Trayectos deconstructivos para una reflexión sobre la técnica en la Modernidad

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Resumen

 

El texto toma como punto de partida la perspectiva deconstructiva planteada por Derrida para un acercamiento a la técnica a partir de su lectura de Heidegger y elaboraciones posteriores. A partir de las líneas de reflexión abiertas, el texto busca ahondar en ciertos aspectos de la técnica moderna, poniendo el acento en particular en las nuevas dimensiones de la experiencia surgidas de la telefonía y la cibercultura contemporáneas.

 

Palabras clave: técnica, deconstrucción, Derrida, Heidegger, modernidad, experiencia, máquina

 

 

Abstract

 

The present text takes as a point of departure the perspective built upon Derrida’s notion of deconstruction and further developments derived from his work upon Heidegger’s conception of the technique. The text seeks to broaden and unfold certain topics stressed by Derrida’s approach to the Modern Technique, focusing on the new dimensions of contemporary experience that evolved from contemporary telephony and cyberculture.

 

Keywords: technique, deconstruction, Derrida, Heidegger, modernity, machine

 

 

La técnica: sombras y deslumbramientos

 

La inquietud, incluso el desasosiego ante los desarrollos insospechados de técnica, cobró un relieve particular con las transformaciones profundas de las formas de vida ocurridas durante el siglo XIX, con las nuevas invenciones de la organización fabril, las disposiciones de las estrategias de distribución, exhibición y comercio de mercancías, las nuevas máquinas de desplazamiento y comunicación que llevaron a transfiguraciones tajantes de las trazas urbanas y los asentamientos y la vida de las ciudades, las invenciones inéditas de máquinas ópticas y la transformación de los recursos de recreación y consagración de la memoria. Pero acaso se hizo patente de manera evidente la relación de las transformaciones tecnológicas con los armamentos, los dispositivos para el ejercicio de la dominación y la capacidad de control sobre recursos instrumentales para la gestión bélica. Escenificaciones contrastantes, ominosas e iluminadoras, de los nuevos horizontes de vida que se trazaban con cada una de las apariciones técnicas. Junto con estos escenarios sombríos y deslumbrantes y la masa de fantasmagorías —fantasías escénicas, relatos de la ciencia ficción, exacerbación de fabulaciones góticas y la fuerza no siempre subrepticia de utopías abiertas o veladas, científicas, sociales, políticas o industriales, sustentadas en la potencialidad productiva de la técnica— que estos escenarios acarrearon, la reflexión sobre la técnica encontró el desafío de territorios del pensamiento hasta entonces insospechados e inaccesibles. Entre ese espectro de nuevas preguntas, las interrogaciones sobre el sentido y la naturaleza de la técnica acaso adquirieron una dignidad particular que, en la filosofía contemporánea, alcanzó una fuerza propia a partir de la reflexión de Martin Heidegger. Su texto, La pregunta por la técnica (1953) trazó las líneas de fuerza de un impulso de comprensión que, recogido, ampliado y confrontado por la Escuela de Frankfurt, contribuyó decisivamente a la consolidación del pensamiento sobre la técnica como un tópico decisivo para el pensamiento contemporáneo.

 

Acaso es posible señalar varias líneas del pensamiento sobre la técnica abiertas por Heidegger con un alcance polémico radical: la íntima relación entre técnica y poïesis [τέχνη y ποίησις], y el vínculo de estas con la interrogación por la verdad, indicaron una orientación fundamental de la pregunta por la técnica asumida en su relación esencial con el hacer y, por consiguiente, el actuar. La naturaleza productiva de la técnica y su intervención sobre la experiencia de la temporalidad llevaron a la pregunta sobre la historicidad del sentido de la técnica, asumiendo con ello una relación intrínseca entre la τέχνη y el existir. Estas líneas de la reflexión, no obstante, no se cierran sobre sí mismas. Dan lugar a la incorporación de un conjunto abierto de problemas filosóficos aparentemente heterogéneos y disyuntivos, a partir de su inscripción en dominios divergentes, particularmente entre las conceptualizaciones antropológicas “horriblemente exactas”[1] y las tentativas de aprehensión de la “esencia” de la técnica ofrecidas por la reflexión filosófica. Así, las perspectivas apuntaladas en presupuestos antropológicos y pragmáticos, aquellas que interrogan la noción de “objeto técnico” como medio para un fin, y su deslizamiento modal hacia la instrumentalidad, y la “acción técnica” marcada por una incierta caracterización económica y política del desempeño histórico de la mercancía, buscan poner en claro también la metamorfosis de las capacidades operativas de la técnica en la estela del replanteamiento de las nociones de autonomía y de emancipación referidas a las prácticas productivas (laborales) contemporáneas. Por otra parte, la esfera de nociones articulada con la noción de τέχνη, tomada en su perspectiva filosófica, abierta incluso a diversas trayectorias de pensamiento, revela la intervención constitutiva de un dominio abierto de tensiones conceptuales que alientan proposiciones paradójicas, en particular la que surge de la primacía de la potencialidad creadora de lo técnico, por sobre sus condiciones empíricas de realización, clausurada y repetitiva. Así, por una parte, la técnica, considerada desde una perspectiva trascendental, revela una puesta en juego de modos singulares del ejercicio de la libertad, que contrasta, e incluso, desmiente su modo de concreción histórico que despliega la exigencia opresiva del sometimiento a la repetición extenuante de su naturaleza maquinal, su cuota de alienación y extenuación corporal, cognitiva e incluso afectiva impuesta a toda la masa de los operadores. Se hace patente una tensión irresoluble entre estos dos “modos de existir” de lo técnico: la tensión entre la puesta libre en acto del potencial creador de la técnica; y la implantación ominosa de ordenamientos y rutinas que transforman la capacidad operativa misma de la acción técnica en un mero suplemento mecánico. En una pieza del dispositivo de repetición inherente a la exigencia de exactitud del proceso técnico revelan visiones que se conjugan de manera disyuntiva, cuyas trayectorias históricas son asimismo indeterminadas: entre la celebración y la amenaza.

 

La reflexión desplegada por Heidegger en La pregunta por la técnica (1953) abrió un espectro de interrogaciones y vías polémicas no solo orientadas a la comprensión y la caracterización de la técnica, sino a las diversas exigencias para la comprensión de su historicidad y, por consiguiente, de las fisonomías que asume en la modernidad. La Escuela de Frankfurt y, en particular las contribuciones de Theodor Adorno y Max Horkheimer[2], Herbert Marcuse[3] y Walter Benjamin[4], a veces en abierta confrontación con los planteamientos heideggerianos, a veces a partir de concepciones autónomas, pero elaboradas en la estela de esos planteamientos, desplegaron más aún las vías para la interrogación política, histórica y filosófica sobre la naturaleza y los alcances de la técnica y, en particular, sobre su inscripción y su destino en la modernidad. El campo de la reflexión sobre la técnica, sin embargo, no menos vinculado de manera estrecha al seguimiento de los planteamientos heideggerianos impulsó en el contexto de la urgencia contemporánea —y quizá exacerbado por las nuevas condiciones de la “revolución” escenificada por las “nuevas tecnologías”: las nuevas telefonías, las nuevas “ópticas”, las transformaciones de las redes cibernéticas, la multiplicación de las estrategias de gestión digital y su integración omnipresente en cada aspecto de las formas de vida— el reclamo de una reflexión amplia y diversificada en el marco de las recientes aproximaciones filosóficas.

