Grande, tal vez inigualable libro de contenidos:
como dimensiones físicas, El príncipe es un librito:
por lo tanto, buena lectura; buena fortuna.
Gianfranco Pasquino.
Resumen
El presente escrito desarrolla los dilemas de la libertad expuestos por Nicolás Maquiavelo en su obra El príncipe. Para ello, como observación preliminar se sugiere como clave hermenéutica del texto la polisemia del concepto emergencia. Posteriormente, se discute la cuestión maquiavelina sobre la acción-decisión, a partir del conflicto renacentista entre fortuna y virtud. Después, se analiza El príncipe de Maquiavelo como texto inaugurador de la dignidad humana. Por último, señalando la actualidad del florentino, se evidencia el conflicto entre fortuna y virtud como un problema constante y relevante para la sociedad moderna, debido a que los márgenes de acción tienden a reducirse dentro del orden preestablecido aparece como el marco rector de los hechos, ante lo cual se busca una salida de emergencia.
Palabras claves: fortuna, virtud, libertad, emergencia, dignidad humana, Maquiavelo.
Abstract
The present written explains the dilemmas of freedom that Nicolás Machiavelli in his work The Prince. To do this, as a preliminary observation, is suggested how key hermeneutic the polysemy of concept emergency. Laterly, we discuss Machiavelina’s question down action-decision, based on the Renaissance conflict between fortune and virtue. After, is analyzed The Prince of Machiavelli’s with inaugural text of human dignity. Finally, pointing out the relevance of the florentine, it evince the conflict between fortune and virtue with problem constant and relevant for modern society, because the spaces of te action tend to reduce in the pre-established order that emergence how framework of the facts, whereby is sought a emergency exit.
Keywords: fortune, virtue, freedom, emergency, human dignity, Machiavelli.
1. Sobre el concepto de emergencia
No solo en el español, sino también en otros idiomas occidentales, el término emergencia ―emergency y emergence en inglés, emergenza en italiano― tiene por lo menos dos significados que en primera instancia no aparecen muy cercanos el uno del otro. De tal manera, emergencia puede significar a) un accidente, una catástrofe o un suceso repentino que requiere atención inmediata para evitar desastres mayores a los ya acontecidos, o b) brotar, aparecer, levantarse o, sencillamente, salir de, en el sentido opuesto a sumergirse en. Así pues, en la definición a, emergencia es un sustantivo referido a una cosa o hecho ligado con algo peligroso, dañino, que provoca miedo o espanto. En cambio, en la definición b, emergencia se relaciona con un verbo, en la medida que es un acto que realiza una cosa, no la cosa misma.
Asimismo, el término emergencia funciona como adjetivo en casos como “salida de emergencia”, “uso en casos de emergencia”, “plan de emergencia”, “sala de emergencia” o “Estado de emergencia”. No obstante, en su uso adjetivado el término se presenta más próximo a la definición a, aunque en el primer ejemplo ambos significados se entrecruzan, pues una salida de emergencia se utiliza para salir de un lugar en el cual acontece un accidente o catástrofe. De tal modo, dicho ejemplo sirve para aproximar dos definiciones en apariencia no muy cercanas.
El ejemplo anteriormente mencionado es un caso especial, debido a que no es común encontrar en una misma frase ambos significados del término, ya que la definición b se deriva del verbo “emerger” y no hay ninguna conjugación posible de la cual resulte “emergencia”. Ahora bien, si el ejemplo anterior es especial, el ejemplo a analizar es excepcional. Me refiero a Nicolás Maquiavelo, pues no solo es excepcional en el sentido straussiano-agambeniano ―aquel que quebranta la ley o está más allá de la legalidad en su afán de mantenerla o resignificarla[1]―sino además como caso lingüístico y, más aún, como caso teórico-fáctico, ya que en él se entretejen ambos sentidos de emergencia, se juntan en una mezcla homogénea que dio por bien intitular De principatibus, El príncipe.
