The future of biopolitics after the pandemic
Resumen
El presente artículo explora la transformación que ha sufrido, políticamente, la salud y enfermedad desde la aparición de la COVID-19. El mundo contemporáneo, según Foucault, se encuentra marcado por la gestión de la vida y por una hegemonía del discurso de la salud. Según Tiqqun, la biopolítica actual estaba dirigida a adentrarse, no en a la enfermedad presente, sino a la que se encontraba potencialmente bajo el rostro de la salud, esto suponía convertir a los sujetos políticos en pacientes. La aparición de la COVID-19 habría acelerado esta forma de biopolítica, pues, en esa condición, la propia salud se convirtió en una expresión dudosa y superficial de la enfermedad subyacente (la salud, y no la enfermedad, se presentaba como contingente).
Palabras clave: Biopolítica, enfermedad, COVID-19, pandemia, Foucault, Tiqqun.
Abstract
This article explores the political transformation of health and disease since the emergence of COVID-19. The contemporary world, according to Foucault, is marked by the management of life and by a hegemony of the discourse of health. According to Tiqqun, current biopolitics was aimed at delving not into the present disease, but into the one that was potentially in the making, under the face of health, this meant turning political subjects into patients. The emergence of COVID-19 would have accelerated this form of biopolitics, since, in that condition, health itself became a dubious and superficial expression of the underlying disease (health, and not disease, was presented as contingent).
Key words: Biopolitics, disease, COVID-19, pandemic, Foucault, Tiqqun.
Producida por la influencia del aire
o por nuestras iniquidades, lo cierto es
que esta calamidad fue enviada
a los mortales por la justa cólera de Dios
Boccacio, El Decamerón.
Introducción
En las primeras páginas de El Decamerón, antes de narrar las jornadas que serán la delicia del lector, el italiano recuerda las penurias sufridas por los florentinos en la terrible peste de 1348. Menciona Boccaccio ahí el temor de las personas, la distancia entre ellos y el desconcierto ante una desgracia, quizá, merecida. La enfermedad (altamente infecciosa y de muerte súbita) conturbaba; frente a ella, no solo se vieron, lógicamente, los actos más píos, propios de aquellos que consideraron ese flagelo un castigo divino, también, las acciones de aquellos que, presintiendo el final de sus días, se dedicaron a dar rienda suelta a su lubricidad. Al abrir El Decamerón nos encontramos con una muestra de las reacciones humanas ante el desconcierto y el desborde emocional de una realidad que se desmorona. Tales narraciones escandalosas, esos sentimientos de desventura y abandono, se reavivaron recientemente con la pandemia pasada.
Apenas, el 5 de mayo del 2023, se ha dado por concluido ese periodo oscuro de la historia marcado por la COVID-19. En perspectiva, pese a lo global de la enfermedad, dejó menos fallecidos con relación a otras pestes memorables (como aquella de la hablara Boccaccio). No se debe despreciar, sin embargo, la huella de un hecho semejante, pues, sin duda, las personas se cuestionaron la posibilidad de volver a la vida que disfrutaban. El regreso a la “normalidad”, a esa normalidad tan compleja y llena de conflictos sociales, parecía lejano. Influencia del cine; poco o nulo conocimiento científico; exceso de teorías conspiratorias, todo ello contribuyó para que, por un plazo, que hoy sentimos largo, contemplásemos la posibilidad del colapso.
Quizá nunca se sepa cómo apareció, si fue por el “salto” de un virus de un huésped a otro, o, como afirman los “conspiracionistas”, la creación monstruosa de un laboratorio diseñada para acabar con la humanidad. Estas narrativas, las oficiales y las amarillistas, para lo que acá se pretende, son irrelevantes. En las líneas siguientes intentaremos problematizar ese suceso poco estridente, aunque no por ello menos interesante, que tiene que ver con esa cierta mirada sobre la salud y la enfermedad que apareció con la pandemia. Como se logra entrever, esto se encabalga con una reflexión biopolítica y con la medicalización actuales.
Crepúsculo de la salud
Fue en Wuhan el lugar donde, según información oficial, surgió el virus que conmocionó a la humanidad en la segunda década del nuevo siglo. Previo a este, se había tenido la alerta por otro virus que, en realidad, causó pocos estragos, nos referimos a la (A) H1N1 (gripe porcina). Este, en marzo del 2009, había ocupado los titulares y, como es de dominio público, fue de nula importancia, sin embargo, por primera vez se habló de aislamiento y se logró instaurar, por lo menos de manera incipiente, el uso de gel desinfectante.