 

Las concepciones de Jacques Derrida —en particular las enmarcadas en su concepto de “deconstrucción”— ofrecieron un juego de alternativas para el acercamiento a la técnica, en particular a partir de una lectura inédita de los textos fundamentales de Heidegger.

 

 

Derrida hacia la lectura deconstructiva de La pregunta por la técnica de Heidegger

 

La pregunta por la técnica aparece en Derrida en un seminario llevado a cabo en el periodo 1975-1976 y dedicado a reflexionar sobre la relación entre “Teoría y práctica”[5]. Su realización, poco después de la publicación de uno de sus libros emblemáticos: De la gramatología[6] (1967) se desarrolla así en ese momento cardinal de formulación original del deconstruccionismo. No obstante, la reflexión sobre la técnica, en sí misma, no aparece sino hacia el final de dicho seminario. Se desarrolla a partir de lo que el propio Derrida llamó una lectura deconstructiva de Heidegger a partir de una reflexión fundamental sobre la praxis. La lectura de Derrida se apoya sobre dos textos de Heidegger: el primero y fundamental, La pregunta por la técnica[7] (1953) y, en segundo plano, algunas observaciones marginales tomadas de La carta sobre el humanismo[8] (1947), que aparecen en la exposición de Derrida como una referencia en confrontación con las posiciones althusserianas acerca de la praxis. Especialmente, la reflexión sobre la técnica se anclará en una tentativa de reformulación de la noción marxista de trabajo llevada a cabo por Derrida en un momento importante de su seminario. Introduce su reflexión sobre la técnica a partir de una breve formulación con referencia a la concepción formulada por Friedrich Hegel en la Fenomenología del espíritu[9] (1807) en la que apunta a una formulación expresamente referida al trabajo bajo el concepto de producción, orientado a la objetivación de la práctica en lo real. En esta perspectiva, la noción de producción supone asimismo una consideración detallada del proceso de subjetivación inherente al acto de trabajo. Este proceso de subjetivación conlleva como correlato el proceso de transformación del sujeto en una presencia del mundo, un modo de objetivación de la posición agentiva del sujeto.

 

El proceso íntegro de objetivación de la acción involucra necesariamente su relación con el objeto de trabajo, articulada con el desarrollo material de la acción y la intervención del sujeto como “objeto actuante” del mundo (en particular de la Naturaleza). Heidegger introduce en esta reflexión una caracterización sutil: un concepto de periodización no explícito. Hablará entonces de la “técnica moderna” en oposición a la τέχνη griega. No obstante, esta periodización dualista introduce asimismo una serie de interrogantes propias del concepto de historicidad inherente al concepto de τέχνη. Mientras que la τέχνη griega involucra de manera constitutiva una relación con la verdad [αλήθεια], la técnica moderna habrá abandonado radicalmente esta exigencia, enteramente sometida a la consideración por la eficiencia y, por consiguiente, de la exactitud como una calidad pragmática extraña a la noción de verdad. Por añadidura, a esta redefinición de la técnica en el mundo moderno se añade una propiedad perturbadora: la técnica ejerce una fuerza determinante sobre el modo de darse de lo humano, eventualmente, lo somete a condiciones de existencia radicalmente ajenas, revierte el impulso agentivo. La técnica se proyecta sobre todos los rasgos de lo humano, los modula para adecuarlos a su propia disposición. Esta nueva forma de aparición de la técnica en una metamorfosis propia de lo moderno vincula de una manera particular el pensamiento; lo orienta necesariamente, en la Modernidad, a las exigencias de la eficacia práctica; participa de una manera íntima a una aproximación equívoca al concepto de verdad que, en esta fase histórica, aparece como propiamente fundada en una visión pragmática en la que la relación entre “acción técnica”, objeto técnico, y producto es estrictamente de adecuación, enmarcado en la relación medios-fines.

 

La orientación deconstructiva planteada por Derrida subraya un punto inquietante sobre la historicidad de la técnica a partir de la interrogación de Heidegger sobre “la esencia de la técnica” y su referencia griega. La esencia de la técnica, ya reconocida, “pensada y dicha”[10] en el ámbito griego no puede, dada su condición esencial, sino preservarse, ofrecerse como una condición invariante. Para Heidegger, esa condición invariante, que es su destino esencial: la “producción”, su determinación al desocultamiento [Entbergen] de la verdad, reconocida y nombrada por el mundo griego, “está lista para acogernos”, se preserva aún en la técnica contemporánea, a pesar de que esta sea “de parte en parte ajena a la antigüedad”. Derrida señala una observación heideggeriana sobre un peligro original de la esencia de la técnica: este peligro es la cancelación de la posibilidad de un retorno del hombre “a un develamiento más original”[11]. El peligro, habrá que advertir en un giro deconstructivo, es que ese desvelamiento sea ofrecido como un límite nítido, absoluto: la instauración de la esencia como origen.

 

No obstante, la perspectiva derridiana amplía, y quizá también impone, una inflexión propia a la lectura de Heidegger. Orienta su lectura en directa consonancia con los presupuestos heideggerianos para desembocar en un reconocimiento de un radical extrañamiento; una aproximación indecidible de esa aprehensión esencial como radicalmente extraña a su realización histórica: en principio, la técnica conducida hasta una tentativa de alejarse, incluso de desprenderse tanto de “la representación antropológica e instrumental” de la técnica pierde su rasgo determinante: la creación, el engendramiento de un existir incalculable, imposible de anticipar. El propio presupuesto esencialista formulado por Heidegger conduce al rechazo de la esencia de la técnica como “cosa”, como “medio” sometido a la determinación instrumental, como “algo” que asume una presencia material en el entorno. Ese rechazo de la relación constitutiva de la técnica con su realización material supone una disipación de los rasgos propios de la técnica que no pueden abandonar su sustento antropológico. La visión antropológica de la técnica, ese modo de aprehensión “horriblemente exacto” de lo técnico vinculado constitutivamente con la estructura causa-efecto propia del acto productivo, participa necesariamente de la esencia de la técnica. La técnica, el propio Heidegger lo señala en un momento, no puede solo concebirse como “algo” a disposición del actuar para la consecución de un fin y, en consecuencia, involucrando útiles e instrumentos que, al alcance del acto, sirven para operar sobre un objeto del entorno para lograr una finalidad específica; Heidegger subraya una consideración suplementaria: ¿y si además de esa dimensión antropológica, la técnica fuera esencialmente “algo más”? La implicación, más que plantear un suplemento, propone un fundamento que participa del “olvido” propio de la “diferencia ontológica”; supone también un acercamiento a la génesis de la cosa, a su inscripción en un dominio de la percepción y la experiencia, a un modo de relacionarse a la vez con el sujeto que usa la tecnología y con el objeto, la materia originaria sobre la que operará el procedimiento técnico para convertirla en “algo producto del trabajo”. Pero la visión antropológica-pragmática de la técnica, aún “horrorosamente (desmesurada hasta el extremo de espantar) exacta” [unheimlich richtig][12] conlleva un rasgo determinante que aparece en los pliegues de esta propuesta derridiana: la técnica supone la exigencia de dominio, deseo de dominio; dominar la naturaleza para lo que es preciso dominar el uso de los instrumentos. Dominio y creación, dimensiones constitutivas de la técnica, se enlazan de manera inextricable, aunque se oponen de manera irreductible.

