Candores laborales ante la posible reestructuración de la jornada laboral en México. Una breve reflexión deconstructiva sobre el trabajo

Fuente: https://www.saatchiart.com/print/Painting-Hard-Time/6397/8275287/view Autor: Martinho Dias Título: Hard Time

 

 

Resumen

 

La posible reestructuración de la jornada laboral en México conmueve y encuentra posturas al respecto. Entre las argumentaciones no para de señalarse el posible impacto económico, mental y físico, sin embargo, ¿es lo único en lo que deberíamos reparar o acaso sería pertinente ahondar más en la cuestión? Pues, aunque candorosamente entusiasma su realización, quizá pasa por alto la eminente necesidad de repensar el concepto de trabajo subyacente, pues detrás de su lógica cimentada es que solemos entender y relacionarnos con el mismo. Sin embargo, la angustia y la fatiga colectiva arroja una intuición distinta de cómo deberíamos aspirar a vivir y a relacionarnos con este. Por lo mismo, necesario es deconstruir tal discurso hegemónico y apostar por otros pensamientos y prácticas por venir del trabajo.

 

Palabras clave: trabajo, concepto, deconstrucción, discurso hegemónico, inutilidad, filosofía.

 

 

Abstract

 

The possible restructuring of the working day in Mexico is moving and finds positions on the matter. Among the arguments, the posible economic, mental and physical impact is constantly pointed out, however, is that the only thing we should be paying attention to, or would it be appropriate to Delve deeper into the issue? For, although it candidly excites its realization, it perhaps overlooks the eminent need to rethink the underlying concept of work. Well, behind its grounded logic is that we tend to understand and relate to it. However, collective anguish and fatigue yields a different intuition of how we should aspire t olive and relate to it. For this reason, it is necessary to deconstruct such a hegemonic discourse and bet on other thoughts and practices to come from work.

 

Keywords: work, concept, deconstruction, hegemonic discourse, uselessness, philosophy.

 

 

Algunos elementos en juego en la formulación del concepto de trabajo

 

En días pasados vivenciamos el resurgimiento de una cuestión que viene planteándose desde hace mucho tiempo y desde diversas perspectivas; tanto economistas, politólogos, sociólogos, antropólogos y filósofos, entre otros, han intentado dar respuesta a la acuciante cuestión del trabajo. Entre todos los tópicos sociales, quizá este sea uno de los que mayor deslumbramiento y prevención haya causado debido a que no solo representa en el argot popular y en significativas teorías sobre el trabajo, el atributo más elogiado en el ser humano por considerársele como una posibilidad muy propia que configura mundo, sino también el más interrogado y temido por su carácter violento y alienante en algunas sociedades. Suele aludirse que el trabajo significó separación de nuestra animalidad para convertirnos en seres vivos civilizados. Es decir, en seres vivos más cercanos a la cultura que a la naturaleza. En este mismo proceso:

 

“En el paso del animal al hombre -del cual sabemos bien poca cosa-, se halla la determinación fundamental. Se nos escapan, sin duda, de manera definitiva, todos y cada uno de los acontecimientos correspondientes a ese paso. Con todo, estamos desarmados menos de lo que parecería de entrada. Sabemos que los hombres fabricaron herramientas y que las utilizaron a fin de proveer a su subsistencia; luego -sin duda no se tardó mucho-, para menesteres superfluos. En una palabra, los hombres se distinguieron de los animales por el trabajo. Paralelamente, se impusieron unas restricciones conocidas bajo el nombre de interdictos o prohibiciones”.[1]

 

Se especula que es a partir del surgimiento del trabajo y de la aparente separación de nuestra faceta natural que nace propiamente la censura, aunque paradójicamente también la variación de distintas prácticas humanas como la sexualidad, la muerte, entre otras. En este paso tales experiencias se implican ya bajo una gradual organización y determinadas prohibiciones. En el caso del paso de la muerte natural a la muerte ritual, comienza a haber un cálculo sobre los cuerpos acaecidos que determina las formas de manipularlos, al mismo tiempo que surge la prohibición sobre el cadáver. Se instauran lugares concretos para enterrarlos, sanciones graduales en sociedades más avanzadas en caso de transgredir. En suma, el trato con el cadáver se limita por el horror generado por su desorden, su violencia y amenaza de contagio a la vida humana. Desde la interpretación batailleana lo develado en la muerte ritual, en la consciencia de la muerte introducida por el surgimiento del trabajo ligado al nacimiento de la sepultura y la prohibición del cadáver, es la oposición entre el mundo organizado que supone aparente estabilidad para la vida humana y el mundo violento que implica un retorno al desorden en la vida humana. Siendo el mundo del trabajo una de las representaciones por excelencia del mundo organizado, mientras que el cadáver simboliza el desorden. Pues amenaza con contagiar a los que sobreviven, evidencia la violencia implícita de la muerte y de la existencia misma; sugiriendo verdades incómodas como metáfora. Mientras la muerte ritual y el surgimiento del trabajo proponen una economía sobre el cadáver (e implícitamente sobre la existencia), el cadáver manifiesta crudamente el destino inevitable de los hombres e interroga sus ambiciones:

 

“La razón no dominaba todo su pensamiento, pero lo dominaba en la operación sobre el trabajo. Hasta el punto de que un primitivo pudo concebir sin formularlo un mundo del trabajo o de la razón, al cual se oponía un mundo de la violencia. Ciertamente, la muerte difiere, igual que un desorden, del ordenamiento del trabajo; el primitivo podía sentir que el ordenamiento del trabajo le pertenecía, mientras que el desorden de la muerte lo superaba, hacía de sus esfuerzos un sinsentido. El movimiento del trabajo, la operación de la razón, le servía; mientras que el desorden, el movimiento de la violencia arruinaba el ser mismo que está en el fin de las obras útiles. El hombre, identificándose con el ordenamiento que efectuaba el trabajo, se separó de estas condiciones de la violencia, que actuaban en sentido contrario”. [2]

 

Si tenemos en cuenta que desde inicio el trabajo dirige tácitamente a la humanidad hacia la utilidad y al cálculo que es donde supuestamente se augura estabilidad a la vida humana, en tanto se huye de lo fatídico y ambiguo del existir, podemos decir, ya que el trabajo denota desde este momento cierta característica alienante del propio existir del trabajador, pues le supone una distancia considerable respecto a lo más soberano y esencial que tiene. Esto en el sentido de que durante la labor el humano se halla en una especie de alienación respecto a otras actividades que relega mientras labora porque su labor justamente implica enfoque en propósitos concretos y también porque la separación entraña un alejamiento radical de su experiencia interior de actividades lúdicas, libres y desgarradoras que le pueden transformar y tener otra recepción de su ser, de su habitar en el mundo. El trabajo le somete a lo útil y le retrae de esta posibilidad. Resultando irónico que en afán de erradicar la violencia implícita de nuestro existir, sugiriendo un orden alterno supuestamente menos violento o que reprime tal violencia de nuestra existencia enigmática, hemos derivado otro tipo de violencias; violencias más estructuradas. Al menos desde el concepto y vivencia tenida sobre el trabajo actual podemos dar fe de su violencia sutil.