En efecto, El príncipe es una emergencia, un texto de emergencia, pues como el mismo autor señala en “la dedicatoria”[2] y en el capítulo XXVI[3] es un texto escrito desde la catástrofe y en la catástrofe; en la catástrofe de su vida, después de ser desterrado y torturado por Lorenzo de Medici, y desde la catástrofe de Florencia, de todo el territorio de la península itálica, pues entre guerras, deudas y revueltas esa región europea vivía un riesgo continuo, cabe decir, un Estado de emergencia. Junto a ello, mejor dicho, entre ellos, o sea, desde el capítulo I hasta el XXV, El príncipe es una emergencia, una emergencia teórica, pues en el opúsculo se va desarrollando a partir de la propuesta dicotómica del secretario florentino, entre los polos fortuna y virtud, el choque entre dos potencias que tiene/tendrá como resultado la modernidad política, en breves palabras, la libertad.
Esa es justamente la relevancia, la preponderancia que tiene el pensamiento maquiavelino. Además de ser el maestro del mal, el patriota romano, el politólogo moderno es el articulador de la emergencia de la libertad, mejor dicho, debido a que es el maestro, el patriota y el politólogo se volvió el filósofo que pensó como ningún otro los terribles conflictos de la emergencia de la libertad.
2. Hacia un decisionismo maquiavelino: Fortuna o virtud
El decisionismo político es una propuesta teórica desarrollada por el jurista alemán Carl Schmitt en el periodo de entreguerras en el siglo XX. De acuerdo con Schmitt, el decisionismo es re-presentado de manera paradigmática en el Leviatán ―no solo como teoría política, sino también como figura mítica―, ya que detenta una triple configuración: a) ser un Dios mortal, b) ser una persona representativa y c) ser un mecanismo artificial. Estos tres elementos del Leviatán sientan “las bases del positivismo jurídico […], la fórmula de auctoritas y potestas [que] afirma: es “derecho” lo que establece la ley o, al revés, la ley es “derecho”.[4] En otros términos, el soberano (el gobernante) tiene la autoridad (auctoritas) de proponer, disponer, contraponer e imponer (potestas) todo lineamiento (lex) que considere conveniente para el Estado, sin la necesidad de recurrir a parlamentos o congresos, de lo contrario el soberano dejaría de ser soberano.
En ese sentido, la propuesta schmittiana implica una política omnipotente, o sea, ajena a cualquier otra reglamentación, ni la religión ni la moral tienen que influir en ella; más aún, ni ella misma es límite de sí, pues lo que establece en un momento puede destituirlo después, ya que “el orden jurídico reposa sobre una decisión y no sobre una norma”[5] o un conjunto de valores predeterminados. Pero la política schmittiana no solo es omnipotente, sino sobre todo con-centrada, focalizada en un solo representante. De ahí que en apariencia tenga más relevancia el quién sobre el qué se decide; sin embargo, apelando al juicio de Norberto Bobbio y Leo Strauss, hay que considerar a Schmitt como un hobbesiano, pero a Hobbes como un maquiavelino, es decir, el decisionismo es maquiavelino.[6]
En efecto, es en el pensamiento de Maquiavelo ―particularmente El príncipe― donde se puede encontrar la relación entre el quién y el qué, además del cómo se decide dentro del plano político.[7] Esta triple interrogante del decisionismo se desarrolla en el conflicto maquiavelino entre fortuna y virtud, de ahí que para alcanzar tal resolución primero se deban esclarecer tales potencias, para después indagar su relación más conveniente.
En ese sentido, conviene señalar que la disyunción, fortuna o virtud es incluyente, ya que la fortuna no excluye de manera plena a la virtud ni viceversa; antes bien, la virtud se muestra de manera efectiva solo en medio de la fortuna, ya sea cuando esta se mantiene estable o cuando de manera abrupta cambia el curso de los acontecimientos humanos. Así pues, en el dilema maquiavelino sobre la fortuna o la virtud la decisión no se dirime entre elegir una u otra, el asunto es más complejo, pues dichas potencias se encuentran enredadas en la maleza de los asuntos humanos, de ahí que la virtud, la auténtica virtud deba comprobarse frente a los asuntos de la fortuna.