 

En la lectura de Derrida el concepto de dominio se despliega en trayectorias disyuntivas: por una parte, es patente que se requiere, en toda acción técnica, un dominio de los usos de los instrumentos; dominio alude a saberes relativos a los objetos técnicos, tanto como a las propiedades y posibilidades prácticas de los instrumentos, las racionalidades que inciden sobre los protocolos de uso, las disciplinas corporales requeridas para el manejo instrumental, las destrezas en la exploración de las capacidades del objeto técnico, sus adecuaciones a las finalidades extrínsecas al acto instrumental; por la otra, el otro dominio, el de la naturaleza, aparece como una orientación potencial de la acción, la intervención de un deseo acaso irrealizable pero palpable en las transformaciones técnicas. Controlar la naturaleza mediante la técnica supone otro orden propio, con un régimen autónomo de saberes y de control, capaz de realizar el ejercicio de fuerza de extracción, pone en juego la voluntad de sometimiento y voluntad de apropiación, pero supone, a su vez, la participación del primer impulso de dominación: dominar la técnica, dominar un universo disciplinario, llevar a cabo un ejercicio adecuado de la técnica y un modo de adecuación “exacto” de las técnicas a las expresiones de su voluntad y a las disposiciones de su poder. Estos dos modos de comprometer el impulso de dominación en el espacio técnico, sin embargo, implica una amenaza intrínseca: la técnica se revela capaz de integrarse en un dispositivo autónomo, susceptible de cobrar una particular potencia de autoengendramiento y autorregulación, y así lograr escapar al dominio, al control humano de los propios agentes de la acción técnica. Esta amenaza se concreta en una atmósfera figurativa: imaginerías narrativas y escénicas. Esa imaginería, ese impulso fantasmal, surge de las fisuras entre el uso, el destino y la inadecuación entre las potencialidades necesariamente inexploradas del dispositivo técnico y el acto propiamente productivo. Esa inadecuación transforma las potencias inexploradas de la técnica en ficciones narrativas e imágenes en los confines de lo onírico, fantasmagorías de una autonomía y una potencia en los linderos de lo sublime, que retorna sobre el sujeto para someterlo. Esa fantasmagoría emerge de la asimetría misma entre razón, uso, voluntad y destino de la empresa técnica, entre cuyos elementos una “adecuación exacta” es radicalmente imposible.

 

Más aún, Derrida subraya un giro particularmente significativo en la formulación de Heidegger: el acento puesto sobre la relevancia de la “adecuación” [Richtigkeit] en textos particularmente relevantes que aluden a la comprensión de lo técnico. Así, en la estela del pensamiento heideggeriano, el concepto de adecuación se despliega en su completa ambivalencia: su doble juego entre sujeto y objeto, destinador y destinatario; del conocimiento hacia las cosas, pero también, en una dirección inversa, un peculiar sentido de adecuación que refiere al modo de darse de las cosas para el conocimiento. De esta manera, por una parte, se apela a una conceptualización de la “verdad” lógica que remite a la correspondencia, a la relación “adecuada” entre la proposición y el estado de cosas que designa, pero, asimismo un modo particular de darse de la adecuación: la que surge entre un modo de ese estado de cosas, una forma de “disponerse” de las cosas para responder a las cualidades y también a las limitaciones de la forma proposicional. Cada uno de estos rasgos del concepto de adecuación tiene implicaciones filosóficas propias: unas inconmensurables a las otras, marcadas por una diferencia imposible de soslayar. En el vórtice de estas diferencias concurre también la relación que Heidegger subraya entre la técnica y la verdad. Derrida advierte el uso de dos términos que, en el caso de Heidegger, difícilmente podemos considerar como empleados a la manera inadvertida como sinónimos: desvelamiento [Enthüllung] y desocultamiento [Entbergen]; es este el que propiamente, para Heidegger, correspondería estrictamente a la verdad [αλήθεια] y que asume un significado propio, subraya Derrida: sacar a la luz algo sepultado. Entre ese “poner al descubierto levantando el velo” y el “sacar a la luz de lo oculto” referidas ambas a la esencia de la verdad, se hace patente un juego diferencial cuyas consecuencias no son irrelevantes para la caracterización de la relación entre la τέχνη y αλήθεια. La τέχνη se revela así, al mismo tiempo como instrumentalidad y como operación (o conjunto de operaciones) destinada al des/cubrimiento, des/velamiento, des/ocultamiento de la verdad (cada una de estas acepciones marcada por una diferencia irreductible ante las demás). La τέχνη posee, por consiguiente, una doble potencia: la primera, orientada a la producción de un objeto inédito, aunque adecuado a las condiciones de la acción técnica, la segunda, orientada al develamiento esencial de la verdad.

 

En el detallado trabajo de lectura que Derrida lleva a cabo del texto heideggeriano, este largo ejercicio de un deslinde diferencial de las nociones, este reconocimiento de las particulares disyuntivas entre los conceptos que concurren para la elucidación de la “esencia de la técnica” exhibe también, por las implicaciones de la participación en todo acto técnico de la esencia de la τέχνη una condición de “continuidad” histórica, pero también de una discontinuidad que ilumina de manera oblicua una posición ante la relación entre la τέχνη y la Modernidad. La esencia de la técnica, tal como fue reconocida en el pensamiento griego, ofrece facetas para pensar la historicidad de la técnica y, particularmente, el modo de darse propio de la técnica moderna. Pero queda por esclarecer aquello que caracteriza, propiamente, la técnica “moderna” y que remite, de manera problemática, a la relación entre la τέχνη y la ποίησις. Derrida señala una inflexión importante en Heidegger, relativa a esta diferenciación y fundamento de esa periodización dualista de la τέχνη. Esta singularidad de la τέχνη moderna emerge de un distanciamiento, ocurrido en la Modernidad, de la esencia de la técnica; en esta nueva condición, la técnica es conducida a un abandono de la relación íntima entre el desocultamiento de la esencia [Entbergen] y la verdad [αλήθεια], rasgo reconocible en la esencia de la técnica y que conlleva la relación íntima entre τέχνη y ποίησις, —asumida como “producción”, como impulso o gestación de lo nuevo—. Este distanciamiento desplaza la ποίησις y, por consiguiente, la producción [Hervorbringen], para dar lugar a algo radicalmente distinto: la τέχνη en la Modernidad, se realiza como provocación [Herausfordern]. En la perspectiva de Derrida, este desplazamiento, inherente en la fuerza de provocación, pone a la luz la relación consustancial entre técnica y fuerza imperativa, la técnica exhibe una exigencia, una fuerza de imposición, de arrastre y, finalmente, desemboca en una acumulación. Lo humano se integra [Gestell] en torno de este impulso irresistible de la τέχνη Moderna, de su implantación compulsiva que lo priva de su vínculo esencial con la libertad para consagrarlo a un impulso de sometimiento.