 

Vemos por otro lado, que el trabajo funge un rol relevante en la economía misma de la vida, es decir, vemos cómo sesga nuestra hermenéutica y praxis sobre la vida misma. Por ello, no es tema cualquiera. De algún modo le organiza y, sin embargo, algo enfático subrayado por Bataille y que retomo es que, pese a que el mundo organizado y del cálculo como lo representa el trabajo, pretenda someter y organizar a su mismo ritmo a sus subyugados, estos tampoco terminan sometiéndose del todo. Existe cierta soberanía en ellos que se rebela a someter su producción, su espíritu, su existencia, su praxis ética y política a la utilidad. Que siempre le sugiere la posibilidad de otros modos de experimentación respecto a su existir y que son los que precisamente no siempre encarna potentemente dadas sus circunstancias alienantes. Siendo quizá el exceso de adoctrinamiento el que atrofia el desarrollo espiritual e intelectual. Justo esta falta de arrojo espiritual y, sobre todo, de análisis minucioso de las causas de su circunstancia sea obstrucción a otros modos potenciales de su ser. De ahí la importancia de retomar el ejercicio crítico intelectual.

 

Y aquí cabe precisar el sentido aludido de intelectual, pues comúnmente se precipita al pensársele desde la vacuidad porque no se le ve provecho inmediato, pero lo que pocas veces se toma en cuenta en situaciones donde se tergiversa el asunto es que, tampoco puede haber lucha profundamente sensible ni consciente en la ignorancia de la cuestión abordada, o sea, desde el mero impulso. Ya que siempre corre el peligro de reducir las problemáticas que nos acucian en el impulso sin crítica a las posibles causas. De algún modo el ejercicio intelectual (profundo) resulta necesario para la comprensión y la transformación; en este caso, por ejemplo, necesitamos de él para un pensamiento deconstructivo del trabajo. Aun cuando comúnmente se piense como un desgaste inútil al ejercicio intelectual o a la creación íntima desde tal perspectiva, son justamente ese tipo de actividades inútiles -sin el sentido peyorativo- las que quizá deberíamos procurar. Bataille elogia constantemente las actividades íntimas porque ve posibilidad soberana en ellas, además de invención de respuesta ante nuestra circunstancia y ante el desorden afectivo que nos causan. Mientras el trabajo extremadamente servil en su violencia termina consumiéndonos de tal modo que anula el juego de dichas posibilidades soberanas.

 

La tesis se dirige a que sin ese desgaste aparentemente inútil y violento, anímicamente que suscita el experimentarnos de otros modos puede obrarse: disrupción, diferencia, deconstrucción e invención de otras concepciones y praxis. El experimentarnos desde el ejercicio crítico-intelectual, del impulso creativo, de lo lúdico y desde la experiencia interior ofrece apertura, mientras que el experimentarnos desde el mundo organizado del trabajo -sobre todo, del plustrabajo, del trabajo enajenado- sofoca tales posibilidades alternas. De ahí alguna razón para salvaguardar el instante inútil y no adherirnos por completo al discurso de la “utilidad patológica” que corrompe en nuestra contemporaneidad y nos autodestruye. Pues, pretende someternos a su mismo ritmo, a su compulsión. Someter a nuestro ser encarnado a la lógica del cálculo y el orden extremo cuando, nuestro existir por definición implica lo contrario: más aporía que lleva a la crisis, al desorden; transformación constante y no un orden exacto. Por esa razón, quizá también sea oportuno reivindicar el lugar del pensamiento mismo, de la actividad intelectual, pero no desde el entendido común reduccionista de sus aporías, ni tampoco adhiriéndonos al extremo que exacerba sus ficciones derivadas como lo podrían ejemplificar el acriticismo logocentrista y antropocéntrico, sino desde una concepción amplia que lo problematice.

 

Ya que la profundización y crítica del pensamiento, aunque quizá se piense como asunto diferente al convocado: al concepto de trabajo y al análisis de otras maneras de relacionarnos con él; existen conexiones entre trabajo y pensamiento que, aunque no son evidentes de primera mano, se relacionan en tanto el trabajo se sustenta en el cálculo engendrado por el pensamiento. Sin embargo, a la par que lo propicia, también lo cuestiona. La estabilidad aparente brindada por la vida organizada del pensamiento y el trabajo también es cuestionada por el mismo pensamiento que la engendra. En la crisis y angustia las ficciones derivadas del pensamiento y el trabajo son cuestionadas, volubles. La hermenéutica y praxis instauradas por estos, su economía, resultan perturbadas. Por lo tanto, la hermenéutica y la vivencia de la existencia misma cambia, se conmueve, sufre movimiento interior. Lo cual conlleva a que la vida organizada tal como la concebimos en lo común difiera gracias al mismo pensamiento que la instauró. Hay en nuestro pensamiento potencia tanto de creación como de deconstrucción de lo creado. Y, aunque esto pudiese ser aporía triste del pensamiento, como alude Steiner, también hay alegría ambigua en tal aporía. Pues existe posibilidad de discursos y praxis alternas, posibilita actos de memoria y creativos. Si bien, la aporía implica pesadumbre, también apertura.

 

“En todo pensamiento, según Schelling, está radiación y «materia oscura» primigenia contiene una tristeza, una pesadumbre (Schwermut) que es así mismo creativa. La existencia humana, la vida del intelecto, significa una experiencia de esta melancolía y la capacidad vital de sobreponerse a ella… Puede suponer, imaginar, jugar con (no hay nada más serio y, en ciertos aspectos, enigmático que el juego) algo sin saber si es, si podría ser otra cosa distinta. El pensamiento puede imaginar una multiplicidad de universos con leyes científicas y parámetros diferentes de los nuestros. La ciencia ficción genera semejantes «alternativas» … Permite a los gramáticos de nuestra lengua expresar el recuerdo y el futuro, aunque solo raras veces nos detenemos a captar la fragilidad lógica del futuro verbal…En frentes absolutamente decisivos no llegamos a ninguna respuesta satisfactoria, mucho menos concluyente, por inspirado y coherente que sea el pensamiento, ya sea individual o colectivo, ya sea filosófico o científico. Esta contradicción interna (aporía) está destinada ambigüedad, es inherente a todos los actos de pensamiento, a todas las conceptualizaciones e intuiciones. Escuchad atentamente el tumulto del pensamiento y oiréis, en su centro inviolado, duda y frustración.” [3]

 