En el capítulo XXV de El príncipe, Maquiavelo menciona que “muchos han sido y son de la opinión de que las cosas del mundo [están] gobernadas por la fortuna y por Dios, al punto que, […] con toda su prudencia, no están en grado de corregirlas, o mejor, ni tiene siquiera remedio alguno”.[8] Dicha postura ―de modo positivo― tiene como cariz fundamental la concepción providencialista del mundo, es decir, la determinación de que Dios desde la creación a pre-establecido todo lo que acontecerá en el mundo, por lo cual, al ser-humano solo le queda esperar lo que Dios manda. Por otra parte, ―de modo negativo― sostiene un pesimismo antropológico no ligado al maquiavelino, pues dicho pesimismo, más que fijarse en el carácter corrupto o malévolo del ser-humano, apunta a la insignificancia, a la impotencia de los actos humanos, de ahí que lo mundano-humano carezca de valor.[9]
Ahora bien, Maquiavelo es ajeno y contestatario de dicha postura, pues si hay algo que caracteriza a El príncipe es la exposición continua y constante de los exemplari, de los actos humanos que se sobreponen a la fortuna. Lo requerido para combatirla es “un ánimo dispuesto a girar a tenor del viento y de las mutaciones de la fortuna, […] a no alejarse del bien, si puede, pero a saber entrar en el mal, de ser necesario”,[10] una actitud dispuesta a actuar según el momento lo requiera, un estado de ánimo que sabe lo que se debe hacer para conseguir el objetivo que se propone, o sea, tener virtud.
En el famoso capítulo XVIII, Maquiavelo tematiza el carácter del príncipe excelente y este es aquel que sabe combinar las dos modalidades del combate, las leyes y la fuerza, lo humano y lo animal. Más aún, dentro del elemento animal hay dos tipos de actos, los astutos y los violentos, los propios de la zorra y del león. Así pues, cabe observar cómo la virtud maquiavelina se complejiza, en la medida que no depende de un solo elemento ―lo racional―, sino del correcto entretejimiento de los diversos componentes humanos y además del reconocimiento oportuno de los tiempos de la fortuna para actuar de manera adecuada.
Así pues, al príncipe virtuoso “no le preocupa la fama que da el practicar los vicios, sin lo que la salvaguarda del Estado es imposible, pues si se considera todo debidamente, se hallará algo que parecerá virtud, pero que al seguirlo provocará la ruina, y algo que parecerá vicio, pero que al seguirlo le procura seguridad y bienestar”.[11] De tal manera, el pensamiento maquiavelino introduce un principio causalista de la virtud, en la medida que la obtención del fin ―salvaguardar el Estado― es lo que condiciona la acción previa, en otros términos, la virtud maquiavelina es a posteriori, ya que el acto es virtuoso en función de la obtención del fin que se persigue, por lo cual, no cabe llamar a un acto virtuoso de antemano.
De tal modo, la fortuna determina la virtud, en la medida solo se puede demostrar la virtud ante las adversidades de la fortuna, pues un mismo acto puede tener consecuencias favorables o contrarias dependiendo de los tiempos. Por ello, el virtuoso “debe ser capaz de reconocer y aprovechar las oportunidades (las ocasiones) que le ofrece la fortuna”,[12] ser audaz, de lo contrario los tiempos pueden cambiar. Por tal razón, la propuesta maquiavelina coloca el acento en el actuar-fáctico, al contrario de la visión providencialista, dado que la virtud es desplazada del ámbito interno ―autocontrol de las pasiones― al externo ―obtención de los fines políticos[13]―, pues la nueva virtud que propone El príncipe se enfrenta a la fortuna, “no para soportar sus golpes [a la manera estoica] sino para defenderse o controlarlos a través de una pugna activa, y no debe someterse servilmente a sus afectos, sino tenerlos en cuenta para una decisión efectiva”.[14]
La coyuntura decisionista se responde señalando que quién decide es el príncipe virtuoso; lo qué se decide es la salvaguarda del Estado; cómo lo decide es a partir de conocer los movimientos de la fortuna para saber adoptar la actitud más conveniente. En definitiva, el decisionismo maquiavelino se apoya en la virtud; sin embargo, como se ha señalado, la virtud requiere necesariamente de la fortuna para poderse constatar. Sin virtud, la fortuna es puro desastre y destrucción; sin fortuna, la virtud es pura fantasía, la una requiere de la otra para confirmarse en la decisión política y es justo en la coincidencia de ambas, donde se observa la emergencia de la libertad, donde se constata la dignidad humana.