La llegada del nuevo virus, pese a ser esperada (pues se planteaba continuamente esta posibilidad), golpeó fuerte a la sociedad. El primer efecto desafortunado es que socavó la fe que se tenía en la ciencia y, particularmente, en la medicina. La COVID-19 desnudó la debilidad del sistema sanitario e hizo dudar del discurso médico y sus certezas. Ciertamente, siempre ha habido un límite claro para lo que la medicina podía ofrecer, sin embargo, se tenía una cierta seguridad, desde la aparición de las vacunas, que los virus y las bacterias estaban controlados. Por supuesto, esta impresión no era compartida por todos, las vacunas fueron criticadas y hubo resistencia a ellas desde el principio, a diferencia de lo que se suele pensar, la reacción a estas no es nueva, el movimiento antivacunas corre paralelo a su producción.[1] Aunado a esto, la eficiencia de las vacunas fue puesta a prueba, de manera contundente, hace algunas décadas con la aparición de otro virus: el VIH/SIDA. Desde la década del ochenta este virus se mostró como una enfermedad imbatible, de hecho, hasta el momento, pese a los millones de seres humanos que han muerto a causa de ello, no existe cura conocida aceptada.[2]
El virus de la segunda década del siglo hizo titubear hasta a los más convencidos sobre el alcance de la medicina y las vacunas. Su carácter complejo, más que su letalidad, lo hicieron difícil de contener. El virus SARS-CoV-2 producía una enfermedad infecciosa cuyos síntomas eran diversos y fácilmente confundibles. Entre estos, que podían variar de persona a persona, se incluían fiebre, pérdida del olfato, dificultades respiratorias (disnea), dolor muscular (mialgia) y fatiga; al inicio, se mencionaban las diarreas. En casos graves, se producía neumonía, sepsis, choques circulatorios, embolia pulmonar y, por la información reciente, aún faltan por documentarse algunos síntomas posteriores a la desaparición de la enfermedad.
Hasta acá es crucial tener en cuenta que la sintomática era muy variada, difícilmente discernible, por ello, muchos confundieron los síntomas con otras enfermedades más benignas, mientras que otros llegaron a los hospitales creyéndose contagiados. En general, por obvias razones, había una actitud de negación a saberse enfermo, ¿cuántos no fueron a hacerse las pruebas, que estuvieron disponibles casi desde el principio, teniendo en la cabeza su posible muerte o la de uno de sus seres queridos? La enfermedad, entonces, “invitaba” a leer los signos como una enfermedad probable, de tal manera, como nunca, se hacían interpretaciones diversas de una infinidad de síntomas. A la situación anterior habría que sumar que había un gran número de personas asintomáticas, en otras palabras, muchos jamás se sabrían enfermos, pero contagiarían a sus cercanos. La trasmisión era microscópica, se producía por pequeñas gotas que se podían emitir al toser o estornudar, pero, más crucial, por hablar o espirar, esto dependía mucho de la incubación de la enfermedad, lo cual era, en principio, desconocido. Para colmo, se señalaba que las gotas podían quedar sobre los objetos, por ello, no era necesario estar con una persona enferma para contraer el virus, este se podía adquirir por el contacto con objetos contaminados, de ahí la importancia del gel antibacteriano. El periodo de incubación (entre dos y catorce días) abonó para que hubiese más contagiados, pues se podría estar transmitiendo el virus sin tener síntomas, esto es, sin saberse enfermo. A este contexto caótico se sumaron otras circunstancias, debido al desmoronamiento del sistema de salud o porque este estaba abocado en combatir el virus, muchas personas dejaron de recibir atención por enfermedades cardiacas, cáncer, diabetes, etcétera, lo que aumentó la mortandad.
Fue hasta mediados del 2020 que los rusos lanzaron la primera vacuna (Sputnik V), pero no fue sino hasta el final de ese año que salieron las vacunas certificadas. Sin embargo, como es sabido, la eficacia de estas, pero, sobre todo, sus efectos secundarios, han sido cuestionados. Ya se sabe, las vacunas no inmunizan contra el virus, solo reducen la posibilidad de muertes por complicaciones. En ese sentido, la “victoria” sobre el virus es parcial pues, según señalan los especialistas, este irá mutando. Esta condición requerirá de una campaña de vacunación constante y un monitoreo permanente de las variantes del virus.
