Confinamiento digital, nueva normalidad y biopolítica

Resumen

Analiza los distintos conceptos de biopolítica en Foucault y propone interpretación del término vida a fin de coordinarlo con la noción de normalización. La combinación de ambos permite comprender como en la pandemia lo digital adquiere los rasgos de un nuevo dispositivo de seguridad en la llamada nueva normalidad.

Palabras clave: biopolítica, Covid-19, digital, normalización, seguridad, vida.

 

Abstract

The article analyzes the different concepts of biopolitics in Foucault and proposes an interpretation of the term life in order to coordinate it with the notion of normalization. The combination of both allows us to understand how in the pandemic the digital acquires the features of a new security device in the so-called new normality.

Keywords: biopolitics, Covid-19, digital, normalization, security, life.

 

El concepto de biopolítica se ha convertido en una de las nociones filosóficas más mencionadas en el contexto de la pandemia que asola el mundo. En artículos de prensa, libros o breves ensayos, o incluso en algunas noticias, la noción reelaborada por Foucault en la década de los 70 y 80 del pasado siglo se ha convertido en una de las claves más usada para interpretar las actuaciones de los distintos gobiernos, de cualquier signo.

 

Como es sabido en concepto de biopolítica es mencionada en muy escasas ocasiones por Foucault. Edgardo Castro señala al respecto que en sus obras publicadas en vida apenas es mencionado en 3 ocasiones y las reflexiones en torno a la misma ocupa apenas 15 páginas.[1] El mismo comentarista en un texto anterior establecía la existencia de 3 nociones de biopolítica en Foucault, que resumo aquí de modo un tanto abreviado:

 

  1. En la conferencia de Río de 1974 titulada El nacimiento de la medicina social y vinculada a la medicina social.
  2. En La voluntad de saber y posteriormente el curso Defender le sociedad vinculada al dispositivo de la sexualidad y al racismo y en general a un nuevo modo de entender el poder en el que se abandona lo que Foucault llama el modelo Nietzsche.
  3. En Seguridad, territorio y población y en el Nacimiento de la biopolítica vinculado a un tipo de razón gubernamental moderna y asociada al liberalismo.[2]

 

Castro se hace cargo además del concepto inicial de biopolítica de Kjellén, con respecto al cual el de Foucault solo comparte que el poder se sustrae de lo jurídico, algo que, como tendremos ocasión de ver, es una idea recurrente y determinante en Foucault al referirse a la biopolítica.

 

En cada una de esas tres nociones se pueden detectar, en el contexto del COVID 19 y su gestión, algunos rasgos que tiene la apariencia de un cierto carácter paradójico. Respecto de la biopolítica en términos de medicina social y gestión de la salud, es llamativo que se hable de una especie de triunfo de la biopolítica, precisamente en el momento del fracaso generalizado de la misma, es decir, allí donde los sistemas sanitarios se han arrasado y no han sido capaces de prever ni proteger de forma satisfactoria. En este sentido el COVID se está mostrando como una gran amenaza de la biopolítica, o más bien como el símbolo de un gran fracaso, lo cual en parte explica porque se ha echado mano de la prohibición y el confinamiento.

 

Recordemos a este respecto una precisión muy específica de Foucault referida precisamente a las mismas estrategias que han tratado de combinar los distintos gobiernos durante la pandemia, y en la que distingue entre el tratamiento de la peste, mediante la exclusión y la cuarentena, y el de la viruela, mediante la estadística y el modelo securitario:

 

El problema se plantea de muy otra manera: no consiste tanto en imponer una disciplina, aunque se solicite el auxilio de ésta; el problema fundamental va a ser saber cuántas personas son víctimas de la viruela, a qué edad·, con qué efectos, qué mortalidad, qué lesiones o secuelas, qué riesgos se corren al inocularse, cuál es la probabilidad de que un individuo muera o se contagie la enfermedad a pesar de la inoculación, cuáles son los efectos estadísticos sobre la población en general; en síntesis, todo un problema que ya no es el de la exclusión, como -en el caso de la lepra, que ya no es el de la cuarentena, como en la peste, sino que será en cambio el problema de las epidemias y las campañas médicas por cuyo conductor se intenta erradicar los fenómenos, sea epidémicos, sea endémicos.[3]