3. El príncipe: la inauguración de la dignidad humana
Publicado en 1532, seis años después de la muerte de su autor, aunque escrito en 1513, según se refiere en una carta a Francesco Vetorri,[15] El príncipe de Maquiavelo es un libro que en medio del tumultuoso ámbito renacentista hace gala de plena modernidad o, como sostiene Leo Strauss, de inaugurador del iluminismo, de la razón ilustrada. Aunque posiblemente en un inicio haya sido pensado como un texto de consejos para príncipes,[16] dentro de la tradición de “espejos de príncipes”, la obra del embajador florentino es más que eso. El príncipe es un manifiesto que proclama la dignidad humana, superando incluso la Oratio de Giovanni Pico della Mirandola, se muestra como el inaugurador de la misma.
Aunque en 1486, un joven de 23 años, poco menor que Maquiavelo, escribe la famosa Oratio de hominis dignitate en la cual proscribe la superioridad del ser-humano a partir de la imbricación de diversas tradiciones culturales ―persa, árabe, griega, latina, hebrea, etc.―, el discurso de Pico della Mirandola sigue perteneciendo o estando más cerca de la tradición teológica medieval. No en balde, el uso premeditado del Génesis bíblico, pues se afirma que “después de haber terminado, el artífice deseaba que hubiera alguien que entendiera la razón de una obra tan grande”,[17] ese alguien es el ser-humano. Sin embargo, dado que la obra ya estaba concluida, no había lugar para ese alguien, por lo cual, el ser-humano, a diferencia del resto de los entes, no tiene una naturaleza definida, o sea, sí “no estás limitado por nada, definirás la naturaleza para ti mismo según el arbitrio en cuya mano te puse”.[18]
Si bien el texto de Pico della Mirandola es contestatario, la contestación es medieval, pues manteniendo un sospechoso debate contra Inocencio III y su De contemptu mundi sive. De miseria humanae conditionis, la Oratio responde siguiendo en mayor medida la misma línea argumental. En Pico hay más continuidad que cambio. De tal modo, aunque Pico della Mirandola sostiene la superioridad humana según el criterio de autodeterminación, tal autodeterminación es providencialista, es decir, dependiente del poder de Dios. Debido a ello, la propuesta de Pico no inaugura, antes bien, invita o exhorta a enaltecer la vida humana. Quizás el gran continuador de dicha tarea es Maquiavelo, pues en El príncipe no se hace otra cosa que exaltar el actuar humano frente a las adversidades de la fortuna, en otras palabras, muestra el dónde y cómo se efectúa la dignidad humana.
En efecto, a diferencia de Pico, Maquiavelo nunca recurre al principio trascendentalista, pues al negar el providencialismo teísta, afirma la dignidad humana. En otros términos, negar a Dios para afirmar lo Humano.[19] Así pues, la dignidad humana, que en Pico era abstracta y especulativa, aparece viva y fulgurante en El príncipe, muestra de ello es el uso frecuente de los exemplari, en los cuales se evidencia la constante capacidad humana para actuar. Ser humano es, para Maquiavelo, ser un hacedor, un actor sin papel que representa su propia existencia.[20] No obstante, como ya se ha señalado, para actuar es requerida la virtud que combate a la fortuna, la cual puede tanto favorecer como perjudicar, más depende del virtuoso saber leer los tiempos para adoptar el mejor carácter posible y enfrentar mejor las situaciones.