Este contexto altamente complejo ha modificado nuestras expectativas sobre las vacunas y, en general, sobre la salud, pero, sobre todo, nos forzó a tener una cultura vigilante del cuerpo sobre signos y síntomas que, antes, eran potestad del médico. Hace falta un amplio trabajo hermenéutico y narrativo para comprender a cabalidad lo que subjetivamente representó un espectro tan evanescente e inaprensible para la humanidad.
La biopolítica como acontecimiento
Modificaciones de toda índole (tecnológicas, políticas, sociales, económicas, educativas, etcétera) ocurrieron con la llegada del virus SARS-CoV-2, además de estas, que resultan evidentes, hubo cambios que, por su naturaleza, son determinantes en la manera de entender la salud y la enfermedad futura, nos referimos a los que atañen a la biopolítica y la medicalización.
Más que cualquier otro suceso, la biopolítica es el acontecimiento silencioso más relevante de la Modernidad.[3] Michel Foucault, quien pusiera el tema en el centro de la discusión, plantea en dos textos fundamentales (Historia de la sexualidad 1 y Defender la sociedad) el tema de la biopolítica. En ellos señala que, mientras para el Antiguo Régimen la política que se tenía respecto a los súbditos consistía en “hacer morir o dejar vivir”, la aparición de la biopolítica se centraba en “hacer vivir y dejar morir, o abandonar a la muerte”.[4] Este giro en torno a la vida aparece en el contexto de la guerra de razas que permeó hasta el siglo XIX y que se transformó, en el siglo XX, en un racismo que tiene como principal preocupación el tema biológico, esto es, el enemigo representa una amenaza biológica para la raza.[5] Este nuevo orden, que supone un tipo característico de poder (o biopoder), se organiza en torno a la vida, ello bajo dos formas principales: las disciplinas, centrada en una anatomo-política del cuerpo humano (cuyo objetivo es el cuerpo individual considerado como una máquina) y una biopolítica de la población, dirigida, sobre todo, al cuerpo-especie (donde el cuerpo viviente es un soporte de los procesos biológicos). Por ello, señala Foucault que, con el advenimiento del biopoder, por primera vez, lo biológico se refleja en lo político.[6] La era del biopoder se encuentra marcada por diversos temas, a saber: salud pública, índices de natalidad, mortalidad, morbilidad, longevidad, etc. Un efecto concomitante de esta transformación, donde la vida y la salud se vuelven el eje de la política, es que la experiencia de la muerte se convierte en un tema tabú y un evento altamente tecnificado. Las intervenciones técnicas y médicas que se realizarían sobre el moribundo, ya sea para evitar su sufrimiento o para intentar alargar su vida, formarían parte del ámbito de actuación de los mecanismos del biopoder.[7]
La biopolítica irrumpe en diferentes ámbitos de la vida, en diversos saberes y dispositivos que se engarzan con ella, por ello, viene acompañada de un despliegue médico, a esto se le conoce como medicalización. Mientras que la Edad Media estaba vertida en la salvación, el mundo moderno se encuentra preocupado por la salud, por ello, el lugar del sacerdote ha sido ocupado por el del médico. Este hecho tiene una serie de implicaciones, por ejemplo, el alma deja de ser relevante para dar paso a una preocupación por el cuerpo. El francés aclara: “Para la sociedad capitalista lo más importante era lo biopolítico, lo somático, lo corporal. El cuerpo es una realidad biopolítica; la medicina es una estrategia biopolítica”.[8] La aparición de la biopolítica se encuentra en el contexto de una medicalización de la sociedad ocurrida, sobre todo, a partir del siglo XVIII. Para el autor francés, la base del Estado no está en los derechos individuales y las constituciones (estructura jurídica), sino la administración de la salud en relación con una ciencia del Estado.[9] Aparece, entre 1750 y 1770, una policía médica (Medizinischepolizei) que se caracteriza por tener un sistema complejo de observación de la morbilidad (ello suponía compilar la información en los hospitales de diferentes fenómenos epidémicos y endémicos); normalización de la práctica médica (control de los programas de enseñanza); una organización administrativa superior para dar seguimiento a la actividad de los médicos (vigilar los tratamientos, informarse de cuáles eran las reacciones ante las enfermedades epidémicas, expedir ordenes en función de esa información); creación de funcionarios médicos nombrados por el gobierno por región lo que se concretaba con el establecimiento del médico como administrador de la salud.[10] Todos estos procesos dan cuenta de un progreso sistemático de la medicalización y de la biopolítica que llega hasta nuestros días. De tal suerte, podemos decir que la salud y la medicalización, hasta antes de la pandemia, “andaban en caballo de hacienda”, sin embargo, es necesario considerar ciertos cambios en la mirada para entender el nuevo esquema biopolítico que cruza a la sociedad.