Es apertura paradójica si se quiere, pero no deja de representar alternativa, mientras la hegemonía del trabajo alienado y del pensamiento instrumental, mantiene inerte respecto a nuestra condición, respecto a la posibilidad misma. Que, si bien esta observación no va hacia un entendido progresista-positivista sobre las posibilidades del pensamiento, sí pone de relieve que el desgaste afectivo inútil implícito del pensamiento y la experiencia interior (retomando a Bataille), pueden tener implicaciones relevantes para nuestra existencia en muchos aspectos, sobre todo, respecto a posibilidades éticas y políticas. En este caso, respecto a posibilidades éticas y políticas sobre el concepto de trabajo y la relación mantenida con este. Debido a que en esta experiencia de crisis del concepto de trabajo y de la relación con el mismo, es que surge la posibilidad latente, la posibilidad de la diferencia, la posibilidad de la soberanía. Claro está que dicho pensamiento, aunque es el mismo de cierto modo, no puede ser un pensamiento meramente calculador o instrumental, sino un pensamiento con apertura a la afección del existir. Y en esto básicamente dista el pensamiento instrumental del trabajo, tal como lo vivimos del pensamiento que se presenta como un desgaste inútil y se autodesgarra. Contrario a lo que podría pensarse en la simpleza de la cuestión, ese derroche inútil afectivo guarda no solo ambigüedad y horror para la vida humana, pues se ha pensado a esto como lo más violento y, no obstante, es aún más violenta la vida sin cuestionamiento de la vida organizada-utilitaria que el arrojo a esta violencia primigenia de nuestro ser que también podría guardarnos la sorpresa de lo diferente, de la invención; en este caso, de la invención de otros modos de concebir y vivir el trabajo, la existencia. Pues, son violencias distintas con posibilidades distintas, mientras una arranca la posibilidad de lo que difiere, la otra acerca a lo que difiere. Y, ¿qué por nombre propio difiere de nuestro existir, de nuestra comprensión? Lo otro metafórico y literal. Mientras lo utilitario nos escinde de lo otro en su potencia vívida, el desgaste vital en lo inútil y en la experiencia interior, -paradójicamente, podría pensarse- puede ser hospitalario a lo otro. Hospitalario a: discursos distantes de lo hegemónico, al misterio entrañado de nuestro existir individual como colectivo que podría derivar en invención de discursos o prácticas perfectibles tanto individuales como sociales. Así como hospitalario a la lucha, pues no hay lucha personal ni colectiva sin deconstrucción implícita que no tenga previamente rasgos de crisis, de experiencia interior, sobre todo, de soberanía. Soberanía no abundante en el trabajo enajenado ni en la conciencia servil patológica que, al contrario, está adoctrinada, sin apertura.

 

Debido a que entre tantas obras útiles que en el día se le exigen al trabajador, se le escinde la posibilidad potente de experiencia interior y experiencias soberanas. Con tales, Bataille refiere a experiencias inevitablemente incómodas y angustiantes, pero que no solo tienen el matiz de alterar el orden en que tal humano se fundamenta, sino que, paradójicamente, también significa apertura a intimar con su ser de otro modo no característico de la vida utilitaria, sino característico de lo que no obedece a un fin concreto y transgrede el orden. Este tipo de experiencias son apertura radical a la vida misma y a nuestras potencias más soberanas que van desde la muerte, la libertad, la literatura hasta el erotismo, por mencionar algunas. Ya que en estas experiencias siempre hay algo que excede a nuestra razón y al orden de modo violento cuestionando de manera inevitable a lo que tan afanosamente nos adherimos diariamente y que obnubila esta otra relación con nuestro ser en la vida. Cuestionando potentemente al mundo del trabajo porque, estando inmersos en estas experiencias interiores, nos topamos con el sinsentido mismo de nuestro habitar y de su implicación. Haciendo analogía, mientras el trabajo apacigua el misterio, el horror y la atracción ambigua que suscita existir, las experiencias soberanas, al contrario, nos devuelven a ello. En Bataille esto tiene consecuencias importantes, pues en su interpretación no solo reivindica una filosofía de lo no servil o de la contemplación, sino que tiene tintes políticos y éticos que se leen entre líneas.

 

Al criticar al servilismo mezquino y a la traición de nuestras posibilidades de soberanía debidas al obnubilamiento provocado por el discurso del cálculo y la estabilidad sofística, se juega una postura política y ética respecto al trabajo. Sus intuiciones son interesantes en cuanto a que resignifica las posibilidades de lo inútil, en él tal concepto no deviene en interpretación peyorativa tradicional. Al contrario, pueden leerse las consecuencias graves de tal marginación del concepto y de su vivencia en la sociedad e individualmente. Podría decirse que nos alerta de los peligros tanto existenciales, éticos como políticos de confiar nuestra existencia al mero trabajo que se rige por la utilidad; por lo menos, sugiere reserva ante tal escenario e invita a retraducir la significación de lo no útil en nuestra existencia. Como de profundizar en la curiosa paradoja de que exista tal polaridad en nosotros de: lo útil y lo inútil como potencias. Similar a Marx, Bataille también llega a la intuición de que algo hay de alienante en el trabajo, especialmente en el plustrabajo contemporáneo que conocemos y vivimos. Ya que, laborar se caracteriza por separar al que lo ejerce de su vida íntima para trasladarlo a un ejercicio externo donde sus intereses y sus sentires más profundos nada tienen que hacer, en cambio, deben sosegar. Ya sea de una manera coercitiva o no, estos la mayoría de las veces terminan supeditándose a la utilidad y relegándose principalmente a los breves momentos del espacio privado. Logrando romper este ciclo utilitario en la transgresión, en el ejercicio de su libertad y en la apertura incómoda que no necesariamente es patológica a como se le hace ver. Pues, es aún más patológica y violenta la adhesión a la vida utilitaria que cierra la posibilidad de transformación que, el desgarre que simboliza apertura y posibilidad de transformación.

 

“Esos sentimientos no tienen nada de enfermizo; pero son, en la vida de un hombre, lo mismo que la crisálida para el animal completo. La experiencia interior del hombre se da en el instante en que, rompiendo la crisálida, toma conciencia de desgarrarse él mismo, y no la resistencia que se le opondría desde fuera. La superación de la conciencia objetiva, limitada por las paredes de la crisálida, está vinculada a esa transformación”.[4]

 

La transgresión es fundamental en este asunto al perturbar el orden establecido que no siempre es el más deseable, aunque sea por breve u osado momento. Justamente esto le hace posibilidad ética y política, pues parecido a una epojé, pone en tela de juicio la hermenéutica misma de nuestro existir y, con esto también se dice, de concepciones sobre actividades humanas como, por ejemplo, el trabajo. Que, si bien, Bataille no desarrolla esto de manera tan directa, sí podría ser algo en juego dentro de su pensamiento, algo que podría reapropiársele. Debido a que en esta epojé primaria de la cultura, de la concepción del mundo del trabajo enajenado y del pensamiento instrumental, existe la posibilidad de que en dicha experiencia interior pueda suscitarse en nosotros no solo la experiencia de nuestro ser vívido o su contemplación silenciosa y excedente, como aludió en múltiples ocasiones, sino que ese movimiento también trae consigo disolución momentánea de los discursos hegemónicos que bien podría prolongarse y detonar en impulso deconstructivo potente.

 

Haciendo eco de Bataille cabe plantearnos ¿por qué en nuestra contemporaneidad la experiencia interior y toda experiencia inútil se relega? Si, como vimos, probablemente sean las experiencias que mayor impacto espiritual puedan tener en nosotros y las que, incluso, podrían ser impulsoras de transformación que va desde la catarsis personal hasta la catarsis social que pueda devenir en algo por venir. Dicho de otro modo: ¿por qué tanto miedo al ocio, al goce, a lo contemplativo, a la crisis, a lo que vaya más allá de la utilidad? ¿será fortuita tal marginalidad o será acaso que tales conceptos y vivencias han sido marginalizados adrede por lógicas subyacentes de discursos hegemónicos? ¿será que, parecido a la crítica de Marx, algo tengan que ver las relaciones concretas de trabajador y producción? ¿el trabajo realmente sofoca la violencia o induce a otras violencias? ¿el trabajo en todos los casos dignifica? ¿podrían ser las actividades no serviles (la experiencia interior, las experiencias soberanas inútiles) posibilidad de emancipación? Son algunas de las tantas preguntas que podríamos hacernos hasta el momento. Ya que, si como decíamos, en afán de aparente deseo de estabilidad y de pretender el adormecer nuestro sentir vívido respecto a nuestra existencia, terminamos dogmatizados por el discurso económico, esto es, por el del cálculo y la organización que suponen el trabajo enajenado y el pensamiento instrumental, terminamos presos de la violencia generada por tal mundo. Entonces convendría replantear desde la crisis, desde la crisis del concepto y de la experiencia del trabajo y del pensamiento. Pues ya veíamos líneas atrás las conexiones entre ellos. Entre otros conceptos que deberían ponerse entre paréntesis, escudriñarse.