En ese encuentro entre fortuna y virtud tiene lugar la emergencia de la dignidad humana, la cual es tematizada por Maquiavelo a partir del entrecruzamiento y no en la simple eliminación de una. De acuerdo con Claudia Hilb, retomando la lectura de Leo Strauss, para Maquiavelo la virtud, el ejercicio de la libertad, en primera instancia, depende del individuo mismo, es decir, cada uno elige si busca la virtuosidad o si no le interesa, aunque el bien (felicidad-areté) sea preferible por naturaleza, por lo cual, “la virtud coincide con la razón y con la capacidad de domar voluntariamente el azar, y se opone a la necesidad”.[21]
Para el canciller florentino, la capacidad de dominar el azar es propia de individuos excepcionales, de unos pocos que la naturaleza dotó de ese carácter, por eso “tanto la acción prudente como la imprudente, la virtuosa como la viciosa, son el resultado de la necesidad, de la determinación natural”.[22] Más el acto virtuoso requiere de un impulso frente al ímpetu natural por preservar la vida, ocupa la osadía que se manifiesta contra el enemigo, una acción no voluntaria, sino necesaria, dada la situación de estar acorralado por él, ante la muerte, combatir es una necesidad. Asimismo, esa necesidad de combatir se ve reforzada por el deseo de honor y gloria que busca sobre todo el bien común, puesto que los individuos virtuosos ―los príncipes nuevos― son aquellos que “toman el riesgo de la elección [la libertad]; los débiles solo actúan bien por necesidad causada por compulsión, miedo o hambre”.[23]
Así pues, si el honor es lo que moviliza al individuo excepcional, tal elección no puede quedar a la deriva, de ahí que “lo que reconocen como honorable actúa sobre ellos con el mismo poder obligatorio con que el miedo actúa sobre la mayoría”,[24] es pues un deseo que surge desde el interior, un impulso no-heterónomo. Además de lo dicho, el individuo virtuoso ocupa del momento oportuno para obtener la gloria y el honor, o sea, la coincidencia de un enemigo a combatir y un aliado al que apoyar, lo cual es asunto de la fortuna. Tal asunto de la fortuna al ser difícil de encontrar, cabe ser creado, pues aquel príncipe nuevo “ha descubierto las necesidades fundamentales que gobiernan la vida humana”.[25] De tal manera, para dar lugar a la virtuosidad hay tres factores que deben alinearse, la naturaleza-necesidad, lo excepcional-elección y el azar-fortuna que el nuevo príncipe logra reunir.
Mientras la dignidad humana era en Pico una preponderancia del querer sobre el deber, en Maquiavelo quedan emparejados ser, querer y deber, pues en los individuos excepcionales, los nuevos príncipes, han “descubierto no solo las necesidades fundamentales que gobiernan la vida humana, sino con ellas las necesidades y el alcance del azar”[26]. Por tanto, la dignidad humana está en el ser-humano que logra descubrir los hilos de la necesidad, los cambios de la fortuna y toma la decisión en el momento adecuado para consolidar nuevos modelos y órdenes de gobierno. En breves palabras, la dignidad humana es desligada del ámbito espiritual y ético para dar cabida al actuar político, al acto más terrenal y mundano de todos. Maquiavelo otorga la dignidad-libertad al ser-humano decapitando a Dios.
4. La libertad como virtud ante la fortuna
Si como muchos intérpretes de Maquiavelo sostienen que la fortuna es la forma secularizada de la providencia cristiana, entonces, la propuesta maquiavelina es anticristiana, lo cual se puede constatar a partir de su rechazo del quietismo o la contemplación-plegaria como el acto más ímprobo del ser-humano, es decir, rehúsa que la dignidad humana resida en el ámbito espiritual. Por tanto, la fortuna no es solo la secularización, sino la negación de la providencia, de la injerencia de Dios sobre el mundo; el principio de posibilidad de la dignidad mundana, la actuación política. Así pues, vemos un Maquiavelo que lucha contra los postulados medievales, que arremete contra la Iglesia en busca de una independencia de lo político, quizás por eso mismo los jesuitas hayan dicho de él que escribía con el dedo del diablo, pues ante la tradición religiosa se presentaba como un ser demoníaco.