Oteadores de enfermedades futuras
Julien Offray de La Mettrie, en El hombre máquina, decía algo que será crucial para el mundo contemporáneo: “sería de desear, sin duda, que entre los jueces solo hubiera médicos excelentes, únicamente estos podrían distinguir al criminal inocente del culpable”.[11] Esto mostraba la influencia que en el siglo XVIII tenía el médico para la sociedad y el pensamiento, también sugería que se requería este saber para hacer una distinción entre los seres humanos. El médico podría extender su expertise, no solo al cuerpo, sino al alma de las personas, es así como nace, se despliega y establece la psiquiatría. Acá se avizoraba una diferencia biopolítica que rayaba en la moralidad y que, políticamente, fue muy relevante.
Desde hace unas décadas el discurso médico que más preocupa al Tuqqun,[12] en Primeros materiales para una teoría de la jovencita, era aquel que se dirigía, no a las enfermedades presentes, sino a las enfermedades potenciales, las que aún no se manifiestan, pero que, por medio de pruebas genéticas, podríamos prevenir. Afirmaban que, detrás de este permanente trabajo biopolítico sobre la posible enfermedad, se escondía una sumisión de las personas sanas al discurso de la constante prevención. Ello supone transformar los sujetos políticos en pacientes permanentes, extrayendo su capacidad de resistencia frente a los discursos del poder.[13] Sin duda, la tecnología digital actual ha permitido allanar el camino de la prevención.
Erick Sadin, en La inteligencia artificial o el desafío del siglo, observa que la tecnología está a las puertas de consolidar un estadio prescriptivo que permita dirigirse a la salud. En el futuro próximo se desarrollarán aplicaciones y gadgets que puedan detectar enfermedades en ciernes.[14] Estamos frente a un monitoreo constante del cuerpo que cambiará, en un plazo corto, la manera que tenemos de pensar en la enfermedad. Si ir al médico supone una especie de cuestión, hasta cierto punto, accidental y desafortunada, el borramiento de la propia presencia del médico y el “chequeo” cotidiano por parte de las aplicaciones, supondrá un cambio en la experiencia que rodea la relación salud/enfermedad, haciéndola habitual y permanente.
Hasta la pandemia pasada, el discurso de la biopolítica, del que da cuenta Tiqqun, se había desplazado de la gestión de la vida y la salud a la preocupación por la aparición de una enfermedad posible o probable en los individuos sanos: sanos potencialmente enfermos (políticamente, pacientes pasivos del discurso de la prevención). La aparición de la COVID-19 supone una pequeña, pero representativa torción de esta mirada, desde este momento estamos en presencia de enfermos dudosamente sanos; usuarios que, voluntariamente, aceptan las condiciones del monitoreo de sus cuerpos, sometidos a un discurso de la salud que da por omnipresente a la enfermedad. Desde este momento, toda salud es incierta, una fachada, pues en ella habita, larvada, la patología. Esa, según parece, y quizá otra bacteria o virus lo confirmen, es la biopolítica del futuro.
Todo ello debe llevar a reflexionar sobre la salud y la enfermedad en estos tiempos “postpandémicos”. Una posible línea para una crítica a la nueva subjetividad enferma, que apenas dejamos apuntada, se encuentra inspirada en estas líneas de Friedrich Nietzsche “Nosotros los nuevos, los sin nombre, los poco inteligibles, nosotros los hijos prematuros de un futuro todavía no demostrado, nosotros necesitamos para un nuevo fin también un nuevo medio, a saber, una nueva salud, una salud más fuerte, sagaz, tenaz, osada y divertida que todas las saludes habidas hasta ahora”.[15] En un discurso biopolítico que comienza a tomar nuevas derivas que, además, tiene una apertura inusitada a las tecnologías actuales (ampliando las posibilidades de medicalización) ¿no es una cuestión urgente reflexionar sobre los límites del discurso de la salud?, ¿se debe permitir a las aplicaciones un acceso total al cuerpo, al grado de que les sea lícito definir nuestros estilos de vida? Al borrar la experiencia de la enfermedad como algo contingente, ¿no volvemos a la salud en algo extraordinario? Finalmente, y en consonancia con Nietzsche, ¿No se hace necesario pensar en aras de qué tipo de salud nos volvemos sujetos del discurso de la medicalización? Estas cuestiones son solo una invitación a la reflexión futura.
Bibliografía
- Foucault, Michel, Defender la sociedad, FCE, Buenos Aires, 2000.