 

La lectura derridiana de Heidegger, una alternativa para desplegar el juego “deconstructivo”, supone una acción suplementaria: el tránsito del trabajo sobre la construcción textual de Heidegger, a la aprehensión de las tensiones en el modo de darse de las técnicas contemporáneas en el espacio social y en la trama de las formas de vida. Acaso es preciso asumir lo planteado por el propio Derrida ante la exigencia de esclarecimiento de la noción de “deconstrucción”. Ante la interrogación sobre si es posible circunscribir la noción de “deconstrucción” a un ámbito meramente filosófico —o acotada por una especie particular de análisis textual— Derrida afirma: “La deconstrucción no es esencialmente filosófica” y continúa buscando sustentar este desbordamiento que caracteriza la noción de deconstrucción: esta rechaza toda tentativa de encerrar en los marcos de una definición “territorial” de la filosofía —de una “identidad” atribuida a un régimen específico de saber— la experiencia del pensar.

 

“La deconstrucción está en todas partes. Hoy se la toma en consideración por el hecho de que la temática —incluso la temática explícita de la deconstrucción bajo ese nombre— se despliega en campos que no tienen ninguna relación directa con la filosofía, no solo en campos artísticos, como la arquitectura o la pintura, sino también en otros ajenos a las bellas artes o la literatura. En Estados Unidos se habla de ella incluso en política, en el campo de las instituciones; así que la deconstrucción, ni estaría limitada a los discursos, ni tampoco a los discursos filosóficos”.[13]

 

El “desbordamiento” de lo filosófico operado por el trabajo deconstructivo, en la perspectiva de Derrida, requiere acaso de un presupuesto suplementario, no exento de la necesidad de una fundamentación extensa: la “generalización infinita” de la noción de texto que rechaza la posibilidad de señalar, inequívocamente, los linderos entre lo textual y “la realidad”. En un esfuerzo (podría hablarse incluso de una concesión) por señalar explícitamente algunos rasgos reconocibles de momentos indicativos del trabajo deconstructivo, Derrida, tomando como presupuesto de partida el abandono —incluso el rechazo— radical del principio de identidad y de la presencia como ejes rectores del trabajo conceptual, reconoce en el concepto de deconstrucción la necesidad de revertir todo régimen jerárquico entre categorías, un régimen carente de fundamento que supone en principio la necesidad de cancelar la implantación privilegiada de los ordenamientos binarios. Desestimar la relación de oposición excluyente entre categorías invoca la instauración del presupuesto de “indecidibilidad”, revelar lo insostenible de los linderos, en apariencia nítidos, entre relaciones categoriales. No se trata simplemente de suspender la pertinencia del reconocimiento de las categorías como expresión de estructuras relacionales —entendidas como haz o composición de oposiciones—, sino de desmentir la relevancia de los presupuestos genéticos entre ellas. La deconstrucción busca exhibir la vacuidad de las causalidades aparentemente inequívocas, busca también interrogar las imputaciones implícitas de supremacía entre categorías, suspender el desplazamiento, la invalidación o el silenciamiento de unas categorías por la intervención dominante de otras. La deconstrucción alienta asimismo la búsqueda de la multiplicidad de “marcas indecidibles” que se hacen reconocibles en:

 

“[…] “falsas” propiedades verbales, nominales o semánticas, que no admiten ser comprendidas mediante operaciones filosóficas binarias, (marcas) que, sin embargo, residen ahí, resisten, desorganizan (esas oposiciones binarias) pero sin jamás constituir un tercer término, sin dar jamás lugar a una solución que preserve la forma de una dialéctica especulativa (el pharmakon no es ni remedio ni veneno, ni bien ni mal, no está ni dentro ni afuera, no participa ni de la palabra ni de la escritura)”.[14]

 

A pesar de que esta caracterización ofrecida por Derrida de algunos rasgos “metodológicos” de la deconstrucción aparece en el contexto de la necesidad de deslindar el trabajo deconstructivo de las filiaciones hegelianas o heideggerianas, la deconstrucción preserva estas posiciones más allá de las polémicas en el ámbito filosófico.

 

La reflexión de Derrida está marcada en su propia genealogía por una interrogación fundamental: en su perspectiva, el soporte de la metafísica se ve radicalmente dislocado por las implicaciones filosóficas de la escritura. En principio, la escritura revela el quebrantamiento de los presupuestos centrales de la fenomenología de Edmund Husserl, apuntalados en los presupuestos y las consecuencias de la presencia, y exhibidos de manera patente en su conceptualización sobre el lenguaje y la significación, a su vez edificados sobre la primacía de la voz asumida como la calidad ontológicamente constitutiva del lenguaje —concebida por la fenomenología como el modo de darse de la presencia en el lenguaje—. Derrida apela a un recurso crucial para desmontar los presupuestos de este anclaje metafísico de la fenomenología que deriva del desmantelamiento conceptual de índice [Anzeichen] – y expresión [Ausdrückung] que, en el trabajo de Husserl, caracterizan un modo de funcionamiento esencial del lenguaje —y de la conciencia—. La escritura revela lo insostenible de una caracterización de la esencia del lenguaje a partir de esta conjugación de índice y expresión que aparecen como inherentes al carácter oral a los signos. Con esta perspectiva la significación participa de la naturaleza expresiva de la voz. Expresión y voz no son, sino dimensiones que exhiben la metafísica de presencia como sustento de la construcción conceptual de la fenomenología.[15] La escritura suspende la relevancia expresiva del lenguaje al introducir una postergación y un desplazamiento en la emergencia de la significación. Esta postergación no es simplemente una operación lineal sobre la concatenación de los signos del lenguaje. Revela un enrarecimiento de la relación entre tiempo y lenguaje, en la medida en que la posibilidad expresiva del lenguaje supone una “encarnación”, una realización objetiva. Pero esta realización, que hace de la palabra un objeto del mundo, reclama, para la conformación su identidad, una potencia de significación no objetivada en el cuerpo material del lenguaje. Esa potencia de significación se realiza como escritura: “La posibilidad de la escritura habita el interior del habla [parole] que está, por sí misma, interviniendo en la intimidad del pensamiento.”[16]

 

No obstante, la escritura, tal como emerge del trabajo conceptual de Derrida, exhibe una peculiar ambivalencia: remite ineludiblemente a una “corporeidad” propia, a una objetivación que la revela no solo como materia, sino como realización específica del acto de escribir. El sentido mismo de lo escrito desborda la materia gráfica y hace patente una “identidad sin identidad” de la potencia significativa patente en el acontecer de la escritura, que desborda la capacidad del signo escrito meramente como representación. Pone, así, el acento sobre una condición extraña del trazo que hace posible la escritura: interroga la condición ontológica del trazo como fuerza productiva de la significación. Más aún, toma la calidad ontológica extraña del trazo, su existencia material, su inscripción como “cosa” en el mundo, y subraya asimismo la imposibilidad de asignar una identidad posible al trazo en sí mismo. Asume asimismo su incidencia en el trastocamiento de la condición aparentemente inapelable del sentido de la sucesión temporal, la inversión y el papel de antecedente y consecuente que, respecto del trazo que los diferencia, revelan una condición paradójica: la consecuencia confiere sentido a lo que lo antecede, asume una condición fundante de aquello que parece ofrecerse como fundamento. El trazo, que se da como “algo” inobjetablemente espacial, supone así un modo de existencia formal y una incidencia sobre el sentido de la temporalidad.

