tu madre”. También emerge el amor al prójimo incorporando a ese otro distinto en la red del amor supremo.

Como la forma de amar, aun en el silencio, ambos movimientos son atravesados por la fe.

Ofrece un lugar al nosotros, el “nosotros” que la comunidad supone no puede ser jamás expresión del otro yo, sino del primer tú. Esta distinción entre el “otro yo” y el “primer tú” es la que entiendo utiliza Kierkegaard para pensar al otro en su completa y autónoma especificación ontológica: supera la duplicación del yo egoísta, incapaz de percibir la otredad en sus rasgos distintivos.

Encuentro aquí la idea de que el amor cristiano descubre y reconoce la existencia del prójimo. Una obligación moral que implica el deber de amar. Lo que da sentido a la existencia categorial de prójimo.

 

4) Habitar en los bordes

Extraña paradoja que se repite y representa en el corazón de los barrios de nuestra ciudad, y seguramente en muchos otros, pero que vivencio en los recorridos habituales hacia esas periferias que se constituyen en el “resto” de la sociedad, ese producto de una desvinculación concreta –inmoral‒ hacia los abandonados del sistema[5].

Ese resto que se desplaza en los anocheceres para mitigar su hambre con las sobras, y hacer de eso su medio de vida.

En esas periferias en que transcurren infancias, adolescencias y vidas en general, cuyo plural no viene a dar cuenta de una multiculturalidad intrínseca, de una diversidad cobijada bajo la noción de semejanza, sino de la pérdida del singular que aglutina, la comunidad.

Es un borde casi absoluto que linda con lo decible, es también límite de lo pensable de las teorías.

Quienes allí habitan se sustraen a toda seguridad, es como si orillaran los caminos buscando llegar a un destino… Incierto, pero destino.

Es que vinieron de muchas partes, pocos nacieron allí, otros más no cesan de estar llegando. Se encuentran en los bordes de la ciudad, en los límites de los barrios, en los huecos de las urbanizaciones, en los intersticios urbanos.

Fronteras en las cuales se instalan dudosos asilos para exiliados, zonas de contornos difusos, tan limitadas como limitantes.

Arrabales, suburbios, sedentarizaciones que dan cuenta menos del deseo de un arraigo allí que de una errancia que se detiene en un tiempo provisorio, pero que parece no concluir nunca.

Vinieron buscando un territorio de lo posible, de lo necesario. Nómades sin haberlo elegido, sectores importantes de la población están simultáneamente localizados y desterritorializados.

Son calles que no figuran en ningún mapa, el territorio real dejó de ser el hábitat estable de la dignidad, aun cuando se regrese por las noches o bordeando el amanecer después del cirujeo. En una vida llena de interrogantes.

En ese interrogar, en el interior de ellas en el tratamiento de sus bordes, es donde nuestra labor se derrama para fundar allí el espacio propio del comprender, del interpretar, del conceder un sentido por fuera de categorías gastadas o que no alcanzan a dar cuenta de su vivir, y no de su transcurrir.

Jesús pasó, nunca deja de pasar, tampoco dejan de seguirlo los que se saben necesitados.

La miseria tiene muchos rostros, quizás sea el de un drogadicto en lo más hondo de un pozo, el de una prostituta o un ladrón en lo más frío de sus noches; tal vez le siga una mujer golpeada en el seno de su propio hogar, un homosexual expulsado por nuestra moral o cualquier otro que no puede acercarse a comulgar.

Cualquiera o todo aquel que no esconde su miseria, cualquiera que, quizás sin saberlo, hace de su miseria su oración.

De la esperanza su única seguridad.

Son los que en cada amanecer salen en busca de algún trozo de pan, una caravana invisible, invisible para nosotros porque no suele ser la gente que entra en nuestras iglesias.

Si lo hicieran notarían, les haríamos notar, que no son iguales a nosotros.

Aquellos que no entran a nuestras iglesias del centro de la ciudad y que tienen su espacio de las capillas de puertas siempre abiertas de las villas.

La vida es siempre diferencia. Intentar pensar para sostener esa diferencia que es vida, Intentar pensarlo en ese borde, hacer diferencia y vida, allí, precisamente, Las obras del amor

 

5) Dice Hugo Mujica:

El amor no es algo que tenemos como depositado en nosotros;

el amor no está:

el amor lo crea el amar,

el amor nace desde el gesto de la donación,

desde el gesto que gesticula a Dios.

Amar, en su última dimensión,

en su mayor hondura,

es dar lo que no se tiene,

es entregar lo que uno no es,

lo que nace en el momento de darlo.

La vida no es para vivirla, es para darla;

dar la vida: eso es seguir naciendo,

y no solo estando, eso es vivir amando.[6]

 

Bibliografía
Kierkegaard, S., Las obras del amor, trad. de Demetrio Rivero, revisión y actualización de Victoria Alonso, Ediciones Sígueme, Salamanca, 2006.
Loraux, N., Madres en duelo, trad. de Ana Iriarte, Abada editores, España, 2004
De Luca E., En el nombre de la madre, trad. de Carlos Gumpert, Siruela, Madrid, 2007
Mujica, H., Flecha en la niebla, Editorial Trotta, Madrid, 1997
 

Notas
[1] Curas villeros es un movimiento de sacerdotes de la Iglesia católica surgido en Argentina a fines de la década de 1960, sacerdotes que viven en las villas miseria o barriadas precarias y promueven el compromiso activo y la acción pastoral con las personas que las habitan. El movimiento de curas villeros se relaciona en sus orígenes con el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo, con la Teología de la Liberación y con la opción por los pobres. Tienen como referente al sacerdote Carlos Mugica, asesinado en 1974 por un grupo parapolicial, considerado como mártir por el movimiento. El papa Francisco, cuando fue Arzobispo de Buenos Aires, creó institucionalmente la Vicaría de Villas de Emergencia.
[2] Rodríguez, P. (2008). “Arte, mundo y voluntad: Schopenhauer y Nietzsche. Enfermedad del mundo y redención artística”, VII Jornadas de Investigación en Filosofía, 10 al 12 de noviembre de 2008, La Plata, Argentina.
[3] Kierkegaard, Las obras del amor, ed. cit., p. 257.
[4] Erri de Luca, “En el nombre de la Madre”, p. 69.
[5] Me refiero a los barrios vulnerables o villas miseria, villas de emergencia o simplemente villas, nombre que se le da en Argentina a los asentamientos informales caracterizados por una densa proliferación de viviendas precarias que se ubican en tierras que originariamente no son propiedad de sus ocupantes. Son urbanizaciones (o autourbanizaciones) informales producto de ocupaciones de tierra urbana vacante. Versión argentina de un término que cuenta con numerosas acepciones locales: “favela” en Brasil, “callampa” en Chile, “pueblo joven” en Perú, “katchi abadi” en Pakistán, “shanty town” en Kenya, “bidonville” en Francia y en Argelia, “township” en Suráfrica, “barong-barong” en Filipinas, “jhuggi” en India, etc.
[6] Hugo Mujica nació en Buenos Aires, en 1942. Estudió Bellas Artes, Filosofía, Antropología filosófica y Teología. Es poeta y escritor, autor de numerosos libros, traducidos a más de veinticinco idiomas, entre ellos, además de los que derivan del latín o de las lenguas sajonas, el búlgaro, el esloveno, el hebreo, el náhuatl y el hindi.