- _______ Dits et écrits II, 1976-1988, Quarto Gallimard, Paris, 2005.
- _______ La voluntad de saber (Historia de la sexualidad I), Siglo XXI, México, 1999.
- _______ Sobre la Ilustración, tr. Javier de la Higuera, Tecnos, Madrid, 2003.
- La Mettrie, Julien Offray, El hombre máquina, Eudeba, Buenos Aires, 1963.
- Nietzsche, Friedrich, La gaya ciencia, Gredos, Madrid, 2001.
- Sadin Erick, La inteligencia artificial o el desafío del siglo: anatomía de un antihumanismo radical, Caja negra, Buenos Aires, 2021.
- Tiqqun, Primeros materiales para una teoría de la jovencita, Ediciones Acuarela, Madrid, 2012.
- Watson, Greig, “La curiosa historia de cómo el movimiento antivacunas nació hace 150 años en Inglaterra” en BBC News, 19 de enero 2020. https://www.bbc.com/mundo/noticias-50952151. Consultado el 2 de noviembre del 2023.
- Organización Mundial de la Salud (OMS) “VIH y SIDA”, noticias, 13 de Julio del 2023. https://www.who.int/es/news-room/fact-sheets/detail/hiv-aids. Consultado el 2 de noviembre del 2023.
Notas
- Los antivacunas no es una tendencia actual de disidentes, existen noticias de estos grupos desde finales del siglo XIX, oponiéndose a las vacunas de la viruela; en aquellos tiempos, como ahora, se imprimían panfletos señalando sus riesgos y horrores, estos, al tiempo, se mostraron infundados. https://www.bbc.com/mundo/noticias-50952151 [Visto por última vez el 10/07/2023] ↑
- En la siguiente página de la OMS se pueden ver los datos oficiales en torno al VIH/SIDA https://www.who.int/es/news-room/fact-sheets/detail/hiv-aids [Visto por última vez el 02/11/2023] ↑
- La noción de acontecimiento es amplia en Foucault. el acontecimiento en términos foucaultinos no es dependiente del sujeto, de la historia, ni de un telos, se trata de la concepción del acontecimiento como un movimiento de fuerzas que discursiva o no discursivamente, visible o “invisiblemente” establece un cambio en las relaciones de poder. Con miras a dilucidar estas relaciones de fuerza, se hace necesario metodológicamente ver los fenómenos “eventualizandolos”. “Eventualzar” es reconocer ese movimiento de fuerzas, es hacer un diagnóstico de ese movimiento y cómo éste tiene que ver con lo que somos en la actualidad. Foucault “La scène de la philosophie” en Dits et écrits II, pp. 573-574. ↑
- Michel Foucault, Defender la sociedad, P. 218. ↑
- Ibid. p.230-237. ↑
- Foucault M., Historia de la sexualidad: voluntad de saber, pp. 168 y 169. ↑
- Foucault M., Defender la sociedad, pp. 223 y 224. ↑
- Foucault M., “Nacimiento de la medicina social” en Estrategias de poder, P. 366. ↑
- La “ciencia de Estado” no solo refiere a los recursos naturales de una sociedad ni a las condiciones de su población, sino a los métodos de los que se sirve éste para producir y acumular los conocimientos que permiten el funcionamiento de la máquina política. Mientras que en Francia e Inglaterra existía una máquina bélica, en los pequeños estados que después conformarían Alemania, se consolidó una máquina político-social. La burguesía, poco activa de Alemania, conformó un cuerpo de funcionarios que aportarían la primera infraestructura estatal (con su aparato administrativo y su saber); esta es, para Foucault, la base de lo que sería el Estado moderno. Fue, entonces, en un contexto de pobreza, no el poder político (Francia) o económico (Inglaterra), donde se gestaron las condiciones para el surgimiento de la ciencia del Estado. Ibíd. P.368. ↑
- Por lo antes señalado, la primera población “normalizada”, no fueron, como se pensaría, los enfermos o los presos, sino la comunidad médica. Ibid. pp. 369 y 370. ↑
- Op. Cit., p. 68. ↑
- El nombre de la revista Tiqqun es un comité de redacción. Su nombre significa “Todo al mismo tiempo”, en el horizonte de sus reflexiones está la justicia social y la crítica a la sociedad capitalista. ↑
- Primeros materiales para una teoría de la jovencita, P.164-165. ↑
- Erick Sadin, La inteligencia artificial o el desafío del siglo, pp.93-149. ↑
- Friedrich Nietzsche, La Gaya ciencia, parágrafo 382. ↑