 

Hacia este matiz se derivará la intuición batailleana sobre el rol del trabajo en la vida humana; sugiriendo el replanteamiento de la hermenéutica tradicional de su concepto y su experiencia en nuestro existir. Siendo de su interés aquellas experiencias marginadas por esta interpretación hegemónica. Trayendo a colación en la resignificación de lo inútil, el tópico de lo digno en lo contemporáneo. Pues, resumiendo la crítica, Bataille nota que implícitamente lo digno es entendido comúnmente bajo la mera utilidad y, sin embargo, hay actividades que no son útiles, pero que podríamos considerar como dignas. Para él no toda actividad humana debe ser útil para ser digna, por otro lado, acentúa que suele equipararse la utilidad que quizá sí implica un beneficio común con lo extremadamente servil. Servidumbre que, contrario a lo pensado, sería esta la que nos mata tanto literal como metafóricamente. Y, en ese sentido, lo que hay en su interpretación se parece a Marx en cuanto ambos critican la servidumbre del concepto contemporáneo de trabajo, el acriticismo adoptado frente a los discursos utilitaristas hegemónicos. Ambos sugieren, por otra parte, resignificar la hermenéutica y la praxis del trabajo. Aunque adoptan caminos distintos de interpretación en algunos puntos y sugieren causas y soluciones con diferentes precisiones, en ambos es notable el cuestionamiento hacia el trabajo tal como lo concebimos y practicamos. Además de subrayar a la enajenación como factor en juego relevante en esta tarea, aunque tal factor sea explicado de modos algo distintos.

 

Se dan cuenta que cierto tipo de concepto del trabajo somete a la libertad humana y lo separa de su espacio íntimo para trasladarlo a un espacio ajeno que no contribuye a la expansión espiritual, sino a la pobreza espiritual y hasta a la pobreza física, como señalará enfáticamente Marx. Que, aunque hay diferencias fundamentales entre ambos, subrayemos por el momento tales puntos parecidos que sugieren una alienación del humano en el mundo del trabajo. Por ello, Bataille, insiste mucho en aquellas experiencias que no se someten a la utilidad compulsiva y que proveen otras posibilidades como la literatura:

 

“Solo escribo auténticamente con una condición: burlarme de esto y de aquello, pisotear las consignas. Lo que a menudo distorsiona el asunto es la preocupación por ser útil que tiene un escritor débil. Cada hombre debe ser útil a sus semejantes, pero se vuelve su enemigo si no hay nada en él más allá de la utilidad. La caída en la utilidad por vergüenza de uno mismo, cuando la divina libertad, lo inútil, acarrea la mala conciencia, es el comienzo de una deserción. Se les deja el campo libre a los arlequines de la propaganda… Por qué no destacar en estas circunstancias en que cada verdad resalta el hecho de que la literatura rechaza de manera fundamental la utilidad. No puede ser útil porque es la expresión del hombre -de la parte esencial del hombre- y lo esencial en el hombre no es reductible a la utilidad. A veces un escritor se rebaja, harto de soledad, dejando que su voz se mezcle con la multitud. Que grite con los suyos si quiere —mientras pueda—, si lo hace por cansancio, por asco de sí mismo, solo hay veneno en él, pero les comunica ese veneno a los demás: ¡miedo a la libertad, necesidad de servidumbre! Su verdadera tarea es la opuesta: cuando revela a la soledad de toda una parte intangible que nadie someterá nunca. A su esencia le corresponde un solo fin político: el escritor no puede sino comprometerse en la lucha por la libertad anunciando esa parte libre de nosotros mismos que no pueden definir fórmulas, sino solamente la emoción y la poesía de obras desgarradoras. Incluso más que luchar por ella, debe ejercer la libertad, encarnar por lo menos la libertad en lo que dice”.[5]

 

Como vemos en el ejemplo de la literatura, la intuición batailleana de que la vida humana no puede reducirse a la utilidad se sustenta en que, de solo seguir este afán, el humano mismo estaría anulando su posibilidad de realización espiritual, aniquilándose lo quizá más digno que podría tener, a saber, probablemente su libertad. Advierte que hay actividades de la vida humana que implícitamente ejercen soberanía, transgreden formas culturalmente aceptadas, hacen frente a nuestra sociedad enajenada y que, por ello son actividades de resistencia a tal sometimiento, a tal deshumanización suscitada en el utilitarismo servilista. Por eso este pensador en particular se sale mucho de la convención que propone virtuosos a los discursos exacerbados sobre el trabajo y que contraponen peyorativamente a la inutilidad. Sugiriendo la tesis provocadora y tremendamente profunda de que lo político comienza incluso en esta sutileza de ejercerse de modo libre en la inutilidad. El ejemplo de la literatura da cuenta perfectamente de la tesis desglosada, pues, si siguiendo discursos utilitaristas sometiéramos nuestros escritos, nuestro impulso de escribir a la propaganda, a la moda, a la necesidad, lo que ahí devendría no implicaría encarnar la libertad potencial tenida, ni encarnar la experiencia interior. Contrario, sería anularlas con todo lo implicado.

 

Por otro lado, podemos aludir su cercanía con Marx en cuanto a que ambos hallan en el trabajo una fuerte repercusión en la vida humana en general. Para ambos, tal concepto, tal vivencia del concepto representa consecuencias fundamentales para la interpretación y desarrollo de la vida humana; para ambos, tal tópico no es un tema baladí, sino un punto clave para rastrear muchos de los sufrimientos y pobreza, tanto espiritual como física en la humanidad. Esto último especialmente en Marx que en Bataille que no profundiza tanto en las condiciones materiales. A pesar de que Marx es muy enfático en la relación trabajador-producción y de ahí deriva su comprensión en torno a las relaciones serviles de diferente modo que Bataille en matices más concretos relacionados con un acto de memoria y crítica hacia la economía política, ambos se parecen en su crítica a un concepto servilista sobre el trabajo que predomina en nuestra contemporaneidad y que necesita ser repensado por sus implicaciones existenciales-sociales:

 

“De la relación del trabajo enajenado con la propiedad privada se sigue, además, que la emancipación de la sociedad de la propiedad privada, etc., de la servidumbre, se expresa en la forma política de la emancipación de los trabajadores, no como si se tratase solo de la emancipación de estos, sino porque su emancipación entraña la emancipación humana general; y esto es así porque toda la servidumbre humana está encerrada en la relación de trabajador con la producción, y todas las relaciones serviles son solo modificaciones y consecuencias de esta relación”.[[6]]

 