Ahora bien, la fortuna maquiavelina fue a su vez desplazada por la modernidad, ya que la ontología moderna insiste en la preponderancia del actuar subjetivo y con Maquiavelo solo había espacio para la mitad del despliegue humano. Por ello, la fortuna es refutada por la ciencia matemático-experimental, la cual expone que el mundo no se rige por fuerzas incontrolables, antes bien, dichas fuerzas son y pueden ser calculadas y conocidas para evitar imprevistos. De tal modo, lo que inicia con el Novum organon de Francis Bacon y se consolida en la Filosofía positiva de Augusto Comte, o sea, la previsión de los fenómenos naturales que se configuran hasta proyectar un ámbito de control social absoluto.
En ese sentido, a partir de la segunda mitad del siglo XIX se insiste en el desarrollo y despliegue de lo necesario que da como resultado la racionalización de la cultura moderna. En términos weberianos, la sociedad burocratizada que controla la totalidad de la vida humana, la sociedad industrial avanzada donde la libertad se encuentra en estado de emergencia, ya que sus márgenes resultan cada vez más acotados, restringidos y socavados, dado que la modernidad en su ímpetu por afirmar la libertad humana ―negando la providencia, luego la fortuna― dio lugar a una maquinaria (Leviatán) que regula y predispone las conductas a los individuos con el objetivo de mantener el sistema establecido, lo que dio lugar a la confusión de seguridad y facilidad con libertad, sumergiendo la libertad a su control.
Por tal causa, en la sociedad hipermoderna, la libertad ha sido restringida, debido a que los actos individuales cada vez dependen más de lo que el medio necesita, es decir, la sociedad ha estandarizado las vidas, negando el espacio para el ejercicio de la libertad, ya que la libertad se ha reducido a elegir entre las opciones que ofrece la misma sociedad-mercado. No es casualidad que el género de libertad más buscado y querido sea el económico, la libertad financiera, o sea, la seguridad para disponer de todo lo que el mercado ofrece sin esfuerzo. De tal modo, se ha entendido y reducido la libertad a poder adquisitivo, a partir de tal concepción, la persona más libre es la más consumidora, la que depende más de los objetos que consume. Hoy en día, ser libre es ser un consumidor, un esclavo del mercado.
Frente a tal estructura socioeconómica, la tesis maquiavelina de la virtud resulta sugerente ―una salida de emergencia ante la catástrofe-máquina moderna―, habida cuenta de que si la virtú maquiavelina hace frente a lo imprevisible (fortuna) a partir del conocimiento de los tiempos, entonces esa misma capacidad puede hacer frente al control previsible de los actos (razón instrumental), pues el virtuoso sabe “ser un gran simulador y disimulador”[27], reconoce como debe actuar a través de las circunstancias, no según las circunstancias. En el primer caso, se atraviesa y se decide que hacer, en el segundo se hace lo que se impone hacer; un acto interno, autocrático y no externo heterónomo. Así pues, ante el control providencialista medieval y el diseño instrumental moderno, la virtud maquiavelina propugna que “cuando no hay tribunal al que recurrir, lo que cuenta es el fin[28]” y el fin del virtuoso ha de ser el bien común y no hay mayor bien común que la libertad.
La virtud mundana de Maquiavelo, sin dejar de ser política, deja de lado el control de los otros para efectuar el control de sí mismo, pues el que conoce los matices de lo humano y lo animal sabe en qué momento es oportuno utilizar-parecer el uno o el otro. Así, el catálogo de Maquiavelo no es otra cosa que una invitación a “proponer su imitación por cuantos, por fortuna o por las armas, han llegado al poder”[29]. Justamente, el poder es el tema de El príncipe, pero no un poder acumulativo, sino efectivo, sobre sí y de sí mismo, de ahí la insistencia en el rechazo de las fuerzas ajenas, pues “tan solo son buenas, tan solo son seguras y tan solo son duraderas las formas de defensa que depende de ti mismo y de tu virtud”[30].