 

La escritura remite, así, para su génesis al trazo y este a una materialidad que supone, en su existencia histórica, la participación de una superficie también material en la cual se inscribe. Hay una relación incierta del concepto de escritura derridiano con el tiempo —tiempos históricos de la escritura, tiempos pragmáticos del acto de escribir, tiempos dispuestos según ordenamientos conceptuales—, diferencias de sentidos temporales que se ahondan en las consideraciones sobre las edades y los anclajes históricos de distintos textos. Más aún, Derrida se desplaza entre distintos “gestos” y “momentos” operativos de la escritura. La escritura como entidad material sin identidad, productora de una significación a la vez extraña a toda integración sistémica, cobra una calidad al mismo tiempo espectral y metafórica, descriptiva y testimonial, instrumental y metodológica, conceptual y lúdica, incluso íntima y confesional, hasta llega a asumir un alcance trascendental. Derrida se desplaza de una de estas figuras a la otra y hace patente la imposibilidad de un deslinde inequívoco entre ellas, pero la página en blanco tiene un lugar particularmente relevante, con las resonancias de la revolución técnica más conmocionantes en la historia de la escritura: el vuelco ocurrido por la introducción de la imprenta que fusiona, de una manera inédita, patente, indeleble, el acto de escritura y el régimen operativo, mecánico, de la producción textual. En una reflexión surgida a partir de la caracterización técnica de las nuevas prácticas de la escritura contemporánea en las que el papel es reemplazado por dispositivos electrónicos: pantallas, haces de luz, o superficies de distinta consistencia física, particularmente preparada para la inscripción luminosa o electrónica, Derrida elabora un recuento y una caracterización minuciosa de la fisonomía contemporánea —en fase de una nueva revolución técnica— de las prácticas de la escritura.

 

“La “despapelización” [dépapierisation] del soporte, si es posible decirlo así, es en principio la racionalidad económica de un beneficio: simplificación y aceleración de todos los procedimientos, ganancia de tiempo y espacio, y, por consiguiente, almacenado, archivación, comunicación y debates facilitados más allá de las fronteras sociales y nacionales, circulación sobreactivada de las ideas, de las imágenes, de las voces, democratización, homogeneización y universalización, “mundialización” inmediata o transparente —y, por consiguiente, se piensa, distribución acrecentada de los derechos, de los signos y los saberes”.[17]

 

Esta “despapelización” conlleva también un replanteamiento mismo del archivo, de la memoria, y, con ello, de lo “portátil” que constituye, acaso, una de las propiedades más perturbadoras y que ha trastocado más radicalmente nuestras formas de vida al inducir nuevas percepciones del espacio-tiempo, del propio cuerpo, de la esfera completa de nuestras afecciones y alterar la noción general de los contextos de nuestras interacciones, desde las públicas e instrumentales, hasta las más íntimas. “No hay posibilidad de una reflexión deconstructiva sobre el papel que no deba detenerse en todo lo que comporta el portar en más de una lengua”[18] Derrida se desplaza de lo portátil de lo “despapelizado” a los sentidos que los papeles “portan”: firmas autógrafas, certificaciones de identidad, pasaportes, credenciales de identificación, comprobantes de residencia, testimonios y declaraciones legales y documentos jurídicos de diversa índole que definen las alternativas y los cursos posibles de la propia vida. Incluso, las alternativas contemporáneas ofrecidas por los dispositivos telefónicos o computacionales para “reemplazar” los documentos impresos no son, por lo pronto, sino copias o representaciones, conservadas y desplegadas en pantalla, de documentos original y genuinamente impresos para garantizar su validez.

 

La reflexión sobre la ausencia de papel consolidada por las cibertecnologías contemporáneas lleva a Derrida, de una minuciosa descripción testimonial del cúmulo de alteraciones, mutaciones, degradaciones, mutilaciones o exaltaciones que esa ausencia produce en nuestras formas de vida, a una interrogación sobre la concepción misma de historia. Pero esa interrogación se transforma de manera necesaria en un vuelco autorreflexivo: la inquietud por los límites de la inteligibilidad de la historia y, de manera suplementaria, por la experiencia de la historia. Lo técnico conlleva necesariamente el reemplazo de lo que se ha tornado obsoleto. El testimonio del vuelco hacia la obsolescencia es quizá una de las caras de la experiencia de la historia y la virulencia de uno de sus modos de incidir en el dominio del sentido: la irreversibilidad, los límites de la iterabilidad.

 

 

Interrogar la técnica Moderna: vías deconstructivas

 

Este dominio abierto de tensiones con el que el trabajo de Derrida caracteriza la escritura hace patente otra faceta de su relación con el tiempo y con la identidad: se hace patente como una singularidad y como una iteración. La significación no puede, sino surgir de una potencia de iteración de los signos del lenguaje, pero a la vez, la decantación objetiva del lenguaje como escritura la revela como un acontecimiento, como una singularidad pura. Ese acontecer radical supone una aprehensión, una exploración abismal de los trazos en juego por los usuarios —tanto activos como pasivos, tanto aquellos que participan de la “acción técnica” de insertar el trazo en la superficie (real o virtual) que da soporte a la materialización de la escritura, como aquellos quienes experimentan de manera inmediata o mediata la incidencia de la letra, su potencia capaz de engendrar la figura trascendente de la significación. Esta coalescencia de la singularidad del acto de escritura y su exigencia iterativa pone a la luz una relación constitutiva de la escritura y la técnica: la escritura como una de las potencias constitutivas de la tekné [τέχνη]. Esta intimidad entre escritura y τέχνη, pone en relieve el carácter “técnico” de esa corporalidad en juego en el acto de escritura, ajeno, en apariencia, a la incidencia de la implantación de un dispositivo técnico. El cuerpo que escribe aparece como un cuerpo objetivado por las exigencias de un orden disciplinario que participa de un ámbito de “resonancias” que emanan de las transformaciones que impone la técnica a su propio entorno.