Aunque puede aludirse que nuestra situación existencial no solo depende de nuestra voluntad, sino de las relaciones de producción de nuestro tiempo, esto es, del concepto y vivencia de trabajo enajenado, de la propiedad privada, de las luchas tensas en las que nos encontramos; no deja de ser importante el punto que Bataille y otros pensadores visibilizan sobre la relación del trabajo y la utilidad. Relación que, procediendo similar a Marx, tampoco es una relación fortuita, sino una situación influenciada por sucesos, conflicto de intereses, instauración de ideales éticos a conveniencia. Pues, vemos no solo en nuestra sociedad, sino probablemente a partir de la edad media a la edad moderna y después de las diversas colonizaciones de América la acentuación del rechazo al ocio, mientras que el trabajo como dignidad se posiciona como doctrina a seguir. La idea de la utilidad como lo digno comienza a prevalecer a tal punto de un enfático rechazo a lo íntimo y a todo aquello que vaya más allá de la utilidad. No obstante, tal doctrina no se aplica uniformemente, sino solo a un sector de la población (para aquellos que, en clave marxista, no sean dueños de los medios de producción, o sea, aplicable para los trabajadores). En tal sentido, ese discurso resulta tremendamente sofístico, además de doble moral, pues a partir de un determinado concepto de virtud en la sociedad, es como de primera mano se fundamenta el concepto de trabajo parecido al que hoy recibimos y el modelo de vida a seguir. En otras palabras, a partir de tales discursos hegemónicos de virtud es como se comienza a cimentar el trabajo enajenado que se caracteriza por supeditar todo a la utilidad y marginalizar todo aquello que no se adecue a su lógica. Pues incluso aunque nuestra sociedad se caracteriza por la variedad en experiencias y en el goce, al final no resulta necesariamente en un goce o experiencia interior profunda, sino en banalidad distante de lo íntimo y de la crisis. Algo superficial sin mayores consecuencias ni transformaciones internas. No implica ejercicio soberano, a veces incluso representa simplemente moda o parecido que, en el fondo también podría traducirse como una forma más de adoctrinamiento, adormecimiento.

 

“Al mismo tiempo que ocurrió el descubrimiento de América, surgió un movimiento cultural en Europa Occidental denominado Renacimiento durante los siglos xv y xvi. Fue un periodo de transición entre la Edad Media y los inicios de la Edad Moderna. En el Renacimiento, los ahora llamados empresarios o dueños de las industrias y de los bancos cobraron fuerza no solo económica, sino también escalaron socialmente, lo que obligó a redefinir el concepto de ética y virtud; como consecuencia, la Iglesia católica se dividió por el movimiento protestante, ahora el trabajo dignifica al hombre y la riqueza es el resultado de una vida laboriosa que Dios bendice”.[7]

 

Tal consigna de la dignidad del trabajo retumba hasta nuestros días desde el argot popular hasta distintos pensamientos que le analizaron. Cuestión nada trivial si pensamos que fue definiendo cómo debería vivirse y en qué supuestamente consistiría la dignidad personal como colectiva. Voltaire, por ejemplo, pensaba al trabajo como un remedio al aburrimiento, al vicio y la necesidad. Consideraba implícitamente al ocio y al goce como un mal en sí mismo a evitar. Algunos pensadores como Voltaire no solo consideraron al trabajo desde su sentido productivo, sino desde su sentido pedagógico; desde su perspectiva el trabajo adoctrina el cuerpo y el espíritu de modo que con tal adoctrinamiento se reprimiría o suprimiría tal mal potencial. Encaminando de este modo a la persona a la “rectitud moral”. Sin embargo, en esta concepción no se capta que, precisamente el concepto y la práctica misma del trabajo, es quien podría estar alejando de esta “rectitud moral” y provocando necesidad (al menos en el caso del plustrabajo contemporáneo). Y, aunque quizá suene anacrónica la comparación, tal figura ejemplifica y se asemeja a la concepción pedagógica relativamente popular que tenemos acerca del trabajo. Lo cual da para preguntar por qué justamente en una larga tradición de pensadores se ha considerado esto como el modelo a seguir y no a lo que actualmente es más marginalizado. De hecho, la pregunta no es nada baladí y quizá en este contexto deberíamos tomárnosla más en serio, ya que es a partir de esta lógica que en gran medida se cimenta el derecho laboral, la política y hasta los límites éticos considerados en el debate de la cuestión. Nuestra vida contemporánea está muy conectada con las premisas que hemos estado sugiriendo a lo largo del texto y, sin embargo, la ausencia de tales premisas en los debates actuales prevalece; incluso pareciese como si no hubiese un interés serio de memoria ni de reflexión comprometida.

 

Por un lado, en cierta tradición de pensamiento se exacerba tal actividad porque desde la autobiografía contada como humanidad se representa al trabajo como la actividad propia del hombre, la coyuntura entre animal y hombre. Por otro, se exacerba su carácter ordenado (esto es, su carácter configurador) y pedagógico (esto es su carácter reformador o normalizador). El problema es qué tanto se siguen tales aseveraciones y si tales aseveraciones se compaginan en lo concreto. Primero, es cuestionable que la frase dicha sin más del: “trabajo dignifica”, sea vigente. Dado que, ¿cómo podría dignificar un concepto y praxis de trabajo que mata o enferma tanto física como espiritualmente? ¿Es el trabajo enajenado compatible con la dignidad? O es precisamente aquel el que arranca tal posibilidad. Por ello resulta dudoso que cualquier concepto y praxis del trabajo pueda dignificar a la persona encarnada que lo ejerce, entonces no necesariamente se sigue que todo trabajo dignifique. Por eso mismo hemos insistido que resulta sofística tal aseveración, pues encubre la falacia so pretexto de un discurso de virtud también cuestionable. Además de que dicho discurso oculta el devenir de tales conceptos; en el reduccionismo del asunto se ignora el proceso de tales conceptos. Se evita todos los actos que retrotraigan a una memoria y, sin embargo, tales acepciones no son ingenuas, ni surgieron espontáneamente.

 

Cosa contraria, han suscitado de procesos que quizá no deberían ignorarse, pues en ellos se juegan lógicas que han ido tomando terreno quitando de este modo otras posibilidades. Segundo, tampoco es seguro que este tipo de trabajo pueda ser pedagógico o que encamine “a la virtud”, pues ni siquiera cultiva la virtud personal (esta entendida desde un modo amplio y más en el sentido de experiencia interior o experiencia soberana ya revisada) y colectivamente tampoco es seguro que un ambiente tal encamine hacia la solidaridad comunal. Pues, tanto individualmente como en su pertenencia social, termina pensándoseles más como medio que como fin. Aunque en teoría sí se le considere a la persona como un fin y una dignidad, desde la postura kantiana hasta la ética más popular de nuestra contemporaneidad. Y justo esta observación de la pérdida del ser genérico del humano, como le gustaba aludir a Marx, nos da cuenta de cómo un concepto de trabajo enajenante puede comprometer hasta tal nivel la vida en su conjunto (su praxis y su hermenéutica):

 