La actitud maquiavelina debe ser entendida desde el lugar en el que surge, una sociedad “sin cabeza, sin orden, abatida, expoliada, lacerada, teatro de correrías y víctima de toda clase de devastación”[31]; frente a ella, una sociedad hipermoderna con mil cabezas, ordenadísima e idéntica en todo lo demás. Hay que entender El príncipe como un libro de combate, de estrategia política, que combate por la libertad ―de Italia, de sí mismo― contra la (in)estabilidad de la sociedad que limita la potencia humana[32]. “La concepción que Maquiavelo tiene de la vida, austera, no condescendiente, hecha de empeño, de responsabilidad, de sanciones, de amarga transigencia, no tiene ningún punto de contacto con el ‘buenismo’”[33] ni con la tolerancia pueril que acepta todo, que a nada le opone resistencia.
En definitiva, en cuanto emergencia, catálogo, estrategia, El príncipe, particularmente el capítulo XXVI, cabe ser leído como un manifiesto, himno o grito por la libertad, ya que ante la opresión bárbara hay necesidad de un príncipe nuevo que muestre el camino de la virtuosidad. Tal virtuosidad se relaciona con la libertad que reconoce sus límites y no por eso se resigna, sino todo lo contrario, pues en la medida que aprende a leer los tiempos y los vientos puede ejecutar el acto virtuoso que se opone al control total, puesto que “justa es la guerra cuando es necesaria, y piadosas las armas cuando solo en ellas hay esperanza”[34]. Así pues, un libro tan vilipendiado no hace otra cosa que defender la libertad, quizás por eso mismo sojuzgado ―individual o colectiva―, emergente en el renacimiento y en emergencia en la hipermodernidad.
Bibliografía
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- Cruz Revueltas, Juan Cristobal y Martha Elisa López Pedraza, “Nicolás Maquiavelo y el colapso del pensamiento medieval” en Maquiavelo. Una Guía contemporánea de lectura sobre lo político y el Estado, coordinado por Israel Covarrubias, Taurus, México, 2017.
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- Pico della Mirandola, Giovanni, Discurso sobre la dignidad del hombre, UNAM, México, 2016.
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- Várnagy, Tomás, “Introducción”, en Fortuna y virtud en la república democrática. Ensayos sobre Maquiavelo, coordinado por Tomás Várnagy, CLACSO, Buenos Aires, 2003.
Notas
- Giorgio Agamben sostiene en Homo Sacer que lo excepcional es aquello que se encuentra “dentro y fuera del ordenamiento jurídico”, es decir, fuera y dentro de la ley. Por su lado, Leo Strauss sostiene que “Al describir a El príncipe como la obra de un revolucionario usamos ese término en su sentido más preciso: un revolucionario es un hombre que quebranta la ley, la ley como un todo, a fin de reemplazar por una nueva ley que cree mejor que la vieja ley”. En ese sentido, ambas nociones apuntan a la misma dirección, por lo cual, cabe emparentarlas en una misma, ya sea en lo excepcional o lo revolucionario. ↑
- “Y si, desde el ápice de su altura, lanzara alguna vez Vuestra Magnificencia una mirada hacia parajes tan bajos sabrá entonces cuán indignadamente sufro la larga e incesante malignidad de la fortuna” (El príncipe, ed., cit., p.4). ↑