 

Desde esta perspectiva tan precisa, la paradoja a la que nos referimos se expresaría afirmando que, en el COVID, y al menos hasta tanto no se disponga de una vacuna, estaríamos, técnicamente hablando de un regreso al modelo de gestión de la peste, y por tanto no en el biopolítico en sentido preciso.   

 

Pasemos al segundo punto, al referido a la manera de entender el poder no según el modelo Nietzsche, el de guerra, es decir un modelo de poder vinculado a la muy conocida y citada definición que de la misma se da en La voluntad de saber: un giro desde el hacer morir y dejar vivir al hacer vivir y dejar morir. Expresado de otro modo, lo que señala es el abandono del modelo de soberanía para sustituirlo por otro. Y es aquí donde de nuevo el COVID revela una situación paradójica. La respuesta inicial y fundamental ante el virus que ha sorprendido en cierto modo a todos y nos ha llevado a una realidad que hace apenas unos meses hubiéramos considerado como una distopía de ciencia ficción, ha sido la de reforzar los mecanismos del Estado y hacer uso de la noción de soberanía como no recordamos ninguno de los aquí presentes. En España, que es el lugar en el he vivido el periodo de confinamiento, se ha producido lo que se conoce como una situación constitucional prevista bajo el nombre de Estado de alarma. Se ha traducido en una privación de libertad de circulación y movilidad, en una restricción de movimientos, en la creación de un mando único que ha regulado durante más de 90 días detalles ínfimos de la vida de los ciudadanos, estableciendo franjas horarias para paseos, restricción relativa por edades, regulando al detalle. Más allá de las interpretaciones de los juristas lo que se ha producido es un uso sin cortapisas ni matices de la noción de soberanía.

 

En tercer lugar, respecto de la biopolítica vinculada al liberalismo como forma de gobierno o como gubernamentalidad, parece evidente que la gestión del COVID ha resultado igualmente paradójica. Las medidas vinculadas al confinamiento han hundido la actividad económica con caídas históricas de los PIB de los países y en las que se ha intervenido sobre la libertad económica como en pocas ocasiones, controlando precios o requisando productos, en un contexto en las medidas de los gobiernos han tendido a prescindir de la gubernamentalidad y produciéndose también aquí un regreso a posiciones de soberanías basadas en lo jurídico, como señalábamos al principio.

 

En lo que sigue el objetivo es determinar en qué medida y hasta qué punto tales paradojas aparentes realmente lo son. Para ello creo que es preciso profundizar en el sentido y la coherencia de las tres aproximaciones de biopolítica y en su caso analizar qué consecuencias tendría ese análisis sobre esas aparentes paradojas. Al respecto la propuesta es llevar a cabo una reconsideración de una noción clave de la biopolítica como es la noción de vida y sus relaciones con el virus y con las formas de gobiernos, lo que nos llevará finalmente a una dimensión de la biopolítica que Foucault no pudo pensar y que sin embargo creo que es la principal enseñanza que nos deja la pandemia, la biopolítica apoyada de la tecnología digital. En este sentido propongo indagar un núcleo común e innegable de esas tres nociones de biopolítica, a partir de lo que podemos considerar un elemento formal y otro material de ese núcleo común.