“Por eso precisamente es solo en la elaboración del mundo objetivo en donde el hombre se afirma realmente como un ser genérico. Esta producción es su vida genérica activa. Mediante ella aparece la naturaleza como su obra y su realidad. El objeto del trabajo es por eso la objetivación de la vida genérica del hombre, pues este se desdobla no solo intelectualmente, como en la conciencia, sino activa y realmente, y se contempla a sí mismo en un mundo creado por él. Por esto el trabajo enajenado, al arrancar al hombre el objeto de su producción, le arranca su vida genérica, su real objetividad genérica y transforma su ventaja respecto del animal en desventaja, pues se ve privado de su cuerpo inorgánico, de la naturaleza. Del mismo modo, al degradar la actividad propia, la actividad libre, a la condición de medio, hace el trabajo enajenado de la vida genérica del hombre en medio para su existencia física. Mediante la enajenación, la conciencia del hombre que el hombre tiene de su género se transforma, pues, de tal manera que la vida genérica se convierte para él en simple medio”.[8]

 

A propósito, la crítica marxista se conecta con lo que convocábamos porque pone de manifiesto que la concepción de trabajo popular que tenemos está en gran medida enajenada. En nuestro contexto, el trabajo es un simple medio, no tenemos una concepción más profunda de este que lo indague hasta sus últimas consecuencias. Al contrario, el trabajo encarnado que conocemos se caracteriza por ser degradante para la persona que labora. Le implica servilismo, le arranca libertad y le quita sentido de pertenencia. Si algo se resalta de este tipo de trabajo es la deshumanización sustituida por la cosificación del que trabaja. Por ello, no puede haber dignidad elemental en este tipo de trabajo (de hecho, ni siquiera alcanza a cubrir la dignidad corporal del trabajador). Para Marx, solo desde un planteamiento más amplio sobre el trabajo es que el humano podría recuperar su vida genérica activa, al mismo tiempo que surgir otro tipo de concepción sobre la vida y praxis del trabajo. Pues, como alude, quizá en ello no solo se juega la suerte de los trabajadores activos, sino la emancipación de la humanidad misma, al menos se juega su reinterpretación. Esto por la razón de que su concepto y su vivencia están íntimamente ligados a la interpretación y a la manera como se ha economizado a la vida misma en nuestra contemporaneidad. Porque, al escudriñar en el concepto, encontramos lógicas de otros conceptos ligados que conforman la interpretación global de nuestro existir, que inevitablemente lo permean a no ser que exista una lectura deconstructiva, catártica.

 

Coincidimos en ese sentido en que: 1) hace falta un replanteamiento del concepto de trabajo que amplíe tanto sus problemáticas subyacentes como sus posibilidades marginalizadas por el discurso popular, 2) este replanteamiento del concepto hegemónico de trabajo necesita deconstrucciones perfectibles y exhaustivas que indaguen el proceso previo a su formación para desentrañar sus supuestos implícitos, esto es, que reflexión sobre su lógica y sobre el origen de dicha lógica, 3) tales deconstrucciones por venir son factibles en la medida de un acto de memoria atenta inicial, de lectura entre líneas y de apertura radical. De apertura tanto al desorden de la existencia, del pensamiento afectivo, de las aporías, de la actividad que implica desgaste, esto es, desde la apertura que la inutilidad de este tipo de experiencias nos brinda. Desde la apertura que implica experimentar la crisis misma del concepto de trabajo, experimentar la volubilidad de su orden que solo puede darse desde la afectividad, del pensamiento que puede conmoverse y rendirse a su crisis inútil. Y no desde el pensamiento instrumental y económico que sugiere el mundo utilitario y organizado del trabajo. Pues, justo la experiencia deconstructiva es transgresión, es apertura.

 

 

De los centinelas de la salud mental a los centinelas de las relaciones instrumentalizadas

 

En nuestro contexto ya abundan las alusiones que proponen velar también por la integridad emocional del trabajador, además de la integridad física. Quizá más que en otras épocas estemos viendo brotar en abundancia el interés en la psicología por parte de las empresas y de lo legislativo en referencia a los debates laborales que se suscitan. Especialmente de la psicología organizacional y laboral, punto notable si consideramos que hasta hace no mucho la psicología, que oscila entre una disciplina humanística y “científica”, era no tan bien vista por su lado humanístico que siempre generó desconfianza. Como ya es costumbre, tal desconfianza se generó básicamente porque lo humanístico trata con las complejidades humanas que no necesariamente son constatables, ni sencillas de aprehender y, ante un escenario positivista, por ejemplificar, el lado más humanístico de la psicología no encajaba tan bien con la visión positivista que una de sus tesis centrales justamente era la constatación empírica y la adhesión al método científico. Aunque en algunas posturas más flexibles se mantenía la reserva respecto a su estatus, dicha reserva tenía la condición de que tal se adhiriera al método y que adquiriera enfoque de ciencia.

 

En ese sentido, parecido al tono de la crítica heideggeriana lanzada al positivismo sobre las diferencias entre el proceder científico y el proceder de las humanidades (especialmente de la filosofía), la psicología al tratar con humanos se topa con que “Su verdad es esencialmente la verdad de la existencia humana”.[9] Es decir, aunque tal frase está dirigida a su dilucidación sobre la verdad en filosofía, esta puede extenderse de algún modo a la psicología. Ya que el tipo de verdad que se juega en la psicología, al menos en su lado más humanístico, no es de una universalidad positivista, digamos. Si no que la verdad que ahí se juega es la de la existencia humana y esta verdad no debe entenderse desde el sentido de certeza positivista, sino desde un enfoque de verdad más amplio que incluso pone de manifiesto las aporías de nuestro existir. El psicoanálisis, por ejemplo, ponía de manifiesto con mayor contundencia esta revelación. Por tal motivo tradicional se rechaza en inicio a la psicología y sobre todo al psicoanálisis, resulta entonces sorprendente el renovado interés en esta. Dado que, desde su lado más humanístico, más ambiguo y de aporía era rechazada y, sin embargo, ahora que se ha inclinado más del lado cientificista amparada del desarrollo de las neurociencias, parecería haber resucitado de una forma muy particular. Pues lo que en tiempos pasados fue crítica, encarnizada hacia la cultura, sus instituciones y a lo que implícitamente conlleva una sociedad donde prevalece el cálculo, hoy parece simple adhesión acrítica a lo que antes criticó. Siendo Freud uno de los representantes más clásicos de tal crítica.

 

Por tales razones, no es descabellado desconfiar de la aparente preocupación por la situación mental de los trabajadores en las empresas y la incorporación de psicólogos enfocados en la psicología organizacional-laboral, ya que, ante esta historia de la psicología misma, parecería un arma de doble filo la relación que se entraña. Pues, ¿es legítima preocupación, humanística preocupación, lo que se está suscitando en tal relación o acaso es hoy la psicología laboral-organizacional aplicada, un instrumento más de sometimiento, de sofística aplicada vestida de cordero? Al menos podríamos señalar que actualmente esta rama está siendo muy solicitada en las empresas debido a que se especula una mayor productividad si el trabajador se halla “mentalmente sano”, si tiene inteligencia emocional y demás. Por eso no es de extrañarnos que ante el supuesto beneficio productivo que le supondría a la empresa la salud mental del trabajador, esta termine interesándose por la disciplina, por el tema de manera simplicista, en el fondo deshumanizada y siempre desde el enfoque redituable. En el fondo de esta lógica sigue habiendo un trato hacia el humano cosificante que lo reduce a medio en sus supuestos. Ya que, no es que toda empresa se preocupe propiamente por el espíritu del trabajador, sino que el argumento sustentado se impulsa en la productividad, por el beneficio que puede acarrear.