 

La relación entre la técnica y la corporalidad exhibe ya en la escritura estas tensiones paradójicas —técnica y negación de la técnica, creación y estereotipia, singularidad, generalidad, indeterminación de sentido y doxa, fuerza indeterminada y régimen instrumental, ajena a toda intencionalidad y doblegada a los valores propios de la estructura medios-fines; es un acto irreproducible y que conlleva un repertorio de operaciones reiterativas y mecánicas, involucra la integración de las operaciones y modalizaciones de una razón cuyo sustento también paradójico parece derivarse de los propios marcos pragmáticos del desempeño técnico.

 

La técnica adopta formas paradójicas y ambivalentes de inserción que introducen resonancias, perturbaciones, desplazamientos, enrarecimientos o transfiguraciones en todos los ámbitos de la vida humana: por una parte, las “acciones técnicas” —aquellas que participan en cualquier dominio o fase del desempeño, operativo, receptivo, mediato o inmediato de los objetos, desempeños o secuelas de las acciones que atañen a la técnica— se integran plenamente en la configuración de las acciones colectivas, integran en ellas objetos, instrumentos, cuerpos, ordenamientos, saberes y racionalidades que conforman una esfera autónoma; por otra parte, los objetos asociados a la “esfera técnica”, al tiempo que son producto de acciones técnicas, producen también objetos, situaciones, afecciones, percepciones, significaciones, identidades y perfiles simbólicos de los sujetos, se inscriben de manera indiferenciada en el panorama de los objetos del mundo, y parece compartir con todos los demás objetos una forma de existencia y de incidencia equiparable sobre la conformación de los entornos humanos; por otra parte, la acción técnica, en su surgimiento, modula los contornos del mundo, y ofrece un dominio de asombro que se disemina por todo el espacio de sentido hasta fundirse con él y devenir opaco, imperceptible, una forma intemporal incorporada a la fisonomía de los hábitos. Así, el objeto técnico participa de un espectro múltiple, cambiante, dinámico de fisonomías, y como una fuente de transformación de las formas de vida, que se ofrece, con el impacto de su fuerza inaugural, con los ribetes expresivos de las pautas retóricas de la promesa. La irrupción de un objeto, o una práctica, engendrado como técnica o surgido de ella, suscita en el dominio de la experiencia estas múltiples calidades: asombro, extrañeza, sospecha, espera y promesa. Alienta asimismo formas equívocas de la pérdida y de la nostalgia.

 

El acercamiento a la técnica supone el reconocimiento de cuatro dimensiones del sentido operativo de la τέχνη: la secuencia operativa que se articula en un desarrollo estructural de las modalidades del hacer, el objeto o conjunto de objetos que se inscriben para la realización de las potencialidades pragmáticas de las operaciones técnicas, la instancia agentiva (la incorporación de las múltiples instancias subjetivas que se concurren en la conformación de “acto técnico”) que figura —imagina, anticipa, programa, planea, gestiona, modula, realiza— las potencias del régimen operativo, la “forma” del objeto —real o simbólico— que se ofrece como secuela de esa constelación operativa de la τέχνη, y la esfera de las finalidades que sustenta también los procesos de creación de valor inherentes a la génesis de las nuevas formas y estructuras de los objetos creados por la τέχνη. Las incesantes transformaciones de la modernidad se apuntalan sobre la dinámica de transformación e interacción recíproca de estas dimensiones del desempeño técnico. Pero acaso, lo que ha incidido decisivamente en la mutación de las temporalidades técnicas es la relación entre composición pragmática de las acciones que integran el protocolo operativo de la “acción técnica” y la esfera de las finalidades y los valores con los que se ha significado el objeto resultante de la creación técnica.

 

Pensar la técnica conlleva expresa o tácitamente la reflexión sobre el actuar, pero introduce la posibilidad de un actuar cuyos sentido, destino y valor son inciertos; asimismo, la reflexión sobre el actuar de la escritura supone consideraciones cruciales sobre la técnica, una técnica que no solo es extraña a la condición medios-fines, sino que la desmantela, la revela en su fragilidad como sustento del actuar. Si bien la técnica, reducida a sus esquemas operativos, se muestra como una modalidad de la acción llevada a la condición de mediación —una acción en una disposición de acciones “concatenadas”, causante o engendradora de otra y regidas por la exigencia de eficacia respecto de una finalidad —, evidencia también la doble articulación de las acciones: paradigmática con otras acciones con las que se relaciona en campos configuracionales, y sintagmática por la relación de sucesión (precedencia y continuación) del sentido del actuar. Pero la condición paradigmática de la escritura como τέχνη revoca la fuerza determinante de este doble condicionamiento: sus paradigmas son inciertos, abiertos, elusivos, inconcluyentes, incluso vacuos; sus composiciones sintagmáticas (sucesión, anticipación, determinación, indicación, engendramiento) carecen de horizonte preciso, sus alcances y la necesidad de sus secuelas se extingue: la serialidad se conforma a partir de la intensidad de las posibilidades, de la composicionalidad incalculable y apenas conjetural de un devenir sin desenlace. Actuar como sometido a un contexto complejo de simultaneidad y secuencialidad sometidos al impulso de una potencialidad abierta y modulada por el acontecer. La relación entre la virtualidad paradigmática y la indeterminación sintagmática revela un entrelazamiento inextricable de posibilidades informulables pero que se conjugan, tejen disposiciones y potencialidades recíprocas. Esta interrelación: fusión, determinación recíproca, confrontación, discordia, disonancia, incorporación orgánica alientan preguntas al mismo tiempo mutuamente iluminadoras, pero también interferencias desconcertantes del pensamiento.

 

La historia de la escritura atañe primordialmente a su sustrato operativo e instrumental, su “historia” como τέχνη aparece como informulable: ¿entre la fuerza de creación de la escritura en Dante y en Petrarca o en Eliot y Joyce es posible trazar una secuencia “evolutiva”? Su transfiguración, sin embargo, no obedece a una transformación causal, sino a la realización en sí misma abierta de potencialidades que se engendran por la inscripción eventual de la escritura en un marco relacional que emerge como fruto de condiciones erráticas, como una súbita decantación de imperativos en un acontecer que desmiente la fuerza de sus antecedentes y borra la posibilidad de toda anticipación. Sus tiempos ahondan sus impulsos en permanente disgregación. El destino no solo del “acto de escritura” que se lleva a cabo en un momento singular, sino incluso del texto escrito, de la materia-objeto de escritura creada, es imposible siquiera de vislumbrar. Y, sin embargo, la mutación de sus sustratos operativos, de sus dispositivos de producción institucionalizados, i.e. la transformación sucesiva de los implementos y dispositivos de la acción, su integración en cadenas y circuitos productivos, los modos de realización de los objetos a los que dan lugar, la trama de prácticas operativas y acciones rutinarias asociadas con los sustratos instrumentales de hacer, se integran de manera aparentemente natural en el dominio de las formas de vida. La modernidad privilegia esta supremacía de dimensión operativa e instrumental de la acción técnica —dominada por la eficiencia en la consecución de finalidades— y preserva un velo sobre la fuerza creadora de la τέχνη. Cada aparición de capacidades novedosas, de nuevos e imprevistos alcances operativos en dispositivos instrumentales y eficientes de la técnica —ya integradas en las formas de vida como mercancías destinadas a “enriquecer y facilitar” las rutinas—, se ofrece con la fuerza de un espectáculo, un estremecimiento o una perturbación efímera de espacios, tiempos y cuerpos sociales. Así pasó con la introducción de las computadoras, los sucesivos modelos de la telefonía —hasta llegar a los “teléfonos inteligentes contemporáneos—, los “increíbles” dispositivos de manejo de datos y memoria alimentados por protocolos y algoritmos inéditos, acompañados en su surgimiento por un desconcierto momentáneo, capaz de inquietar la experiencia convencional, de suscitar un “asombro apático”, y un reclamo incómodo de incorporación de nuevas rutinas disciplinarias con una alteración a veces drástica, pero vitalmente insignificantes de las formas de vida.