 

El elemento formal estaría depositado en el abandono del modelo jurídico a la hora de considerar el poder. Hay una gran abundancia de textos foucaultianos del período en el que se expresa esa idea del abandono de lo jurídico, que es casi una obsesión en esos años. Para no multiplicar las citas optaré por recoger la contenida en el resumen del Curso Hay que defender la sociedad:

 

Para realizar el análisis concreto de las relaciones de poder hay que abandonar el modelo jurídico de la soberanía. Éste, en efecto, presupone al individuo como sujeto de derechos naturales o de poderes primitivos; se asigna el objetivo de dar cuenta de la génesis ideal del Estado; por último, hace de la ley la manifestación fundamental del poder. Habría que intentar estudiar el poder no a partir de los términos primitivos de la relación sino de la relación misma, en la medida en que es ella la que determina los elementos a los que remite: en vez de preguntar a unos sujetos ideales qué cedieron de sí mismos o de sus poderes para dejarse someter, es preciso investigar la manera en que las relaciones de sometimiento pueden fabricar sujetos.[4]

 

Creo que en este texto se resume mejor que en ningún otro ese elemento formal y común a las tres nociones de biopolítica y por tanto en él debería descansar su núcleo fundamental, pues cualquiera que sea la aproximación debe estar presente. Pero por lo mismo desde este concepto surge la paradoja fundamental que enmarca las demás que vamos a considerar, a saber, que en un periodo que se ha llegado a afirmar como la era de la biopolítica, en la que la biopolítica se ha erigido como un modo de comprender la pandemia, lo jurídico ha alcanzado el primer plano y la mayor importancia mediante estados de excepción.

 

El segundo elemento, que he llamado material, es el relativo a la cuestión del hacer vivir y dejar morir, tal como es recogido ya en Defender la sociedad y en La voluntad de saber. Así en Defender la sociedad nos dice:

 

Y yo creo que, justamente, una de las transformaciones más masivas del derecho político del siglo XIX consistió, no digo exactamente en sustituir, pero sí en completar ese viejo derecho de soberanía —hacer morir o dejar vivir— con un nuevo derecho, que no borraría el primero, pero lo penetraría, lo atravesaría, lo modificaría y sería un derecho o, mejor, un poder exactamente inverso: poder de «hacer» vivir y «dejar» morir. El derecho de soberanía es, entonces, el de hacer morir o dejar vivir. Y luego se instala el nuevo derecho: el de hacer vivir y dejar morir. [5]

 

Y en otro momento:

 

Más acá, por lo tanto, de ese gran poder absoluto, dramático, sombrío que era el poder de la soberanía, y que consistía en poder hacer morir, he aquí que, con la tecnología del biopoder, la tecnología del poder sobre «la» población como tal, sobre el hombre como ser viviente, aparece ahora un poder continuo, sabio, que es el poder de «hacer vivir». La soberanía hacía morir y dejaba vivir. Y resulta que ahora aparece un poder que yo llamaría de regularización y que consiste, al contrario, en hacer vivir y dejar morir.[6]

 

¿Cómo entender ese hacer vivir y dejar morir? Hay una primera interpretación que es indudable e innegable, además de explícita, y que tiene que ver con dimensiones biológicas de la población, tal como lo expresa Foucault en La voluntad de saber: “[…] la proliferación, los nacimientos y la mortalidad, el nivel de salud, la duración de la vida y la longevidad, con todas las condiciones que pueden hacerlos variar; todos esos problemas los toma a su cargo una serie de intervenciones y controles reguladores: una biopolítica de la población”.[7] Hay incluso, vinculada a este sentido, una interpretación que tiene que ver con la prolongación artificial de la vida misma y que Foucault expresa, en el curso Defender la sociedad en relación con la agonía de Francisco Franco.

 

Pero esta aproximación, siendo como digo explicita e indudable, no daría cuenta por si sola de la evolución de la biopolítica en los cursos siguientes igualmente dedicados a la biopolítica como son Seguridad, territorio y población y El nacimiento de la biopolítica. Para resolver ese problema hay que encontrar un segundo modo de entender lo que se entiende por hacer vivir. En esa interpretación, que no es desde luego incompatible con la primera, sino que la complementa, el hacer vivir se corresponde con la idea producir vida, pero no tanto por las técnicas y dimensiones biológicas que hemos mencionado, sino por el hecho de que el vivir es algo más que el mero vivir biológico. Esa vida a producir tiene que ver con un sentido de vida que ya Kjellén incluya en su noción de biopolítica y es coherente con la evolución del pensamiento de Foucault en los años finales de la década de los 70 del siglo pasado, especialmente con el hecho de que a su historia de la gubernamentalidad liberal la denomine El Nacimiento de la biopolítica.