 

De ahí que tal enfoque sea dudoso por su lógica utilitarista implícita. Por otra parte, es cuestionable también que, al menos todos los especialistas de tal campo sostengan una postura humanística amplia y crítica (tanto teórica como prácticamente) sobre el asunto. Que, si bien, da para ampliar el debate, es dudoso por el tipo de concepto de trabajo proclamado en algunos. Sobre todo, aquellos que más que dedicarse a la investigación y praxis crítica, solo se dedican a adoctrinar a los trabajadores para que produzcan más sin tener en cuenta un concepto amplio de lo espiritual en el trabajador. Parece entonces que, a la par de trabajar con trabajadores enajenados, ellos mismos son también trabajadores quizá enajenados. Y es que la concepción de trabajo a veces manejada por ciertas corrientes se basa prácticamente en el elogio al servilismo, en el acriticismo al plustrabajo y en la patologización de estados de ánimo divergentes a la utilidad y firmeza. Como testimonio de tal relación sospechosa, basta con revisar algunas posturas sobre la aplicación de psicología organizacional en las empresas para darnos cuenta de que un fenómeno relevante se está dando en esta relación instrumental:

 

“Para Martha Alles (2006), la función básica del trabajo de una persona es el de producir resultados sin importar cuál sea su posición o puesto de trabajo. Siempre interesa que un empleado deje algún tipo de utilidad. Para que estos resultados se concreten, la persona debe conocer “qué se espera” y a su vez recibir feedback, es decir, que alguien le diga cómo lo está haciendo y ser recompensado por ello. Por otra parte, la definición por competencias se relaciona con la mejor manera de lograr objetivos diseñados a su vez en función de esas competencias que llevarían al éxito a la organización”.[10]

 

De cierto modo, seguimos en la ingenuidad de que la incorporación de “lo mental” desde una concepción muy reduccionista del asunto, es de cierta manera innovadora, que implica una esperanza y, sin embargo, esto no concuerda mucho con lo experiencial. “Síndromes” como el burnout manifiestan que aun con la incorporación del asunto mental, con la incorporación de tales profesionales, el sentimiento de insatisfacción y mortificación existencial no cesa. Al contrario, paradójicamente parecería como si en tal incorporación hubiese más desconcierto y desazón experimentada. Pues al trabajador se le plantea un escenario donde este es circunscrito a nociones simplistas de normalidad y patología, donde lo patológico es sentirse agobiado e impotente ante el plustrabajo. Necesitando supuestamente: ser más organizado, plantearse metas, introyectarse los intereses de su empresa en pro de “un bien común” y demás estratagemas. Y donde lo normal supuestamente es sentirse identificado siempre o la mayor parte de las veces con los intereses de donde labora y sentirse, permítaseme la expresión irónica, patológicamente competente tanto en lo que hace, como en su relación con los demás, pues de paso y en algunos casos muy desafortunados le es sugerido “competencia sana” entre ellos.

 

Que más que eso, en nuestra sociedad, se ha traducido en rivalidad, en meritocracia, envidia, autosacrificio y demás que podríamos llamar a cuenta. Por tales motivos, no es sorprendente que el asunto esté tan tergiversado a conveniencia, pues al igual que los otros conceptos que hemos analizado (trabajo, utilidad, inutilidad, dignidad), el sentido de normal y patológico también han tenido un devenir. Detrás de ellos hay historia, lógicas e intereses subyacentes que sesgan la interpretación de estos y que también devienen en prácticas. Por eso mismo no son triviales las minucias que hemos tomado a colación, contrario es, son estas en las que posiblemente deberíamos reparar para replantear la cuestión del trabajo. Debido a que lo que hoy llamamos burnout y que implícitamente denominamos un estado patológico sin más (esto es, sin profundizar), en otras épocas también fue discutido, pero bajo otro nombre y bajo otro análisis. Por ejemplo, en la acepción del trabajo enajenado en Marx, en el intento de Bataille por resignificar la inutilidad y criticar enérgicamente al trabajo servil y propagandístico que mata aspiraciones soberanas. Ya que, si algo pone de manifiesto la acepción de burnout y estas críticas son el desgaste tanto físico como espiritual del que labora:

 

“El Síndrome de Burnout, también conocido como síndrome de aniquilamiento, síndrome de estar quemado, síndrome de desmoralización o síndrome de agotamiento emocional o profesional es considerado por la Organización Mundial de la Salud como una enfermedad laboral que provoca detrimento en la salud física y mental de los individuos. Herbert Freudenberger en 1974 introdujo el concepto de Burnout describiéndolo como una “sensación de fracaso y una existencia agotada o gastada que resultaba de una sobrecarga por exigencias de energías, recursos personales o fuerza espiritual del trabajador”.[11]

 

Ahora, cada una de estas posturas explica tal fenómeno desde diferentes perspectivas y sugiere distintas raíces del problema y soluciones. Mientras que gran parte de la psicología organizacional actual propone herramientas que francamente no profundizan y sí reducen mucho la problemática, también ha habido pensamientos más profundos, sensibles y radicales al respecto como los que hemos convocado y otros que no están aquí, que de algún modo han sido marginalizados, tergiversados o reducidos sus postulados y que, no obstante, pueden darnos luz sobre esta cuestión que ha implicado luchas y mucho pensamiento inherente. Por ello es importante volver a ellos para concientizarnos, deconstruir y situarnos en una postura de invención. No desde cero, sí desde los textos, los pensamientos y las luchas que heredamos para seleccionar y aventurarnos en la invención. Es justo en este proceder de cuestionamiento, de revisión de pensamientos, de resignificación de textos, de problematización de los conceptos y de luchas que pueda brotar sugerencia coherente y auténticamente comprometida. Sugerencia quizá más radical, más libre, propia del que va más allá de la utilidad y del discurso hegemónico, y perfectible; fruto de una primera concientización, de apropiación de la cuestión y de una responsabilidad ética tanto intelectual como práctica, tanto íntima como colectiva.

 

Por dichas razones, meritorio es reparar en la relación de profesionales de la psicología organizacional-empresarios, repasar procesos de la historia de la psicología misma como los que convocábamos en inicio para analizar si en esto podría haber una relación instrumental más que una relación humanística amplia que es bajo la cual se disfraza su incorporación y en nombre bajo la cual se aplica a los trabajadores. El comentario está encaminado a sugerir la importancia de retomar el espíritu crítico y la profundización en tal disciplina. Acercarse más a su lado humanístico que al discurso meramente utilitario y cientificista. Lo cual implicaría repensar conceptos como el trabajo hasta la concepción de humano que hay en sus interpretaciones, ya que, como hemos ejemplificado, abunda el sentido utilitarista y reduccionista en sus concepciones. Y sin embargo, el asunto no es nada simple como para patologizarlo o cerrarlo de antemano en discursos productivos. Contrario, se las ve con contradicciones y misterios profundos de la existencia humana que por tal motivo quizá debería volverse a la intuición planteada por Heidegger de que lo humanístico tiene sus particularidades de estudio y, aunque las respuestas puedan oscilar, poner en un estado de crisis y tardar más en darse desde este camino de interpretación, desde este camino hay apertura a lo que antes mencionábamos. A saber, a la otredad desde una interpretación más vívida, más conmovedora y también más compasiva, solidaria. La diferencia, la renovación, la deconstrucción solo pueden darse desde la apertura; de ahí la importancia de reconsiderar este camino para fomentar otro tipo de concepciones y prácticas sociales como el asunto del trabajo.