 

La escritura, en su doble dimensión contradictoria: como sustrato material, operativo, productivo, eficiente e instrumental de la acción técnica, y como acontecimiento —capaz de comprometer cuerpos, impulsos de sentido, tramas afectivas, descubrimiento de potencialidades, ámbitos de experiencia radicalmente inéditos— destinado a acrecentar la fuerza creadora de la τέχνη, permanece íntimamente asociado a todos los procesos que concurren en la transformación técnica de nuestro proceso de civilización.

 

Una de las dimensiones cardinales de la inscripción de la técnica es el dominio del trabajo. No solo porque la escritura es un modo de darse del trabajo, sino porque participa de todas las formas instituidas de la disciplina corporal y organizativa de los trabajadores. No hay trabajo, en su forma contemporánea, sin la intervención de la escritura. Pero la escritura revela dimensiones habitualmente inaccesibles de la dimensión técnica de la acción. La escritura asume este otro dualismo, como acción y como trabajo. Y pone a la luz la faceta escritural del trabajo: el trabajo como escritura, patente en el rostro inabarcable de la producción, como universo participante también de la doble condición, trabajo codificado, programado, programable, calculable, evaluable, y “sentido del trabajo” como una aparición elusiva de una experiencia estética, de un régimen evanescente del acontecer capaz de transformar la vida misma. La forma trabajo de la acción cobra todo su sentido a partir de la integración del devenir instrumento de los objetos en el proceso de creación de objetos culturales. Pero la forma trabajo de la acción, como lo había ya advertido Hegel, se revela como la realización de potencias contradictorias y heterogéneas del actuar. Al mismo tiempo condición cardinal de la fuerza agentiva, creadora de la acción, el trabajo en su realización se revela como una incidencia dinámica, la inscripción de una traza, de una huella —todo trabajo no solamente produce un objeto, sino que cada objeto conlleva el trazo de su acontecer— y el acto técnico del trabajo despliega una fuerza potencial creadora y destructiva del entorno humano. Este dualismo del trabajo: creación y destrucción, exuberancia y devastación de la esfera de sentidos que da su fisonomía al mundo, acrecienta su implantación paradójica cuando participa plenamente de las calidades lógicas y el modo de realización de la mercancía. La mercancía trabajo (“acción de creación-destrucción-reiteración-desbordamiento y allanamiento de la experiencia individual y colectiva”) confiere al intercambio mercantil un sentido al mismo tiempo ominoso y exultante, aletargante e incitante, la potencia contradictoria del trabajo se expresa como seducción, exacerbación de los destinos pulsionales —vitales y mortíferos— del sujeto, pero también como extinción de la fuerza deseante.

 

Esta potencia de transformación surgida del “devenir implemento” —y también mercancía— del acto, la fuerza, los instrumentos y los objetos de trabajo— del “acto de trabajo” —y del juego de escritura que involucra— abre la vía a una interrogación sobre las condiciones, el sentido y la naturaleza de la potencia creadora de la acción. Pero al mismo tiempo revela un vínculo íntimo con los modos de la realización corporal del actuar: trabajo-escritura; destrucción-creación, satisfacción mediata de necesidades, reinvención incesante de los espectros de la confrontación y coexistencia consigo mismo, con los otros, con el entorno. Concurrencia de formas y de sentidos de lo posible inherentes a la forma que adopta el implemento técnico, los cuerpos, su concurrencia, su gestión, su eficiencia instrumental. La conjugación trabajo-escritura/escritura-trabajo hace que la fuerza creadora de la técnica se disemine, pero también que se confine, que se propague, pero también que se abisme, que se intensifique, pero también que se amortigüe hasta casi extinguirse en los pliegues de la rutina de las formas instituidas del trabajo. A pesar de la diversidad de los actos que concurren en la conjugación escritura-trabajo, su acontecer no puede ser sino singular. Irrepetible: condenado a la desmemoria, al vacío, al estremecimiento fútil, a la fragilidad de los trayectos cotidianos, el entrelazamiento entre escritura-trabajo se abre también a lo posible, que es también lo inimaginable.

 

El privilegio del “acto instrumental” y el olvido de la τέχνη, compromete la dimensión creadora del acto de trabajo y degrada también a la escritura a una mera operación de soporte. La modernidad sofoca la creación a partir de entronizar la eficiencia del acto instrumental. Este deviene asimismo un recurso para una modelación de la experiencia de la temporalidad subordinada a la eficiencia, y la plena instauración de las formas equívocas de la rutina, de sus múltiples realizaciones figurativas y expresivas. Sustento de un impulso repetitivo que disipa, asimismo, la fuerza disruptiva del acontecimiento. La plena implantación del acto instrumental eficiente conduce así a la conformación de una esfera monótona del actuar, subordinada asimismo a las propias exigencias de régimen instrumental emanado de los dispositivos materiales, mecánicos, y operativos de la producción: una esfera de hábitos, de patrones amortiguados del actuar, una configuración relativamente estable y mimética del hacer. Pero también un campo que ejerce una fuerza de modelación sobre la esfera de la acción instrumental de los otros. Los hábitos exhiben una condición propia coma una capacidad de engendramiento de vínculos entre esferas de acción, y, por consiguiente, entre sujetos. Esta creación de correspondencias entre esferas del actuar a través de modos compartidos de operar y realizar las acciones instrumentales guarda una relación particularmente enigmática con impulsos imitativos. La mimesis se convierte en la fuerza modelizante de las formas de vida, que culmina en una concurrencia de sentidos, de valores, de finalidades, de afecciones, la primacía de una experiencia de la temporalidad en consonancia con la prescripción de la eficiencia inerte que proyecta la exigencia mimética hacia el pasado como una densidad de la memoria.

 

La transformación de los hábitos en regímenes colectivos de organización del trabajo y las formas particulares de vínculo se expresan en las relaciones de especialización eficiente de la acción que se realizan en la división colectiva de las tareas laborales. Esta relación íntima entre acción instrumental y la mimesis como forma de vida cobra una relevancia histórica particular. Este es uno de los factores que transforman la fuerza creadora en “asombro apático”, en fuerza abismal de las identidades adentradas en su propio universo: al mismo tiempo mimesis e indiferencia de las afecciones colectivas.