 

Ciertamente la expresión producir vida no aparece como tal en Foucault, pero sí las expresiones producir libertad y producir deseo. Sólo dos citas al respecto. La primera extraída de Seguridad territorio y población en el contexto en el que explica la naturalidad humana y su relación con el medio el liberalismo y la filosofía que subyace:

 

Por otra parte, aunque este pueda perfectamente ser engañado por su deseo en lo concerniente al interés personal, hay algo que no engaña: el juego espontaneo o, en todo caso, a la vez espontaneo y regulado del deseo permitirá, en efecto, la producción de un interés, algo que es interesante para la propia población. Producción del interés colectivo por el juego del deseo: esto marca al mismo tiempo la naturalidad de la población y la artificialidad posible de los medios que se instrumentarán para manejarla”. [8]

 

La segunda en El nacimiento de la biopolítica:

 

A grandes rasgos, si quieren, la libertad de comportamiento en el régimen liberal, en el arte-liberal de gobernar, está implicada, se 1a invoca, se la necesita y va a servir de regulador:  pero además es preciso producirla y organizarla. Por lo tanto, la libertad en el régimen del liberalismo no es un dato previo; no es una zona prefabricada que haya que respetar o, si lo es, sólo lo es parcialmente, regionalmente, en tal o cual caso, etc. La libertad es algo que se fabrica a cada instante. El liberalismo no es lo que acepta la libertad, es lo que se propone fabricarla a cada momento, suscitarla y producirla con, desde luego, todo el conjunto de coacciones, problemas de costo que plantea esa fabricación.[9]

 

Creo que aquí está la clave que reúne todos los elementos que permitan interpretar la biopolítica y dar cuenta de sus distintos usos: la vida a la que se refiere no es solo la vida biológica, sino la producción, un hacer vivir que remite a la producción de subjetividad, que en el caso de los humanos se expresa en términos de deseo y de libertad. Es lo que se puede expresar en términos de cultura. Y no deja de ser interesante a este respecto que el mismo Kjellén remita a la vida de la biopolítica como vida cultural, como bios y no solo como zoé, por utilizar la expresión de Agamben: “Esta tensión característica de la vida misma [ …] me ha impulsado a dar a esa disciplina, por analogía con la ciencia de la vida, la biología, el nombre de biopolítica; esto se comprende mejor considerando que la palabra griega «bíos» designa no sólo la vida natural, física, sino tal vez, en medida igualmente significativa, la vida cultural”.

 

A partir de esa interpretación podemos interpretar mejor lo propio de la peste del siglo XXI en que nos hallamos y tal vez descubrir que las paradojas que hemos descrito no son tales, sino que, en efecto, en ellas se combina una primera reacción defensiva, que retrocedes a posiciones de soberanía ante el fracaso provisional de la biopolítica en el primer sentido, como medicina social, pero que en realidad prepara, como los hechos han mostrado, un acercamiento a la biopolítica en el sentido de producir vida, que estaría encerrado en una expresión que se ha generalizado en términos de nueva normalidad.