 

 

Pensamientos deconstructivos necesarios y por venir del concepto de trabajo

 

Como ya anticipábamos en el análisis de algunos elementos para comprender el concepto de trabajo, el énfasis que se pretende dar en este escrito es que resulta necesario volver a los lugares comunes de las discusiones en torno al trabajo, pero no para dogmatizarnos con ellas o para reducir la interrogativa a las interpretaciones derivadas de estas discusiones, sino para resignificar aquellos lugares comunes. Hemos insistido en volver a pensadores, a textos y sugerencias prácticas para leerlos a detalle y sacar a luz aquellas represiones o marginalidades que subyacen en tales lugares comunes. Al igual que la experiencia deconstructiva, expresión que el mismo Derrida hace de su famosa deconstrucción, hemos procurado en este intento un ejercicio de memoria y resignificación de los pensamientos de la tradición filosófica que de algún modo nos han tocado y hemos resignificado en este contexto que de una u otra manera nos sitúa en la postura del que se ve acongojado por la cuestión; apremiado a responder en tanto se ve comprometido existencial, ética y políticamente. Por ello consideramos apropiada esta reflexión que básicamente toma como referente el siguiente sentido amplio de deconstrucción (aunque somero en palabras):

 

Hay que entender este término, “deconstrucción”, no en el sentido de disolver o de destruir, sino en el de analizar las estructuras sedimentadas que forman el elemento discursivo, la discursividad filosófica en la que pensamos. Este analizar pasa por la lengua, por la cultura occidental, por el conjunto de lo que define nuestra pertenencia a esta historia de la filosofía… Yo no he renunciado a la palabra “deconstrucción”, porque implica la necesidad de la memoria, de la reconexión, del recuerdo de la historia de la filosofía en la que nosotros nos ubicamos, sin no obstante pensar en salir de dicha historia… Así entonces, la deconstrucción, la experiencia deconstructiva, se coloca entre la clausura y el fin, se coloca en la reafirmación de lo filosófico, pero como apertura de una cuestión sobre la filosofía misma.”[12]

 

El sentido de deconstrucción sugerido a lo largo del texto se basa en que al abordar el concepto de trabajo no partimos de cero, contrario, aludimos a que existe una larga tradición de pensamiento (no solo filosófica, aunque aquí hayamos tenido tal enfoque y proceder) que se ha implicado profundamente en este tópico que compromete íntimamente la existencia y que, en el más feliz y extraordinario de los casos, desembocó en pensamientos y sugerencias prácticas críticas y provocadoras para la recepción de su época y quizá hasta en la posterioridad, pero que hoy son relevantes en este debate por su influencia y también por lo más relegado de su obra, es decir, por su no influencia. Resulta interesante el fenómeno percibido en esta reestructuración de la jornada laboral mexicana, pues da la impresión de que en tal debate no hay serio interés por ir más allá de la centralidad productiva y económica, si acaso se alude lo mental (pero, con la reserva que ya cuestionábamos). Haciendo analogía de nuestro contexto y la crítica de Marx, parece como si en lugar de hacer crítica de la economía política, estuviésemos enceguecidos por los datos numéricos a secas y encasillados en los derivados de la economía política a secas, es decir, teniéndolos en cuenta sin incorporar crítica y normalizando el estado en el que nos encontramos como si tal fuera la única opción posible o como si tal fuera un orden natural.

 

Quizá, como algunos pensadores han sugerido, tal supuesto es justamente su fuerte. El hacer de esta forma de vida algo normalizado, institucionalizado y aceptado por el argot popular e intelectual en algunos casos. Pese a esto, considérese que tal normalización de vida no siempre ha sido ni significado lo mismo, así como otras tantas experiencias de la vida humana tampoco han devenido uniformes. Reconsiderar que los discursos hegemónicos tienen historia, un desarrollo y que es necesario ver más allá de esta autobiografía contada. Tales matices son los que podrían brindarnos una reflexión deconstructiva sobre el trabajo. Ya que desde la inconsciencia y el sofocamiento de estas es poco probable que pueda surgir otras prácticas y otros pensamientos; de hecho, mantenernos en un estado de simplificación y de no memoria es causante en muchas ocasiones de atroces círculos viciosos dada la omisión de la lógica de la que parten y su historia. En suma, hace falta reinterpretar y es meritorio debatir recordando, releyendo y reapropiándose tanto de los contenidos como de las prácticas; no basta la parcialidad ni los reduccionismos con los que se está planteando y debatiendo, pues de ese modo probablemente se sesgará la cuestión e inevitablemente perdurarán las causas, los males y continuará prolongándose su lógica. Si bien, la reflexión sobre esto da para ahondar, convocar a otros autores, propuestas y quede al final la sensación de que para hacerle justicia a tal cuestión sería necesario extender, para enriquecer aún más, considérese a este texto como una primaria invitación a reflexionar desde esta modesta senda elegida y a reapropiarse de la misma.

 

 

Bibliografía

 

  1. Apiquian, Alejandra, “El síndrome del burnout en las empresas”, en Sitio web de la Escuela de Psicología de la Anáhuac, abril, 2007. https://www.anahuac.mx/mexico/EscuelasyFacultades/psicologia/sites/default/files/inline-files/sindrome%20burnout.pdf . Consultado el 17 de diciembre de 2023.
  2. Bataille, George, El erotismo, Tusquets, CDMX, 2013.
  3. Bataille, George, La felicidad, el erotismo y la literatura, Adriana Hidalgo, Buenos Aires, 2015.
  4. Cristancho, Laura, “El concepto de trabajo: perspectiva histórica”, en Secuencia, Núm. 112, enero-abril, 2022. https://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0186-03482022000100105. Consultado el 17 de diciembre de 2023.
  5. Derrida, Jacques, “¿Qué es la deconstrucción?”, en Le monde, octubre, 2004. https://horomicos.files.wordpress.com/2018/06/derrida_deconstruccion.pdf. Consultado el 17 de diciembre de 2023.
  6. Elizalde, Rafael et al., “Psicología organizacional: aplicación en la vida”, en Revista de Investigación en Psicología, Vol. 13, Núm. 2, julio-octubre, 2010, https://revistasinvestigacion.unmsm.edu.pe/index.php/psico/article/view/3731/2992 Consultado el 17 de diciembre de 2023.
  7. Heidegger, Martin, Los conceptos fundamentales de la metafísica. Alianza, España, 2007.
  8. Marx, Karl, Manuscritos económicos y filosóficos de 1844, Itaca, CDMX, 2001.
  9. Steiner, George, Diez (posibles) razones para la tristeza del pensamiento, FCE, CDMX, 2007

 

 

Notas

 

  1. Bataille, 2013, p.34
  2. Ibid., p.49
  3. Steiner, 2007, pp.1-19
  4. Bataille, 2013, p.43
  5. Bataille, 2015, pp.17-18
  6. Marx, 2001, XXVI
  7. Cristancho, 2022, p.5
  8. Marx, 2001, XXIV
  9. Heidegger, 2007, p. 43
  10. Elizalde et al., 2010, p.245
  11. Apiquian, 2007, párr.2-3
  12. Derrida, 2004, párr.1-6