- “No se debe, en suma, dejar pasar esta ocasión, a fin de que Italia, luego de tanto tiempo, vea a su redentor. […] A todos apesta esta bárbara dominación” (El príncipe, ed., cit., pp. 88-89). ↑
- Carl Schmitt, La doctrina del derecho en el Leviatán de Thomas Hobbes, ed., cit., p.19. ↑
- Fabian Bosoer, “Maquiavelo, Schmitt, Gramsci y el ‘decisionismo’ de los años ‘90: viejos y nuevos príncipes”, ed., cit., p.121. ↑
- Fue Maquiavelo, ese gran Colón, quien había descubierto el continente sobre el cual Hobbes pudo erigir sus estructura”, en Derecho natural e historia, citado por Claudia Hilb en Leo Strauss: el arte de leer, ed., cit., p.144. Por lo cual, a partir de un silogismo hipotético cabe sostener tanto que Schmitt es un maquiavelino como que en Maquiavelo hay decisionismo. ↑
- Fabian Bosoer, “Maquiavelo, Schmitt, Gramsci y el ‘decisionismo’ de los años ‘90: viejos y nuevos príncipes” ed., cit., p.118. ↑
- Nicolás Maquiavelo, El príncipe, ed., cit., p.83. ↑
- Recuérdese el famoso y polémico texto del Papa Inocencio III, Sobre el desprecio del mundo o la miseria de la condición humana, donde se exponen los rasgos que caracterizan la vida del ser-humano desde la visión teocéntrica del medievo. ↑
- Nicolás Maquiavelo, El príncipe, ed., cit., p.59. ↑
- Nicolás Maquiavelo, El príncipe, ed., cit., p.52. ↑
- Adolfo Garcé, “Guerra y política en Maquiavelo”, ed., cit., p.234. ↑
- Monge Forte, “Maquiavelo, el arte del estado”, ed., cit., p.XCIII. ↑
- Tomás Várnagy, “Introducción a Fortuna y virtud en la República Democrática. Ensayos sobre Maquiavelo”, ed., cit., p. 29. ↑
- Epistolario 1512-1527, Epistola 23, “De Nicolás Maquiavelo a Francesco Vettori. Florencia, 10 de diciembre de 1513”, ed., cit., passim. ↑
- En la carta del 10 de diciembre a Francesco Vettori, Maquiavelo señala que ese librito “lo encamino hacia la magnificencia de Juliano”, el hermano de Lorenzo de Medici, el cual no puedo llegar a tener en sus manos, debido a que fallece en 1516. De ahí que el remitente final sea Lorenzo de Medici. ↑
- Giovanni Pico della Mirandola, Discurso sobre la dignidad humana, p.13. ↑
- Ibidem., p.14. ↑
- Al respecto, cabe consultar el magnífico texto de Juan Cristóbal Cruz Revueltas y Martha Elisa López Pedraza, “Nicolás Maquiavelo y el colapso del pensamiento medieval” donde los autores plantean a modo de conclusión que “la obra de Maquiavelo es por sí misma la refutación de la tesis de Schmitt”, ed., cit., p.259. ↑
- Manifestando una disputa contra el estoicismo renacentista, Maquiavelo reinterpreta el carácter actoral del ser-humano, donde el ser-humano es actor y guionista de su propia existencia frente a un estoico como Epicteto. Véase Enquirion, ↑
- Hilb, Claudia, Leo Strauss: el arte de leer, p.85. Las curvisas son propias. ↑
- Idem. ↑
- Ibidem., p.86. Las curvisas son propias. ↑
- Ibidem., p.87. ↑
- Idem. ↑
- Ibidem., p.88. ↑
- Nicolás, Maquiavelo, El príncipe, ed., cit., p.59. ↑
- Ibidem., p.60. ↑
- Ibidem., p.26. ↑
- Ibidem., p.82. ↑
- Ibidem., p.86. ↑
- Véase, “Virtud y fortuna”, pp. LXXXVI-XCV, del texto introductorio “Maquiavelo, el arte del Estado” en Maquiavelo I, ed., cit. ↑
- Gianfranco Pasquino, “Leyendo ‘El príncipe’”, ed., cit., p. 164. ↑
- Tito Livio, Historia de Roma desde su fundación, IX, I. Citado por Nicolás Maquiavelo en El príncipe, ed., cit., p.87. ↑