 

El término normalización venía siendo usado técnicamente por Foucault muy vinculado al tránsito de la soberanía a la disciplina y anticipaba ya, por ejemplo, claramente en Los anormales, una aproximación positiva o productiva del poder que nos sitúa al borde de los modelos securitarios propios de la biopolítica. Sin embargo, es en el curso del 78 Seguridad, territorio y población, y asociado al problema de las epidemias y los proceso de vacunación, cuando Foucault introduce un nuevo concepto y se propone “[…] estudiar la forma de normalización, que es específica de la seguridad y que no me parece· del mismo tipo que la normalización disciplinaria”.[10] Es a partir de ahí donde distingue dos formas de normalizar, reservando para la normalización disciplinaria el término normación. En la normación, (neologismo por el que Foucault se disculpa ante sus oyentes), lo primero es la norma y a partir de la norma se normaliza. En la normalización de la que ahora habla, la securitaria, la biopolítica, para entendernos, no hay una norma previa, sino que la normalidad se establece a partir de datos estadísticos.[11] Y en el análisis concreto que ofrece ahí Foucault la diferencia entre ambos modelos está dada precisamente en la existencia de la vacuna. La vacuna permite convivir con el virus, pasar de una pandemia a una situación endémica en el contexto de una nueva normalidad.  La vacuna y la variolización aparecen considerados allí como dispositivos securitarios, dispositivos de los que de momento no disponemos en la actual situación y de los que tal vez no dispondremos de modo completamente satisfactorio.

 

Así las cosas, y en la actual situación de pandemia, puesto que no tenemos aún vacuna como dispositivo securitario, debemos pensar que estaríamos retrocediendo a un modelo disciplinarios, idea que aparece reforzada además por las medidas de confinamiento y otras que seguimos viviendo. Y sin embargo sí que hay una nueva normalidad, término que se ha abierto camino ampliamente, y además un proceso normalizador que no está definido a partir de normas únicamente. Es decir, que no es sólo normación. Pero ¿cuál es el dispositivo securitario que permite crear normalidad sin normación? Pues bien, la respuesta está justamente en la tecnología digital. Es la tecnología digital la que permite convivir con el virus incluso antes de la vacuna, establecer estadísticamente criterios de normalidad, sustituir los marcos típicamente disciplinarios, como son las escuelas y los talleres o lugares de trabajo, por espacios virtuales. El confinamiento y la cuarentena son ya selectivos y están matizados por las instancias digitales. Lo que la sociedad vive no es tanto un retroceso sin más al modelo de la peste, a pesar de no poseer vacuna o de que tal vez esta ya no sea eficaz, sino una nueva forma de confinamiento y de cuarentena que es digital, que produce una vida paralela y permite convivir con el virus: el confinamiento digital, una forma de producir vida, libertad y subjetividad a la que Foucault no pudo asistir dada su fecha de fallecimiento, pero que sin duda cumple con los rasgos de un dispositivo securitario, y biopolítico, por tanto, que normaliza sin normar.

 

Bibliografía

  1. Castro, Edgardo, “Biopolítica y gubernamentalidad”, en Temas y Matices, Vol. 11, septiembre 2007,
    http://e-revista.unioeste.br/index.php/temasematizes/article/view/2498Consultado el 9 de octubre de 2020.
  1. Castro, Edgardo, Lecturas foucaultianas. Una historia conceptual de la biopolítica, Unipe, La Plata, 2011.
  2. Foucault, Michel, Historia de la sexualidad I. La voluntad de saber, Siglo XXI, Madrid, 1976.
  3. Foucault, Michel, Defender la sociedad, FCE, Buenos Aires, 1980.
  4. Foucault, Michel, Seguridad, Territorio, Población, FCE, Buenos Aires, 2006.
  5. Foucault, Michel, El nacimiento de la biopolítica, FCE, Buenos Aires, 2007.

 

Notas
[1] Edgardo Castro, Lecturas foucaultianas, p. 28.
[2] Edgardo Castro, Biopolítica y gubernamentalidad, pp. 10-13.
[3] Michel Foucault, Seguridad, territorio y población, pp. 25-26.
[4] Michel Foucault, Hay que defender la sociedad, p. 227.
[5] Ibidem., p. 206.
[6] Ibidem., pp. 211- 212.
[7] Historia de la sexualidad, I, p. 168.
[8] Seguridad, territorio y población, p. 96.
[9] El nacimiento de la biopolítica, p. 85.
[10] Seguridad, territorio y población, p. 27.
[11] Ibidem., pp. 76-79.