 

No obstante, la τέχνη, propia de la escritura, del trabajo preserva, incluso sofocada, su potencia de creación, su orientación hacia el impulso de engendramiento de sentido y de formas de vínculo, su potencia de creación de historia. Lo que se hace patente es la condición paradójica del “acto técnico”: su conjugación de acto de creación y de acto instrumental, de acontecer y de régimen operativo e instrumental instituido y dominado por la fuerza de la mimesis y su capacidad para incidir en la génesis y la morfología de los patrones pragmáticos de los ordenamientos sociales, es la dinámica propia, incluso autónoma de la transformación tecnológica.

 

Marcuse[19] logró bosquejar ya de manera nítida una condición extrema, inquietante, y acaso obscura de las formas de implantación de este extravío mimético de la relación sujeto-máquina, el acto de creación que se extingue en la fuerza de la violencia reiterativa e imitativa de las formas instrumentales, y su propagación al ámbito integral de las relaciones sociales, las formas de vida, e incluso las fisonomías específicas de las sensaciones, de las afecciones, e incluso de las modalidades de satisfacción pulsional.

 

Una relación inquietante se produce en el juego especular de la mimesis en el que se abisma la relación hombre máquina que domina en la esfera del trabajo —y también de la escritura— y que esté enlazada a la exigencia de una productividad creciente del rendimiento del trabajo. Hay una estrecha relación entre el ascenso de la potencia productiva del trabajo a partir de esta relación hombre máquina en la modernidad, y las formas que asume la repetición mimética en la configuración de los patrones de organización del trabajo contemporáneo. Marcuse señala ya algunas facetas patentes, oscuras, entre estos patrones repetitivos de comportamiento —convertido en espectáculo a partir de la implantación omnipresente de la “moda” como horizonte rector de la mimesis y como figura fantasmal del deseo—, inducidos por el mecanismo repetitivo, casi hipnótico de la máquina y los nuevos dispositivos tecnológicos. Una inabarcable multiplicidad de los juegos miméticos como modos de darse del placer —degradado asimismo a un mero disfrute episódico, a una búsqueda generalizada de diversión y entretenimiento—, apuntalado en el régimen de trabajo, de escritura, en las prácticas contemporáneas de la Modernidad. La diversión, el espectáculo y el entretenimiento vinculados de manera ambivalente al mismo tiempo con una forma extraña de la sublimación y con la fuerza vertiginosa, subrepticia de una forma objetivada del impulso de muerte. Expresados también en patrones repetitivos y automatismos corporales asociados a estados cercanos al sopor, al amortiguamiento de la fuerza vital y al ensueño mórbido, asociados también a efectos anestésicos y formas de satisfacción corporal que se sustentan en la sexualidad mitigada o incluso inhibida de la producción programada y eficiente del asombro apático propio del espectáculo.

 

Los tiempos de la técnica revelan sentidos discordantes y modalidades ontológicas diversas y heterogéneas, cuyos contornos son difusos e inabarcables. Los tiempos de la técnica involucran calidades discordantes de la memoria y de la historia que permanecen, no obstante, abiertos a la fuerza creadora de la τέχνη.

 

 

Bibliografía

 

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  2. Benjamin, Walter, Das Kunstwerk im Zeitalter seiner technischen Reproduzierbarkeit, I-3, en Walter Benjamin, Gesammelte Schriften, 4 volúmenes, editado por Rolf Tiedemann y Hermann Schweppenhäuser, Suhrkamp, Frankfurt, 1991.
  3. _____. Gesammelte Schriften, 4 volúmenes, editado por Rolf Tiedemann y Hermann Schweppenhäuser, Suhrkamp, Frankfurt, 1991.
  4. Derrida, Jacques, De la grammatologie, París, Minuit, 1967.
  5. _____. “Positions. Entretien avec Jean-Louis Houdebine et Guy Scarpetta”, en Jacques Derrida, Positions, Minuit, París, 1972.
  6. _____. La voix et le phénomène, Presses Universitaires de France, París, 1967.
  7. _____. “Le papier ou moi, vous savez… (Nouvelles spéculations sur un luxe des pauvres)”, en Derrida, Jacques, Papier machine. Le ruban de machine à écrire et autres réponses, Gailée, París, 2001.
  8. _____. “Lo ilegible”, en Jacques Derrida, No escribo sin luz artificial, cuatro ediciones, Valladolid, 1999.
  9. _____. No escribo sin luz artificial, cuatro ediciones, Valladolid, 1999.
  10. _____. Papier machine. Le ruban de machine à écrire et autres réponses, Gailée, París, 2001.
  11. _____. Positions, Minuit, París, 1972.
  12. _____. Théorie et pratique. Cours de l’ENS-Ulm 1975-1976, Galilée. París, 2017.
  13. Hegel, Georg Wilhelm Friedrich, Phänomenologie des Geistes, en G. W. F. Hegel, Werke, vol. 3. Suhrkamp, Frankfurt, 1986.
  14. Heidegger, Martin, Brief über den Humanismus, Vittorio Klostermann. Frankfurt, 1976.
  15. _____. “Die Frage nach der Technik”, en Heidegger, Martin, Vorträge und Aufsätze, Gunther Neske, Stuttgart, 1954.
  16. Marcuse, Herbert, The One-Dimensional Man. Studies in the Ideology of Advanced Industrial Society. Beacon Press, Boston, 1964.

 

 

Notas

 

  1. Cfr. Martin Heidegger, “Die Frage nach der Technik”, ed. cit.
  2. Cfr. Theodor W. Adorno y Max Horkheimer, Dialektik der Aufklärung, ed. cit.
  3. Cfr. Herbert Marcuse, The One-Dimensional Man, ed. cit.
  4. Cfr. Walter Benjamin, Das Kunstwerk im Zeitalter seiner technischen Reproduzierbarkeit, ed. cit.
  5. Cfr. Jacques Derrida, Théorie et pratique, ed.cit.
  6. Cfr. Jacques Derrida, De la grammatologie, ed. cit.
  7. Cfr. Martin Heidegger, “Die Frage nach der Technik”, ed. cit.
  8. Cfr. Martin Heidegger, Brief über den Humanismus, ed. cit.
  9. Cfr. Georg Wilhelm Friedrich Hegel, Phänomenologie des Geistes, ed. cit.
  10. Cfr. Martin Heidegger, “Die Frage nach der Technik”, ed. cit.
  11. Ibid.
  12. Ibid.
  13. Jacques Derrida, “Lo ilegible”, ed. cit., p. 51.
  14. Jacques Derrida, “Positions. Entretien avec Jean-Louis Houdebine et Guy Scarpetta”, ed. cit., pp. 58-59.
  15. Cfr. Jacques Derrida, La voix et le phénomène, ed. cit.
  16. Ibid., p. 92.
  17. Jacques Derrida, “Le papier ou moi, vous savez… (Nouvelles spéculations sur un luxe des pauvres)”, ed. cit., p. 258.
  18. Ibid., p. 265.
  19. Cfr. Herbert Marcuse, The One-Dimensional Man. ed. cit.